Abrazo mexicano

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Ahí estaban de nuevo, en aquel sombrío, húmedo y escalofriante lugar para llegar a la realización de aquel contrato que se había hablado hacía unos días atrás. Los rusos se encontraban en la habitación, con sus imponentes figuras, entablando una conversación con los Gambino.

Salinas a pesar de que ya habían pasado algunos días desde lo sucedido en su despacho con el Gambino mayor, seguía sin saber cómo reaccionar frente a este. Por ello, se encontraba un tanto cohibido de lo que los demás presentes en la habitación decían, pensando y reviviendo como disco rayado las acciones del rubio pollito. Raúl no podía negar que algo estaba empezando a sentir, no tenía claro el qué, pero de que algo estaba sintiendo, lo estaba, porque cuando el rubio le dirigía una mirada o sentía su proximidad, todo en él entraba en corto circuito.

El mexicano suspiro tembloroso aún sumergido en su cabeza, notando el pequeño calor que comenzaba a arremolinarse en sus mejillas. "Genial, ahora se darán cuenta que estoy pensando algo vergonzoso", se quejó el abogado internamente, no obstante, ninguno de los demás le estaba prestando atención y por consiguiente, no notaron el rubor.

Siguieron en sus propios negocios por un rato más, hasta que los rusos y los italianos estrecharon sus manos en señal de que iban a concretar la relación. Carlo se fue tras los traficantes de armas blancas después de decidir que este sería el que checara la mercancía, dejando a Toni y Raúl solos en la sala. El abogado ante esto, solo se puso más nervioso, incrementando el color rosa en sus pómulos e inquieto, comenzó a jugar con la punta de su corbata negra para desviar las emociones que comenzaban a embargarlo.

El silencio se hizo presente por un tiempo hasta que...

—¿Quieres un abrazo? —dijo Salinas de la nada. Salinas siempre en situaciones tensas decía lo primero que se le viniera a la mente, que en este caso, no era lo más adecuado. El azabache se quería dar un zape por la vergüenza.

—¿Cómo? —Toni volteó a verlo con una ceja arqueada, confundido.

—Sí, un abrazo. Mira, ven —el mayor de ambos se acercó con los brazos extendidos, dudoso y sudando de los nervios, sin embargo, no se espero que el rubio también extendiese los propios, puesto que este se había visto renuente de aceptar al principio.

Lentamente, rodeó el cuello del Gambino, sintiendo como los brazos de este se ceñían alrededor de su cintura y la melena dorada quedaba unos centímetros abajo de sus castaños ojos, aspirando el aroma tropical de su shampoo.

No podía evitar la avalancha de pensamientos sobre que estaba abrazando a uno de sus constantes perpetuadores; que podía sentir el cálido cuerpo contrario restregándose con el propio inconscientemente y que la fragancia italiana que desprendía olía tan rica como esa vez en el despacho, embotando a su endeble cerebro.

Los latidos de su corazón incrementaron tanto, que temía que el italiano los escuchase y después se burlará. Por ello, aunque lento, comenzó a separarse; mas, su propio cuerpo impulsivo lo traicionó, puesto cuando apenas lo tenía a unos centímetros de distancia aún teniendo los brazos rodeándole el cuello, sus miradas chocaron, hechizándose con el hermoso celeste, tan claro como el cielo.

Aguanto la respiración unos segundos sin apartar los ojos de aquellas frías pero atrayentes iris, notando al mismo tiempo la acompasada exhalación del otro rozar las comisuras de sus labios, acortando así la poca cordura que poseía. Por ello, sin pensarlo demasiado, terminó uniendo sus labios con los del otro en un fugaz beso, que duró lo suficiente para que su corazón explotará de la emoción y las mariposas en su estómago empezarán a revolotear insistentes. Se sentía como si estuviera drogado pero cien veces mejor y más sano.

—¡No, no, no! ¿Pero cómo que un abrazo, joputa? —dijo el Gambino mayor una vez se habían separado con un empujón brusco de este. El rubio se limpiaba la boca con el dorso de la mano derecha en un intento de quitar todo rastro de saliva del abogado y al todavía sentir el sabor en su paladar, le dirigió una mirada que pronosticaba una lenta y tortuosa muerte. Salinas rió histérico, replanteándose si había sido una buena idea haberle robado el beso al Gambino mayor.

—Es que así abrazo, ¿quieres otro? —no sabía de dónde estaba sacando los huevos para seguir bromeando de aquella forma.

—No, no, no —negó con rapidez Toni a la propuesta, mostrando una cara de disgusto total a la idea de más.

—Bueno, no más abrazos, ¿eh? —aunque lo decía con una sonrisa burlona, en el fondo algo se había removido, haciéndose añicos y doliendo como si le hubieran apuñalado en las costillas por las expresiones del Gambino.

—Salinas, ¿qué concepto tienes de abrazo? —inquirió el italiano molesto.

—Abrazo mexicano —respondió con obviedad como si fuera lo más normal—. Dame un minuto, debo contestar una llamada —y así, fingiendo una llamada telefónica que claramente no tenía, huyó de la escena con las piernas tambaleándose y el corazón destrozado.

Una vez que Toni se vio completamente solo en aquella fría habitación, suspiro largo y relajó la postura rígida que no sabía que había adoptado, dejando caer los hombros y liberando toda la tensión en su zona cervical.

—¿Por qué acabo de besar a Salinas? —cuestionó al aire, esperando una respuesta que claramente nunca iba a recibir. Con la vista perdida en el negro techo, despacio, como si temiera que alguien lo viera, se llevó las yemas de los dedos a los recientes besados labios y los tocó con delicadeza—. No me lo puedo creer.


Celosa ⟨ Roni ⟩ angstDonde viven las historias. Descúbrelo ahora