Dormir cada noche con las luces encendidas a menudo se ha vuelto una tarea complicada para aquellos que gozan de la salud mental que otros no poseen incluso estando ebrios. Tal es el caso de muchos que se adentran en el mundo de lo desconocido y escabroso, que se atreven a cuestionar el infinito campo de la mente y el misterio. El ser humano, de algún modo u otro, desde hacía siglos ha querido hallar las respuestas a sus preguntas, sin importarle el origen de sus contestaciones, sin importarle el origen siniestro que este pueda conllevar; sabemos que siempre nos sentiremos satisfechos de nuestros logros, de ese espíritu que se alza en medio de la penumbra y que alumbra aun en la oscuridad en la que se encuentra su sombra.
Mi vida dejó de ser tan común, fuera de la habitualidad que lo había sido durante tres años como estudiante de medicina. Podía definirme en simples palabras, por no caer en la monotonía, como un joven docto, con el arte de la hermosa estructura humana pintada en mi retina. Algunos estudios demostraban que a los veintiún años abundaban las amistades, las fiestas e incluso era la edad más que perfecta para conocer a tu compañera de vida. Pero por azares del destino dios ha querido que este letargo esperara hasta resolver ciertas indagaciones que llegarían de una manera menos esperada, mientras estudiaba.
Era una tarde nubosa en la que decidí entrar a la biblioteca mientras todos hacían sus menesteres habituales dentro de sus aulas. Me fascinaba indagar en los libros, sin importar que no siempre se tratara de lo habitual. Los lunes leía historia, los martes filosofía con los mayores en su campo como Immanuel Kant y Friedrich Nietzsche, otros días los dedicaba a la literatura policíaca o el terror. Como les he dicho, mis conocimientos no se componen solamente de todas las materias que conlleva estudiar medicina. Los demás días sobrantes los dedicaba al estudio. El insomnio fue mi herramienta primordial para acrecentar esta gran oportunidad de adentrarme a mundos desconocidos e indefensos, pero muchos de ellos peligrosos para un cerebro idólatra. Este es mi caso, dentro de la pequeña, pero bien abastecida, biblioteca escolar; existía una obra un tanto peculiar, que no habían detectado mis ojos mortales durante estos habituales tres años dentro; olvidada en un remoto rincón, bastante cubierta porque sabía lo que poseía en su interior. A menudo los libros hablan por sí mismos, y si prestas atención, te susurran al oído, tan ligero como el susurro del viento en las copas de los árboles, que no somos capaces de percibir lo que dicen, salvo algunas bestias de agudos oídos, pero nuestro subconsciente puede ser capaz de almacenar aquellos susurros que no atendemos a su petición. por tal motivo, todas las personas piensan distinto; se aman, se odian y caen en conflictos como del ámbito religioso, étnico y geográfico. Los libros nos han demostrado ser gratos y perjudiciales, pero ¿cómo podemos evitar los libros que son un terrible peligro para esta sociedad? Atreviéndonos a divagar en sus mundos abstractos, absueltos de la prisión de sus hojas. Yo estaba por marcharme a casa, a no más de veinte minutos por la autopista sur. No dependía del tiempo porque había hecho mis tareas durante la noche. No había demasiados estudiantes en la biblioteca por la tarde, ellos preferían la mañana, o ¿se trataba de una cuestión colectiva? Tomé el libro cuidadosamente y lo coloqué sobre una mesita. Podía constatar el tiempo en el que permaneció allí oculto, o podría mejor haber dicho, resguardado de mí, posiblemente. Pero era demasiado tarde. Soplé sobre él con todo el aire de mis pulmones y se levantó una columna de polvo. Dios mío, ¿era tan antiguo para acumular los residuos del tiempo? Me levanté de la silla meneando la mano de un lado a otro, queriendo mostrar mi disgusto hacia la bibliotecaria, pero no logró observar mi gesto. El libro no parecía estar registrado en el sistema de la facultad y tampoco poseía un título en su portada, como el resto de los libros. Volví a sentarme y procedí a analizar brevemente sus hojas primeras, encontrándome, para mi sorpresa, con una pequeña hoja de cuaderno mal doblada en su interior, con un mensaje con tinta colorada. Del escrito leía "la sabiduría es el camino de los que no se rinden, incluso tengan que morir la cantidad necesaria de personas para alcanzar sus límites esperados". Sin remitente.
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Relatos de una noche
Fiksi UmumPtelós es un ser de otra dimensión que desea acabar con el mundo, El hombre invisible es un ser que cedió para ser humano. Los relatos escritos tienen un tinte tétrico y reflexivo sobre nuestra sociedad contemporánea.