LA PRIMERA VEZ QUE KIM MINYING LLEGÓ CON UNA HERIDA, Suho casi no había podido percibirla. Ella había esparcido nuevamente sus libros por la mesa, y se encontraba repasando lo que parecía ser Historia, seguramente la Segunda Guerra Mundial. Llevaba una blusa amarilla de manga corta, y una falda blanca a juego con sus zapatos. Mordía el lápiz concentrada, algo a lo que el chico ya se había acostumbrado.
—No quiero estudiar más—posó su mentón en el libro y estiró los brazos por delante.
Quizás ese fue su error, porque la mirada de Suho fue a parar al trozo de venda que sobresalía por debajo de la manga derecha.
—¿Qué es eso?—preguntó curioso echándose hacia adelante.
—¿El qué?—la chica giró su mirada confusa, y Suho señaló su brazo con la cabeza— ¿Eso? No es nada.
Minying sonrió tranquila en un intento de calmar su curiosidad, pensando que el chico no tendría el atrevimiento de acercarse a corroborar sus palabras. Pero que equivocada estaba. Incluso Suho se sorprendió de sus actos, pero cuando menos lo esperó se encontraba junto a la chica, con el brazo estirado con la intención de levantar su manga.
Y eso hubiera hecho si la rubia no hubiera cogido su mano con la mano izquierda. Otro error, pues Suho pudo ver la tirita color amarilla que cubrían sus nudillos y que tanto se había esforzado en esconder mientras estudiaba.
—¿Y eso tampoco es nada?—preguntó alzando una ceja.
Minying se sorprendió por su repentina cercanía; llevaban dos meses compartiendo sus tardes en esa tienda de cómics y nunca habían hablado tan cercanos. Suho miraba el contacto de su mano en su piel; su agarre no era fuerte, pero la mirada penetrante de la chica le impedía moverse. Su vista subió a sus ojos, oscuros, que le miraban con confusión; y entonces Minying apartó la mirada incómoda y el agarre de su mano desapareció.
—No es nada—se encogió de hombros.
Suho entrecerró los ojos, pero no se dio por vencido— ¿Qué te ha pasado?
—Golpeé a alguien—dijo sin mirarle, como si la Guerra del Opio fuera más interesante que su charla.
—¿Por qué?—insistió.
Pero la chica no estaba dispuesta a dar respuestas, así que sólo recogió sus cosas y se echó a dormir ignorándole. Suho notó que tenía un moratón en la pantorrilla derecha, así como una molestia en el costal izquierdo. Si que parecía haber salido de una pelea, ¿pero en qué líos se podría meter una chica como ella?
Suho se levantó a guardar el libro que ella había cogido ese día, y el suyo de paso. Se inclinó al ver como el pecho de la chica subía y bajaba a ritmo acompasado, no le había costado dormirse. Se tomó el tiempo de examinar sus largas pestañas, sus abultados labios en forma de puchero —cosa que Suho había notado que hacía siempre que dormía—, y su rostro pacífico.
En definitiva, no parecía alguien que se metiera en peleas, sino alguien que no había visto ninguna en su vida. Siempre que veía a Minying iba caminando dormida, hacía todo con mucha pereza y era realmente torpe. Nunca se la habría podido imaginar pegando a alguien, o esquivando golpes; tampoco quería verla haciendolo. Las apariencias engañan, concluyó Suho.
Se dio cuenta, nuevamente, de lo poco —o nada— que conocía a la rubia, y de las ganas que tenía de resolver ese enigma que Minying representaba.
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