1. Caejose

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Eran cerca de las 8 de la mañana, y aunque parecía que sería un día soleado, aún se podía sentir el característico frío matutino. En especial para Caesar Zeppeli, quien iba vestido con ropa deportiva para nada abrigadora.

Desde hacía un tiempo, Caesar ya no quería seguir saliendo a pescar con su padrastro y su hermanito. No lo odiaba, pero seguro no lo disfrutaba tanto como el pequeño Bruno, quien siempre era el primero en estar listo para salir en las madrugadas, y todavía volvía a tiempo para ir a la escuela, sin verse ni un poco cansado.

Caesar, por otro lado, se quejaba durante todo el viaje en el bote, todo el viaje de regreso, y durante toda su jornada atendiendo el puesto de pescados en el mercado. Él ya tenía 22 años, había terminado la prepa desde hacía años, y desde entonces no había estado seguro de qué hacer con su vida.

Por eso, cuando vio un anuncio de que el pequeño centro deportivo de la ciudad necesitaba un instructor de yoga, decidió presentarse a solicitar el trabajo. No, no sabía hacer yoga, pero podía aprender sobre la marcha. Ahora se arrepentía de haber menospreciado el yoga por ir a levantar pesas y cosas así.

Él se había levantado muy temprano para bañarse, vestirse y salir a tiempo de su casa. Incluso le había dicho a su mamá que no quería nada de desayunar, con tal de llegar puntual.

¿Y todo para qué? Para que el pendejo microbús no pasara.

El pueblo ni siquiera era tan grande, hubiera podido llegar a tiempo caminando si no hubiera decidido esperar al pendejo microbús.

Cuando el vehículo por fin apareció, Caesar se sentía más molesto que aliviado de verlo. Incluso se planteó gritarle un par de cosas al chófer cuando lo viera...

—¡Pásele güero!— dijo alegremente el chófer en cuanto abrió la puerta del micro

Caesar arqueó una ceja mientras subía al micro vacío. El chófer era un muchacho más o menos de su edad, musculoso, con el cabello castaño muy despeinado y unos ojos azules con una mirada un tanto traviesa.

—Buenos días— murmuró Caesar aún de mal humor, sentándose en el primer asiento de la fila de la derecha —¿No crees que vienes algo atrasado?

—¿Atrasado para qué?— dijo el chófer, mientras arrancaba —No traigo a nadie

—Vienes tan tarde que quizás la gente prefirió tomar un taxi

—Ohhh... Sí, tienes razón. Chale, me van a regañar

Llegaron a un semáforo, y el chófer se detuvo en seco. Caesar tuvo que sostenerse de un tubo para no precipitarse hasta adelante.

—¡Oye! ¡Ten cuidado!— le exigió

—Perdón wey, todavía me estoy acostumbrando a manejar el micro. Está todo jodido.

Hasta Que Te ConocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora