Filho da puta

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Las cosas estaban calientitas, calientitas, pues no habían resultado como debían hacerlo. El trato se había ido, dicho con sutileza, a la puta. Carlo y Toni hervían del coraje de desperdiciar de aquella forma su tiempo, sin conseguir nada a cambio, más que unas miseras cajas llenas de pirulas; ¿para qué coño ellos querían más pirulas, si eran los principales distribuidores allí en Marbella? Además, ¿qué hacían otras bandas con la receta? Esperaban sinceramente que no se pusieran a distribuir pirulas esos otros, porque si no, iban a derramar sangre.

Al principio habían sido risas en el transcurso de llegar a dicho lugar solicitado; había sido genial echarle mierda al abogado por la radio cuando este había pedido comprobar si le captaban; había incluso bromeado con que en las cajas venían billetes de cinco euros al ser demasiadas.

¡Demonios! Todo eran risas hasta que abrieron las cajas, viendo el interior llenos de las píldoras rosas.

—¡Te juro que te tiro al mar, Salinas! No estoy para tus juegos —El Gambino mayor bramó cuando el barco se marchó sin más, dejándolos en medio del mar con un cargamento que ni siquiera era para provisiones de ellos.

—De-debe ser una equivocación, ¡lo juro por Dios, yo no he hecho nada! —Decía el pobre mexicano, asustado hasta la médula, viendo venir los navajazos que el rubio castaño le proporcionaría más tarde. Levantó las manos en señal de inocencia cuando Toni repitió que lo tiraría al agua.

—¡Salinas, ¿qué cojones de trato has hecho?!

Solo se escuchaba el pitido de la radio al ser encendida para comunicarse entre ellos, uno llamando a Fedor desesperadamente para que lo sacará del apuro, otros intentando entender la situación.

—Es que tiro al mar a Salinas —dijo de nuevo el rubio pollito, apretando los dientes por el enfado, tanto que se escuchaba el rechinar de estos.

—¡Que no es mi culpa! ¡No es mi culpa! —Repetía el latino, con sus manos temblando por la ansiedad—. Debe ser un error de Fedor o del tipo que está vendiendo. Un simple malentendido —apenas terminó de decir eso, cuando García a través de la radio, les aviso alarmado que venía la guardia civil, haciéndolos huir, sin conseguir nada a cambio por parte del tipo que les dio los paquetes.

—Mira Salinas, estás —cogió aire y gritando—, DESPEDIDO, estás despedido. Como no tengamos ese millón y medio para el final del día —con su dedo pulgar hizo el ademan de cortarse el cuello.

—Esto no es culpa mía, se los juro, es culpa de Fedor.

—Abogado de mierda —se podía palpar el odio en las palabras del Gambino mayor.

—¡Que no es mi culpa!

—¡¿Cómo que no es tu culpa?! —Cuestionó Carlo, con la rabia en límites insospechados—. Si te encargamos de todo eso, del comprador.

—¡Sí y ayer todavía hablé con ellos acerca del trato! Que todo esto debe ser un malentendido. ¡Fedor, necesito una explicación! —Dijo cuando por fin el ruso contestó a su celular.

—Salinas —llamó Toni con una lúgubre mirada, pronosticando dolor, lágrimas y sangre—, te voy a comer las entrañas.

Siguieron discutiendo mientras huían por el mar, con los gritos y reclamos yendo y viniendo de un lugar a otro, Carlo y Toni despotricando contra el abogado, que no podía hacer más que seguir defendiéndose a capa y espada, aunque eso no hiciera ningún efecto en los presentes; gracias a Dios, José se mantenía fuera de eso, callado y observando la situación.

Con José escapando épicamente de la guardia civil por medio de un túnel que llevaba a unas casas, llegaron al muelle y pronto, el disturbio hizo acto de presencia.

Celosa ⟨ Roni ⟩ angstDonde viven las historias. Descúbrelo ahora