Me dispongo a escribir estas palabras con el único propósito de responder a las preguntas que en el comienzo me fueron consignadas por mis más fieles seguidores. Dado que he vuelto de un submundo etéreo y desconocido por el hombre de ciencia, me aterra siquiera pensar en tales criaturas amorfas que presencié dentro de la Dimensión de Tonatiuh, que su traducción del Náhuatl es Sol, en honor a la pirámide del sol, que me fue útil como portal para conocer el otro mundo. Por esta razón, me aterra ser llamado un viejo decrépito por mis tremendas declaraciones y, como respuesta a ello, ser encerrado en un manicomio el resto de mi efervescente vida, por infundir en las personas, en especial a mis más allegados, la realidad que desvanece nuestra sórdida especie.
Antiquísimas culturas a lo largo y ancho de este repulsivo mundo insustancial han adorado innumerables divinidades sanguinarias y repulsivas que el nuevo hombre jamás entenderá. Colosales monumentos han sido levantados en sus nombres y muchos otros destruidos por la braveza de los demás dioses. Hallé una fuerte unificación entre las pirámides esparcidas por Mesoamérica y Egipto. Mis investigaciones acerca de estas culturas me causaron una especie de estupor. Nadie contempló lo que observé sobre aquella densa neblina, en lo alto de la pirámide del sol, donde las estrellas parecen jugar con nuestra imaginación.
Permanezco solo desde hace más de veinte años, antes de orillar mi carrera como escritor. Al comienzo de mi carrera como literato, todo marchaba de acuerdo al plan, hasta que mi primera esposa decidió abandonarme a pocos meses de nuestra boda, al enterarse de los desafortunados resultados del médico, que en su diagnóstico confirmaba que padecía de esterilidad. Días más adelante inundó nuestro pequeño hogar de profunda tristeza, gritos y constantes peleas. Todo el amor que nos juramos en el altar se había desgranado. "El juntos por siempre" terminó por disolverse entre las paredes juramentadas del templo. Sin embargo, conocí a una hermosa mujer llamada Margarita. Ella no era como mi desquiciada exesposa, ella era comprensible, nos amábamos. Recorrimos juntos, durante nueve años, el continente Americano, saciando nuestro espíritu aventurero. Éramos un alma unida, Inherente. Teníamos un pequeño puerquito que nos hacía muy felices y colmaba nuestra vida de risas y alegría. Salíamos por las tardes al jardín que estaba enfrente, agarrados de la mano, agasajándonos y dando lentos pasos amorosos hasta subir los peldaños del quiosco. A causa de nuestro viciado amor, le extraño en lo profundo. Aunque las imágenes que se proyectan en mi mente en este momento no son de su hermosa dentadura blanca o de sus delicados cabellos de me hacen recordar nuestros recorridos en tren, sino una oscura muerte deprimente. Le he absorbido a toda la desquiciado botella de tequila, que espero más tarde cumpla con su función y olvide quién soy. Sé que antes del amanecer le volveré a ver tal como le vi muerta pero para ese entonces ya estaré con ella.
Continuando con mi desagradable mensaje.... corría el año 1990 cuando decidimos hacer un recorrido por Teotihuacán para conocer una de las pirámides más altas de Mesoamérica. Un viejo colega, catedrático de la UNAM, quiso acompañarnos durante esos dos días de exhaustiva exploración. Todo resultó como esperábamos y, después de días de investigaciones enciclopédicas e históricas, decidí escribir mi siguiente obra. Le observaba distinto de las demás. No podía quitarle el ojo de encima. Esta no era una novela como muchas otras de las que he escrito a lo largo de mi vida. Algunas partes estaban conformadas de lánguidos sueños a lo largo de las primeras semanas. No pude llamarle novela porque se alejaba de su propósito que era el entretenimiento. Parecía atraído por el libro, que me ocasionaba pérdida del apetito y falta de sueño. Asociaba todos estos sucesos al material altamente importante que me fue prohibido por la iglesia, hace unos años, divulgar. Cada vez sentía más el grado de intensidad y los escritos parecían tomar un orden complejo, hasta que ya no pude más. Todas las noches desterraba las febriles pesadillas demoníacas de mi cabeza. Había olvidado cómo higienizarme y hacer todo tipo de labor doméstica. Intenté probar con somníferos pero empeoraron aun las cosas. Mi esposa, aterrada de mi conducta que había evolucionado notablemente con el paso de los días, decidió ponerle fin a mi trabajo de meses. No estaba orgulloso de su acción pero era lo mejor para ambos. Ahora me sentía un hombre libre, aunque me lamentaba por haber perdido toda la información recabada. En cuestión de días recobré el mismo rostro vivo de antes. Mi apetito volvió a ser voraz como lo había sido siempre y, por consiguiente, tendí a aumentar de peso. Posteriormente a estos sucesos, muere mi apreciada mujer en extrañas condiciones que el médico forense nunca pudo comprender. El tronco de su cuerpo estaba devastadoramente carbonizado sobre la íntegra alfombra de lino fino de la sala, y las palmas de sus manos en una extraña posición de reverencia sobre el suelo. Fui llevado a prisión injustamente pero, gracias a que mis amados vecinos abogaron por mí, se evidenció que yo estaba fuera de territorio mexicano, en una cumbre. Me pusieron en libertad dos meses más tarde. Lo que había presenciado no fue un suicidio como muchos otros casos que redacté como periodista en 1986. La alfombra fue removida de su lugar para aplicársele las investigaciones correspondientes, pero en la redacción que me fue llegada de inmediato, aparecía que falleció siendo torturada, quizá con un metal puesto a altas temperaturas alrededor de su vientre y que este le pulverizó. Dichas declaraciones parecían inverosímiles. Para morir de esta desgarradora manera se tuvo que necesitar por lo menos un soplete que pudiera estar en contacto durante varias horas para poder pulverizar las costillas y la espina dorsal por completo. No parecía haber sido dividida para más tarde ser puesta de nuevo en su lugar. No tenía rastros de sangre, tortura o violación. Cualquiera que lo hubiera hecho tuvo que necesitar herramientas adecuadas y de precisión para cometer su atroz acto inhumano.
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Relatos de una noche
General FictionPtelós es un ser de otra dimensión que desea acabar con el mundo, El hombre invisible es un ser que cedió para ser humano. Los relatos escritos tienen un tinte tétrico y reflexivo sobre nuestra sociedad contemporánea.