Epílogo

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Con el paso de los días, las semanas y los meses, vino también el cambio de las estaciones. Pasando desde un calor abrazador hasta una gélida noche. Llegando así el tan afamado 8 de febrero. El invierno había llegado junto con las olimpiadas y ningún muchacho con dos dedos de frente se perdería la oportunidad de proclamarse ganador. Era por eso que ahora, entre tantos rechinidos y maldiciones, la multitud aclamaba a cualquiera de los jugadores que se viera capaz de darles la victoria. Dos institutos, dos equipos, dos capitanes y solo un trofeo.

Inuyasha corría a lo largo de la espaciosa pista, corriendo casi sin que sus pies tocaran el suelo y pasando hábilmente a sus contrincantes con solo dar un salto que fácilmente le daba la ventaja a su equipo. El suelo encerado hacía contraste con el sonido chirriante de las zapatillas de los participantes. El ojiazul paralelo a su posición se las arregló para esquivar a los tipos que le obstaculizaban la vista y le hizo un pase a su mejor amigo, arrancando vitoreos de parte de la mitad de la audiencia y groserías por lo bajo del equipo contrario.

—Keh, novatos... —Se burló y asestó un tiro libre. Ganando así otro punto para su grupo.

—¡Bien hecho, Taisho!

—¡Demuéstrales quién manda!

Los vitoreos y gritos femeninos no se hicieron esperar. Aclamando por el capitán que, al fin y al cabo, había mantenido su puesto luego de realizar una serie de pruebas que demostraban que estaba perfectamente equipado para ser el capitán del equipo. El mismo líder que, con seguridad, le traería la victoria a su instituto. No podía esperar para ver el resplandeciente trofeo en la vitrina del pasillo de la escuela. Otorgándole más prestigio al apellido Taisho de la misma forma en que hizo el imbécil de Sesshomaru cuando años atrás le tocó liderar el mismo torneo con su propio equipo. Se aseguraría de no convertirse en "la vergüenza de la familia" como cariñosamente Sesshomaru solía decir.

Su serie de pensamientos se vio interrumpida al escuchar el silbido del entrenador. Dando una advertencia general a todo el grupo de jugadores.

—¡Último tiempo! ¡Den lo mejor de sí!

—¡Sí! —Corearon.

Inuyasha ignoró la gota de sudor que se escurría por su frente y se centró en el partido. Solo diez minutos. Diez minutos y todo habría terminado. Era el cuarto y último período del juego. En poco tiempo sabrían quién sería el afamado poseedor del trofeo que lo coronaría como el mejor capitán entre ambas escuelas. Sonrió con arrogancia. Ese trofeo había sido creado para ser tocado por sus manos.

Vio al líder del grupo contrario debatir brevemente con sus compañeros sobre su próxima estrategia. No tenían tiempo que perder... Y ellos tampoco.

—Miroku, rápido, dile al resto que se centre en la defensa —miró ceñudo el marcador sobre sus cabezas. Apenas tenían dos minutos para organizarse. El último tiro había logrado hacerlos empatar, por lo que el próximo en asestar sería el ganador definitivo—. No podemos dejar que entren en nuestra zona de defensa.

—¡Entendido!

Ambas escuelas estaban preparadas para dar todo de sí con tal de ganar. Sabían que era el último esfuerzo antes de obtener un resultado claro y ninguno pretendía dar su brazo a torcer. El silbato sonó una vez más, anunciando el final del receso y el comienzo del último período donde todos tiraban a matar.

La otra escuela tenía el balón, lo que los dejaba en desventaja. El capitán del bando contrario fue el primero en actuar y con un simple gesto le indicó su nueva posición a cada integrante. Estos acataron la orden al instante y se desplazaron a lo largo de toda la pista con tal velocidad que los ojos de Inuyasha difícilmente habían logrado seguirles el paso. Los habían encerrado en una formación hermética que no le dejaba escapatoria a ninguno de los jugadores del equipo del ojidorado. Sus contrincantes estaban a pocos metros del aro listos para encestar y, aunque no lograran llegar a él, de todas formas no sería un impedimento debido a sus respectivas estaturas. Al verse acorralado, Inuyasha sonrió con confianza.

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