Celosa

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Después de llorar toda la noche, decidió que él iba primero, que debía amarse más a sí mismo que a sus ligues fallidos. A la mañana siguiente, bloqueó el contacto del Gambino mayor, llamó al menor y le aclaró que ahora en adelante solo iba a hacer tratos con él y aunque sabía que este iba a ir de chismoso con el otro rubio sobre lo que le estaba comentando, no le importó; de todas formas, se iba a enterar tarde o temprano.

Hizo tratos aquí y allá con los rusos, se manejó durante un buen tiempo sin inconvenientes. Hablaba con Carlo, siempre con él sin más compañía en lugares apartados de donde residía actualmente. Ya ni siquiera quería ver a José y de lo único que entablaba conversación con el italiano era temas de negocio, nada personal, ningún chiste, incluso ignoraba colosalmente cuando este destrozaba su carro en un intento de llamar su atención. Completo compromiso por la mafia, pues, aunque quisiera cortar de raíz toda relación con los Gambino, simplemente no podía al ser importantes para el imperio de los rusos.

Se había enterado por su guardaespaldas que Toni lo había ido a buscar a su antiguo despacho, cabreado por no encontrarlo y enfrentarlo. ¿Qué esperaba que hiciera después de la humillación a su pobre corazón? Después de ilusionarlo, llevarlo a la nube nueve en un beso correspondido y bajarlo al zas a las llamas del infierno. ¿Qué lo esperara de brazos cruzados, como si no doliera? ¡Que chingara a su madre! Él ya no iba a ser el perro faldero de nadie, o por lo menos, nadie que no fuera los rusos o la policía. Él se escogía ahora sobre todas las cosas; sobre Sabrina, Lina o el idiota de Toni. No necesitaba más sufrimiento en su vida del que había dejado sus dos divorcios ya.

—Es que, en serio, Raúl, eres tan idiota para escoger de quién enamorarte —había dicho con burla su amigo García en una tarde, donde le había comentado sobre porqué ya no frecuentaba a los Gambino.

—Ya, no me lo recuerdes. Además, yo no manejo esto de enamorarme, simplemente sucedió —sentado en el asiento frente a su nuevo escritorio de su reciente despacho, suspiro y giró en la silla sobre su propio eje—. Necesito ir al putero.

—Ni siquiera con el corazón roto dejas de ser un guarro —y ahí finalizó su conversación, el policía se retiró a un código tres, dejándolo de nuevo en completa soledad. Ya no le molestaba demasiado quedarse solo con sus pensamientos; era aterrador a veces, sí, pero prefería eso a rodearse de personas que solo fingían quererlo a su lado.

El tiempo siguió su rumbo, con Salinas huyendo del Gambino mayor, evitándolo en todos lados, cambiando de número celular, de casa, de auto, se podría decir incluso que cambió su estilo de vestimenta para no ser reconocido y también porque necesitaba deshacerse de su antiguo yo y enfrentar el porvenir. Le gustaba poner De una vez de Selena Gómez en su despacho y perrearla hasta el suelo, reconfortándose poco a poco, lamiéndose las heridas hasta que la costra apareciese.

—Y es que no me arrepiento del pasado —canturreó, moviendo las caderas al ritmo de la música en medio de la habitación—. Sé que el tiempo a tu lado cortó mis alas, pero ahora este pecho es antibalas —sus manos se escabulleron por su cuello hasta su cabello; su única forma de sobrellevar esa depresión amorosa era el cariño que se daba a sí mismo. Removió las oscuras hebras y las jaló, arrancándose un gemido.

Los días habían curado sus fantasías rotas, había recogido encajándose los trozos en las palmas de las manos lo que quedaba de su dignidad. Había sangrado como un río llevándose todo a su paso. Se había sentido como un perro pulgoso que su dueño abandona en medio del bosque, después de años siendo su mascota. Pero ya estaba curado.

Con las notas altas de la canción, metió sus manos en los ajustados pantalones, tentando a su dormido miembro; ahora solo podía pensar en sí mismo, en brindarse amor propio. Sus dedos se arrastraron por la longitud de su sexo y un jadeo se escapó de su boca; él se amaba a sí mismo y se lo demostraría cada noche, diciéndose palabras dulces frente al espejo, acariciándose cada centímetro de piel, no importaba qué método, él se grabaría a fuego ese cálido sentimiento.

Fue interrumpido por el timbre siendo constantemente tocado. Resopló, sacando las manos del interior de sus calzoncillos y apagó la música. Se acercó a la puerta y la sorpresa lo invadió al divisar a la persona tras la puerta.

—Toni —ese nombre prohibido fue más rápido que su cerebro adormecido. ¿Qué diablos hacía ahí y quién le había dado su dirección? Iba a matar al hijo de puta chivato.

—Necesitamos hablar —se auto invitó a entrar el rubio al recinto, sacándole una mueca irónica al abogado. "Sí, pasa, como si fuera tu casa, imbécil", pensó el abogado.

—No necesitamos nada de qué hablar, Toni, dejaste muy en claro las cosas la última vez que nos vimos —expresó con la rabia destilando por cada poro de su piel, con los brazos cruzados y tomando una prudente distancia del sujeto que hizo añicos sus sueños.

—Claro que lo necesitamos, ¿qué son esos infantiles actos de ignorarme y decirle a Carlo que ya no vas a hacer tratos conmigo?

—¿Te parece infantil el que quiera alejarme de la persona que me ilusionó y lastimó? Pues fíjate que yo no le veo lo infantil al querer sanar mis heridas sin tu asquerosa presencia alrededor.

—Abogado de mierda, cuida tus palabras, porque no me voy a detener a pensar si acuchillarte o no —amenazó con una mirada severa y eso causó en el mexicano un jadeó incrédulo.

—¿A parte de haberme reducido a miseria, te atreves a amenazarme con acuchillarme? ¡Genial! ¡Hazlo y lárgate! —En cambio, el robusto cuerpo de Toni se acercó al suyo, lo tomó de las muñecas sujetándolas en alto—. ¿Qué verga haces? —Cuestionó alarmado el abogado y sin más, el rubio atrapó sus labios en un demandante y desesperado beso. Correspondió, sí, lo hizo al principio cuando sus defensas estaban bajas, pero se recordó a sí mismo lo que ya sabía para ese entonces. Porque sí, una vez entendió que Toni lo que quería no era una pareja, ni un amante, ni un confidente, solo lo quería para él sin brindarle nada a cambio, como una muñeca de trapo que manejaba a su antojo; que solamente quería un esclavo que le lamiera los pies cuando lo solicitara, Raúl esclareció su mente, pues no estaba dispuesto a seguir.

Así que lo empujó con todas sus fuerzas, el amor y el odio evaporándose de su ser, pues el italiano no se merecía ni siquiera su rencor; no, no se merecía nada de Raúl, más que su olvido.

—Toni, te perdono.

—¿Qué?

—Te perdono, te perdono por el daño que me causaste —dice, sosteniendo firmemente los hombros del Gambino, liberando con sus palabras lo que tanto revoloteó en su cabeza esos últimos meses desde que Toni lo abandonó en su cuarto de hotel—, pero no estoy dispuesto a volver a ser tu juguete, tus besos no son suficientes para hacerme cambiar de opinión. Sé y me hiciste saber que tú también sabes que soy un perdedor, eso no es un misterio para nadie. Pero aún siendo el perdedor más grande del mundo, no merezco ni el cinco porciento de tus tratos. Tengo suficiente conmigo mismo, para lidiar con alguien que solo quiere compañía para que le enaltezcan. No soy un ser sin sentimientos, por eso no estoy dispuesto a regresar a ti.

El mafioso lo observó durante unos minutos que se sintieron eternos, pero lo entendió. Raúl se amaba más a sí mismo; esos meses sin su compañía habían hecho madurar al abogado y este era el adiós que tenían que haberse dicho la última vez que se vieron. Y sin una palabra más, salió de la oficina del que alguna vez fue su aboguarro. Raúl suspiró.

De una vez por todas, esa celosa no volvería a lastimarlo.

Celosa ⟨ Roni ⟩ angstDonde viven las historias. Descúbrelo ahora