El Hombre Invisible

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Mi historia, que ronda alrededor de este suceso, no es de la misma envergadura sobre el conocimiento del caso, aunque es de valiosa importancia redactar los sucesos desde los ojos más cercanos que vieron el acontecimiento. El único propósito al que deseo llegar es informativo y no planeo lucrar a raíz de este escrito. Mi nombre es Tomás C. y soy un hombre ordinario en esta ciudad delirante. Hace algunas tenebrosas semanas, mientras trabajaba en el garaje de mi casa, comenzó a rumorearse en la radio sobre la posible existencia de una identidad, cuya apariencia invisible ante el ojo mortal hacía temblar a la ciudad entera con su presencia fantasmagórica. He de reconocer que este hecho no me causó el mayor asombro que muchos hubieran querido ver desde el comienzo. El acceso a los libros y a la educación me habían permitido tener un cierto criterio respecto a varios asuntos tópicos y forjaron al hombre que lo fui durante largo tiempo. ¿Fuera usted capaz de creer que un hombre de ciencia como yo sería competente al creer semejante estupidez que me contaban? La naturaleza nos señala que hemos nacido para morir, pero no muerto para vivir. Lo que les contaré a continuación les dejará la sangre helando y posiblemente les haga volver a sus pesadillas. No planeo mentirles en absoluto, mucho menos hacerles creer sobre la existencia de espíritus.

Me mantuve escéptico desde el comienzo. La noticia se leía en los periódicos y en la boca de los vecinos. Hasta cierto punto era fastidioso escucharles. Soy un hombre taciturno y me complace la soledad. Escucharles desde la ventana fueron mi siguiente ocupación durante los días posteriores. Había comprado suficiente comida para un par de semanas porque las tiendas habían cerrado. No planeé salir durante esos días de mi hogar, tampoco me complacía. Atranqué las puertas, cerré las ventanas y las cubrí con tablas. Me mudaba al sillón en algunas noches de insomnio y otras en mi habitación. Soy de sueño ligero y de oído agudo. Era capaz de escuchar el sonido de una mosca a metros de distancia. Cualquiera que fuera el sonido, era capaz de mantenerme alerta. Los Lizardi, que era una familia que vivieron adyacente a mi hogar desde hacía más de ocho años, abandonaron su casa en el crepúsculo del primer fin de semana; con el pánico sobre sus rostros, precipitados por el tiempo de sus relojes; y a falta de segundos, salieron sin apagar las luces. A ellos se les unieron más personas, y ahora soy el único que habita en esta ciudad maldita.

Me disponía a averiguar los siguientes días del acontecimiento sobre el terror que había estremecido a la ciudad. Dispuesto a investigar, me armé con una linterna y un pequeño revólver que conservaba en buen estado dentro de un cofre desde hacía muchos años. Había sido una noche sofocante y desgraciada, conducida por los desagradables maullidos de los infernales gatos callejeros que habitaban sobre los tejados. Dichos felinos escuálidos entorpecían mis sentidos y me hacían tiritar sin razón aparente. Recorrí las estrechas calles empedradas en busca del famoso espectro que todos temían. No había rastro de la entidad en lontananza, de modo que regresé a mi casa un tanto decepcionado, cabizbajo, clavado en las hechuras de mis botas, hasta que tropecé con una pequeña hendidura de la banqueta. Me coloqué de nuevo de pie, sacudí mis rodillas y fingí que no había pasado absolutamente nada. Delante de mí estaban unos tipos que no se habían percatado de tal acto vergonzoso, y agradecí que no hubiesen descubierto mi desmañada manera de caminar. Sumidos sobre sus gabardinas y sus sombreros negruzcos, fumaban plácidamente. Fue entonces que me atreví a hacerles un torpe comentario:

Es una linda noche, ¿No es así, señores? Aunque considero que no es el lugar con las mejores facultades para permanecer quietos. El hombre invisible asecha entre la oscuridad. Quizá en algún callejón cercano...

Dichas palabras causaron un revuelo en los tres individuos, y uno de ellos se sacó el cigarrillo de la boca para decirme:

­—Es usted ya un hombre adulto, y discierne entre la información que es verdadera y falsa. Si a usted le apetece creer en cuentos para maricas, ¿qué más le podemos hacer? Ande usted a casa y déjenos conversar a gusto.

Créame usted, querido lector, que deseé la muerte de aquel condenado trío de estiércol. Al día posterior habían aparecido muertos dos de ellos, al parecer de un infarto al corazón. La noche siguiente me complací de sus infortunados destinos. Alabé a la mejor botella hasta el amanecer, pero más tarde me retracté de mis inmorales pensamientos perversos. El único sobreviviente que, al parecer, se cree que su locura le llevó al suicidio tres días después, habiendo hablado al respecto con las autoridades, dijo haber visto una sombra fuera de nuestra naturaleza. ¿Sería él capaz de haber visto cara a cara al renombrado hombre invisible, no tan invisible? Por largos días las personas temían salir de sus casas porque aquel ser rondaba entre las estrechas calles. Exhalaba y dejaba el rastro de una cascada humeante sobre las calles que recorría cuidadosamente entre los ventanales. No existía hombre vivo que pudiera verle sin antes caer muerto. O al menos eso era lo que se creía hasta entonces.

Había quedado de reunirme con unos sujetos en un jardín muy concurrido a cambio de unos pesos, por tomarse la molestia de esperarme. Dichos hombres, de aspectos desaliñados y corpulentos, dijeron estar aterradoramente sorprendidos sobre lo que habían escuchado; les había parecido que tales alaridos del hombre invisible revelaban el nombre de una dama. "Belén", decía el fantasmagórico ser, una vez tras otra, y dicha identidad persistía en su desesperada búsqueda, pero no recibía respuesta por parte de la mujer. Pero ¿quién era Belén? Nos preguntábamos todos a la vez.

El alcalde se enteró de dichas declaraciones y convocó a una reunión urgente con los mandos. Unos sugerían depurar la ciudad entera, en cambio, otros creían que eran falacias de los mismos mineros holgazanes para así poder abandonar sus puestos.

—Señor alcalde, con el debido respeto que usted y todos los que conforman esta junta se merecen, me parece que lo más oportuno ante esta situación sería arrestar a todas las mujeres con dicho nombre. Le tendremos una trampa a ese engendro abominable. De eso me encargaré yo. Le doy mi palabra—dijo su acompañante.

Todos asintieron sus cabezas y el alcalde, sin más que decir, cedió. El alcalde era un hombre de fe. Besó el cristo sobre su pecho y musitó a su acompañante al salir de la sala "que dios nos perdone por lo que habremos de hacer". Así pues, exhortó detener a todas las mujeres que se llamasen Belén, como una medida no intimidatoria, sino precautoria. Aquella misma noche, sobre la plaza, reunieron a cincuenta y siete mujeres, ancianas y adolescentes. Yo les veía desde la ventana de mi casa. Aunque más de un centenar de personas estaban reunidas, las calles estaban completamente en el silencio fúnebre e indescifrable. Veía el desconcierto de las mujeres, mirando en todas direcciones. El alcalde agradeció con voz recia que estuvieran todos presentes y advirtió que todo el terror que inundaba la ciudad pasaría con una mala racha, pero todos estarían mejor. Nunca en mi existencia había escuchado semejantes palabras de un mandatario. Me preocupaba la vida de las mujeres y de todos los presentes.

Así pues, un surco de vapor caminó alrededor de todas ellas, analizando a cada una detalladamente. El alcalde retrocedió, besando el crucifijo y rezando un par de palabras atropelladas. El hombre invisible se detuvo con la última mujer. Era una joven, hermosa, frágil, de pelo castaño y de ojos marrones.

Aquí está la mujer que busca—dijo el alcalde temblándole las piernas—. ¡Llévesela y no vuelva nunca más!

La mujer sorprendida, alzó sus labios al cielo, dando gracias con los ojos cerrados.

Lo que parecía ser el espectro del hombre invisible tomó las manos de la dama, y posterior a esto, le besó en los labios. Y mágicamente, el hombre invisible, recuperó los pigmentos de su piel de manera extraordinaria que mantuvo a todos estupefactos frente a la dama. Ya les he contado que soy un hombre de ciencia y este hecho me ha dejado pensando largas noches. Todos se escandalizaron y algunos huyeron a sus casas, aterrados, pues creían que el hijo de satanás había llegado. Se lograba apreciar que era un hombre barbado, robusto y, aparentemente, joven. He de declarar, ahora que analizo bien el motivo, que este ser tenía más vida que todos nosotros; Sentía y amaba. Deduzco en pocas palabras que era una persona. Comprendo que lo único que deseaba era ver a su amada.

Sin embargo, entre la multitud, apareció el sujeto que le había prometido al alcalde atrapar al hombre invisible. Sacó una pistola del bolcillo y le disparó por la espalda. Este hecho le hizo regocijarse, puesto que había acertado su tiro directo al pecho. La bala atravesó el corazón de la joven mujer, desvaneciéndose repentinamente sobre los brazos de su querido. El ser no había sufrido lesión alguna, a pesar de haber desarrollado un cuerpo material. Sin embargo, pasando los minutos, los dos yacieron sin vida sobre el suelo. Algunos rumoran que se trataba de una estrategia mal planeada para atraes turistas. En mi opinión, el ser invisible murió debido a que sus almas estaban conectadas.

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