Collar

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La caída fue más bien un aterrizaje sin sonido

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La caída fue más bien un aterrizaje sin sonido. A diferencia de sus bruscas salidas de carácter, sus movimientos podían ser muy silenciosos cuando se trataba de escabullirse sin que nadie lo descubriera. Los ocho tentáculos se encogieron para frenar el impacto, el césped recién regado por el rocío lleno de arcoíris atrapados en las gotas moviéndose por las vibraciones y el agua estallando en un splash.

Los dientes de dragón volaron sobre sí mismos, el collar percibiendo sus movimientos contra su forma llena de metales. Alrededor del cuello de Mía, sentía el poderío de su alma y las vacilaciones de su propia mente mientras daba ligeros saltos. Los caminos de la mansión eran de las piedras de la cueva que les había dado refugio a los primeros amos de Alfa, a los hijos primogénitos de esos siglos de esclavitud.

Mía era como el mar de esos años, claro y por completo fácil de leer. Incluso en su forma actual, sus habilidades permitían sorber el jugo de sus memorias, de su poder dormido tras esos ojos, de la memoria colectiva que se encontraba en los pulpos. En el vaivén de su cuello, el collar afiló sus habilidades, introduciéndose en la raíz que formaba Alfa entre sus hijos, para su control y espionaje.

Mía se removió entre las rocas, sus tentáculos aferrándose a los bordes de la roca, gruñendo.

—Leviatán... —jadeó, su paso aletargándose cuando la mano fría de su cuello lo aferró y lo llevó al fondo de las memorias de su padre. El dolor se afiló, los ojos de Mía volviéndose botones rojos igual a la sangre de entre sus costuras.

Del Caos nació el Equilibrio.

La verdad más pura de este universo es que el Caos no es maldad. El mal, como concepto, es algo definido solo por y para los humanos. Al no pertenecer a esta especie ni a ninguna otra del mundo, los conceptos de bondad y de horror no se aplican a mis propias acciones.

En medio de las tragedias de la existencia, mis propias decisiones solo se prestan a las manifestaciones de mi Amo. El Caos, la máxima detrás de los tormentos y de los desastres con mayores víctimas. «Diabolo» lo conocen algunos, «Lucifer» es el preferido por la cultura más occidental. Hermoso y belicoso, si bien no nace de la crueldad, he de admitir que encontramos mucho más emocionante el desorden de la guerra al equilibrio de la paz.

Quizás hemos vivido demasiado tiempo para encontrar la tranquilidad alguna vez. O, quizás, soy yo quien nunca podrá hallar algo a lo que aferrarse. En las noches, tras acabar los últimos detalles de los preparativos para la siguiente jornada, es difícil no dejarse arrastrar por los pensamientos más extraños. Las almas más elevadas poseen cierta melancolía que se agudiza en soledad, cuando nuestros monstruos salen a la superficie y no hay mano amiga para combatirlos.

En esos momentos, la muerte es mi único anhelo. Ni siquiera logra aliviarme la perspectiva de ver a mi amo al día siguiente.

Enterrarme en el jardín es lo único que me confiere cierta paz. Me recuerda a los dulces inicios la presencia de gusanos a mi alrededor, el contacto de la tierra negra y húmeda contra mi piel desnuda. Si hay un equivalente al vientre materno para mí, es sin duda el terreno detrás de la mansión en el jardín personal de mi Amo. Allí donde comenzó todo para mí, cuando era una simple patata sin alma ni razón de ser.

MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora