Capítulo 3

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Capítulo III

Me desperté en plena madrugada al igual que todas las noches con afán por ir al baño. Con el frío que tenía, titubeaba con salir de la colcha. Intenté dormirme de nuevo, pero la presión en mi vejiga me dejó claro que no lo lograría. Me levanté dando un suspiro con mis pies descalzos sobre el piso helado; miré a mi alrededor y vi como las chicas y Aaron dormían tranquilos. Me vi tentada unos instantes a jugarles alguna broma, pero me convencí de que lo mejor sería dejarles en paz, de manera que salí con sigilo de entre ellos para no interrumpir su sueño y me dirigí al baño que estaba subiendo las escaleras. A mi lado se había acostado Savannah. Hanny y Charlotte ocupaban la esquina, por otro lado, Aarón estaba un poco apartado hacia el pasillo. Antes les había escuchado acomodarse, no me había dormido hasta estar segura de qué sitio le dejarían a él, pues mi advertencia sobre mutilarle si se propasaba no iba en juego.

Todas las lámparas estaban apagadas, por lo que solo estaba la luna e iluminaba a medias. Tanteando el terreno para no tropezar con ellos ni con las lápidas de cartón, llegué por fin, y tras abrir con sumo cuidado la perilla para no hacer ruidos, pasé entrecerrando la puerta. Decidí no encender la luz, después de todo, el baño tenía una ventana pequeña en la parte superior de la pared donde entraba mayor claridad, al menos la suficiente como para arreglármelas. Tomé un trozo de papel higiénico e hice lo que tenía que hacer; mientras tanto, sentí que tenía sed... Qué antojo. La cocina no estaba lejos, solo tenía que seguir por el corredor, pero sentía demasiada pesadez como para ir... ¿Y si bebo un poco de agua del grifo?, no, asco, soy muy delicada para esas cosas. Torcí el gesto, lavé bien mis manos y atrapé en ellas un poco de agua que bebí con recelo. Su sabor era horrendo, o quizá realmente no, después de todo el agua ni siquiera tiene sabor, pero el hecho de ver de dónde la tomaba permitía a mi cerebro hacer la ilusión de que sabía extraño.

De repente, mientras tomaba un segundo sorbo, escuché un ruido corto que provino del jardín. Frunciendo el ceño, me quedé atenta pretendiendo adivinar qué habría podido ser. Aquel sonido pude oírlo porque la pequeña ventana del baño daba, como todas las demás de la casa, a la vegetación que la rodeaba. Yo era de susceptibilidad muy activa, me habían hecho crecer así, pero no me dejaba llevar por fantasías. No se trataba de que me sintiera amenazada por espectros tras haber visto alguna película, sino de evaluar las posibilidades reales y actuar en función de ellas. Continué inmóvil durante unos segundos más intentando saber si había imaginado el sonido o si volvería a escucharlo mientras cavilaba en mi mente las posibles justificaciones. El dueño de la residencia había ido de viaje, bien podría ser algún criminal queriendo entrar al presumir que habría solo dos mujeres solas. Digo, en el supuesto de que hubiere estudiado el terreno antes e ignorara por completo que esta noche habría invitados.

Mojé mis manos de nuevo y me pasé los dedos húmedos por mis labios, estaban un poco secos, y en ese momento escuché de nuevo algo similar, pero esta vez no desde el jardín sino desde dentro de la casa. Había sido un ruido seco, sordo, como si algo pesado cayera.

Ágilmente abrí la puerta para salir del baño. Con mis ojos bien abiertos pero sin ver nada más que las sombras de los mobiliarios de la casa, caminé intentando ir en sigilo. Agradecí dominar ejercicios de ataque y defensa, si se trataba de algún delincuente podría enfrentarme a él siempre y cuando no portara arma de fuego.

De pie nuevamente frente a las escaleras que conducían hacia las colchas, me debatía entre volver a la mía o revisar las salas contiguas; era un abuso tomando en cuenta que la casa era ajena y no estaría bien visto que me descubrieran merodeando por ahí. Pero ¿qué tal que en verdad hubiera alguien acechando?, eso no lo podía dejar pasar. Así que, pese a todo, decidí revisar. Conté en el campamento improvisado cuatro embalajes durmientes. Cautelosa, di dos pasos atrás y seguí por el corredor que antes me había dado tanta holgazanería caminar. Pasé frente a la cocina, luego el despacho, seguí a la puerta principal de la casa, pasé por la biblioteca y finalmente por unas escaleras que llevaban a la habitación de la señora Anjarí. Descansé mi brazo sobre los pasamanos mirando hacia arriba, meditando. Hasta allá sí que no podía subir. Tras esperar un poco, decidí que quizá pudiera haber sido un gato, o algún otro hecho mucho menos dramático al que había imaginado. Lo mejor era irme a dormir.

Cambio de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora