Celosa

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Ahí estaban de nuevo, en el despacho con pinta deplorable y un poco mal oliente del abogado.

No hacía mucho que habían llegado para hablar acerca de las condiciones del reciente trato que traían entre manos, un negocio importante para ambas partes implicadas: los italianos, con su producto revolucionario en el mercado de los fármacos, y los rusos, con su facilidad de conseguir cantidades industriales de armas blancas a un precio, bueno, "amigable".

Toni estaba consciente de ello y que era lo primordial en ese momento, que debía estar completamente pendiente a las palabras intercambiadas entre su querido hermano Carlo y Salinas sobre el acuerdo al que debían llegar para beneficiarse mutuamente sin terminar estafados; joder, Toni lo sabía perfectamente, después de todo era el negocio familiar para ayudar a la mamma, pero es que simplemente no podía.

No podía con ella ahí, la nueva y sensual secretaria del abogado, con la alegre sonrisa en su bello y delicado rostro, con esa voz ronca y excitante que parecía sacada de alguna película porno de buen presupuesto; todo en su interior ardía en llamas, calcinando sus entrañas por la rabia provocada, harto de lo especialmente atento que parecía el azabache de la fémina.

Y su descontento solo aumentaba más al escuchar las pullas "disimuladas" que su hermano soltaba de repente de lo que supuestamente —porque si se enteraba que era lo contrario, le partiría las piernas al abogaducho de mierda y le cortaría el pito— hacían los dos en la cama.

Refunfuñó por lo bajo al ver cómo la secretaria se acercaba por segunda vez a donde estaban, caminando con un porte elegante en unos tacones altos de color negro, cuyos le daban un contraste sexy con el traje rojo pasión que llevaba. Se paró a un lado del licenciado en leyes y el rubio con la mirada afilada lleno de pensamientos homicidas, presenció en cámara lenta la mano que se posaba con demasiada confianza en el hombro derecho del antes mencionado.

—Señores, ¿se les antoja algo de beber? —cuestionó la mujer con esa voz que le sacaba de sus casillas, irritando aún más al Gambino mayor al notar que al mismo tiempo que lo decía, realizaba unos pequeños trazos imaginarios con la uña del dedo índice encima del saco del abogado y este no se quejaba; Toni frunció el ceño ante esto en un acto de exteriorizar su disgusto—. Tenemos café con leche, colacao...

—Un colacao —respondió rápido Toni y guardando en su interior las ganas asesinas, agregó—, por favor.

—A mí algo calientito, un café con leche, mucha leche —Toni se tomaría el último comentario de su hermano como algo normal, si no fuera por la sonrisa cínica postrada en su rostro dirigida directamente al azabache, quien rió nervioso; otra burla más de la relación sexual entre esos dos e iban a rodar cabezas.

—Usted jefe, ¿quiere algo? —el mexicano negó varias veces y la asistente asintió, anotando los pedidos en la libreta que traía en la mano derecha, sin captar las bromas de doble sentido hechas por Carlo, alejándose de Salinas para la satisfacción del italiano, quien seguía con el ceño fruncido; no obstante, los demás presentes siguieron discutiendo los términos del dinero, sin enterarse de la catástrofe que había en la mente del hombre.

La calma no duró demasiado, ya que la secretaria hacía su aparición de nueva cuenta con las bebidas en una bandeja plateada, que inclinándose atrevidamente, según Toni, para depositar dicha sobre el escritorio,  les entregó las bebidas correspondientes. Acto seguido, se enderezó y poniendo la bandeja debajo de su brazo derecho, se acercó a Salinas a una distancia tan corta, tan íntima para arreglarle la corbata, que Toni juraría que Carlo escucharía el rechinar de sus dientes.

—Lo siento jefe, tiene la corbata desalineada —mencionó la fémina mientras desabrochaba la pieza de tela roja, rozando y tocando con la yema de los dedos el pecho de su abogado, quien se quedó quieto sin decir nada y mirando directo al rostro de la secretaria. Esto solo encolerizó al italiano hasta un punto insospechado, quien apretó los puños no aguantando un segundo más de la escena.

—¡Me cago en la puta, deja a mi puto abogado! —gritó parándose de la silla, llamando la total atención de los otros tres presentes, cuyos lo voltearon a ver sorprendidos por la repentina acción. La mujer se quedó estática, presenciando el odio que transmitía la postura rígida del Gambino mayor hacia ella misma; tragó saliva y lentamente, como si temiera por su vida —y lo hacía—, dejó a medias su trabajo de abrochar la corbata y con una mirada veloz y nerviosa al abogado en disculpa, se retiró callada.

Salinas riendo nervioso, se terminó de acomodar la corbata y Toni se volvió a sentar, fingiendo que no notaba la intensa mirada llena de curiosidad que su hermano le dirigía. El ambiente tenso se rompió cuando Raúl tosió y retomó lo que estaba diciendo anteriormente. Toni se cruzó de brazos, fastidiado consigo mismo por la impulsividad de sus acciones, ya que tendría a su hermano fastidiando a partir de ahora. Chasqueó la lengua y se sumergió en sus pensamientos, que su hermano se encargará del aburrido papeleo.

La junta finalizó por fin unas horas más tarde, con todo resuelto y acordado para una reunión el próximo domingo, donde pondrían las condiciones requeridas por los italianos ante los rusos y observar si éstos aceptaban. Salinas junto a la secretaria, los acompañaron hasta el estacionamiento, donde Carlo se subió de inmediato al carro, pero Toni se quedó parado afuera de la puerta del piloto.

—¿Vienes, hermano? Hay unos asuntos con José que resolver en el badulaque.

—No, Carlo, ve tú, tengo un asunto que tratar con el abogado de mierda —respondió Toni en susurros y Carlo asintió, dándole una escueta sonrisa cómplice antes de arrancar el carro e irse de ahí. Unos segundos después, Toni giró sobre sus talones viendo directo y con desprecio a la secretaria aún al lado del azabache—. Quiero hablar contigo en tu despacho, a solas —hizo hincapié en las últimas dos palabras con una voz intimidante. El mexicano solo tragó grueso e hizo un sonido afirmativo.

—Lina, por favor, quédate aquí afuera; ahorita te hablo —la mencionada afirmó con la cabeza, entendiendo el subliminal mensaje de que no era bien recibida por el único Gambino presente—. Sígueme, Toni —con un ademán de venir, el abogado lo guió al interior del recinto hasta estar uno frente al otro en el despacho—. Dime, ¿de qué quieres ha...

—Abogado guarro, abogado lechoso, abogado drogadicto, putero y guarro, abogado de mierda —fue lo primero que empezó a decir el rubio, despotricando con enfado contra el abogado, que solo se quedó estático y cuando salió del estupor, el coraje comenzó a recorrerle cada fibra de su cuerpo.

—¿Pero qué mierda? ¿Ahora por qué el ataque tan gratuito? —se quejó el mexicano con valentía, valentía que rápidamente se vino abajo al ver cómo el italiano se acercaba aún más a su cuerpo, quedando a escasos centímetros de distancia, y los dedos índice y gordo de la mano derecha del susodicho, le tomaban del mentón dolorosamente apretando y obligándolo a bajar la mirada, porque, bueno, Toni imponía miedo, pero era más bajito de estatura que Raúl.

—A ver, Salinas, tú no sabes cuánto te quiero, no lo sabes bien. Estás al nivel de la pizza y de la carbonara, así que, guardate la verga o te la corto; no me obligues a hacer algo que no quiero hacer, Salinas, hai capito? —finalizó con un tono implícito de amenaza en la voz que claramente notificaba que el italiano no tendría vacilación de realizar dichas acciones mencionadas. Y se rectificaban sus palabras al ver esos penetrantes ojos taladrándole hasta el alma con todas las para nada buenas emociones que se reflejaban en las celestes iris.

Se quedaron unos segundos así, que para el errático corazón del abogado parecían una eternidad, ya que por algún extraño motivo, a pesar de que el roce de las telas sobre su piel le confirmaban lo contrario, se sentía tan desnudo frente al Gambino; sentía el sudor recorrerle la espalda baja de los nervios y el retumbar de los acelerados latidos tan estridentes en los oídos, que juraría que se quedaría sordo si seguían un segundo más en aquella intimidante intimidad, que para su propia suerte, llegó de manera brusca a su fin.

El Gambino sin delicadeza, soltó el rostro del mexicano y sin mediar una palabra más, se retiró del lugar con paso decidido que demostraban el gran poderío que poseía, dejando a un Salinas tembloroso del miedo, confundido, preguntándose qué carajos había sucedido y porqué su maldito corazón no dejaba de latir con demasiada fuerza al rememorar el calor del ajeno tan próximo a sí mismo y la costosa fragancia italiana invadiendo de forma invasiva sus fosas nasales.

Sintiendo las piernas gelatinosas, Salinas simplemente se desplomó en el suelo de su despacho, soltando el largo suspiro que contenía.

Celosa ⟨ Roni ⟩ angstDonde viven las historias. Descúbrelo ahora