Los goznes de la puerta crujieron al ser abierta, dos sombras sin definición entraron a la habitación. La luz de las velas apenas alcanzaba a definir sus rasgos, similares y masculinos como los de un padre y su hijo. Concentraban ambos su atención en la fila de libros de las estanterías, en las alfombras persas del suelo y en las decoraciones, absurdas y de otros tiempos, que dominaban cada superficie. Las siluetas del resto de los objetos formaban rostros sonrientes y sin ojos en la penumbra.
El mayor de ellos posó el candelabro a un lado, justo en medio de una de las pocas mesas despejadas. Con un gesto dramático, deslizó su mano derecha al bolsillo interno de la chaqueta sobre su corazón. Comprobó la hora, frunció el ceño y guardó el objeto con la misma teatralidad. De forma casi imperceptible, arrugó los labios en una mueca al volver su atención al más joven.
Sus ojos se deslizaron desde los zapatos a medio pulir, al chaleco ligeramente arrugado alrededor de la cintura, al levita de un blanco pergamino hasta la coronilla desordenada de cabello negro, último toque en el peor alumno de entre sus hijos.
—Trata de no quitarte los guantes. No quiero ni una sola huella tuya sobre las cosas del Amo, ¿comprendes? —Ladeó el rostro unos milímetros arriba mientras sus ojos negros daban otro repaso a la figura—. La próxima vez que te aparezcas así frente a mí, Mía, te asignaré la tarea de limpiar todo el piso de la mansión con un cepillo. Hasta uno de tus hermanos más pequeños puede mantenerse presentable.
—¿Ah, así cómo? Tengo mi uniforme y nadie me va a haber. ¿Cuál es tu rollo, joder?
El joven cruzó los brazos, rodó los ojos y suspiró en un gesto de irreverente fastidio. El hombre mayor suspiró de vuelta, masajeó el puente de su nariz y negó.
—«A ver». Del verbo "ver" -masculló, irguiéndose en un intento de relajar los músculos de su espalda.
—Esa verga.
—Mía.
—¿Qué?
—No evadas el tema. —Negó. Posó una de sus manos en su cintura, la otra señalando al más joven. La luz no alcanzaba a iluminar su mirada—. Podrás ser el favorito del Amo, pero llevo a cargo del servicio de esta casa por más de dos milenios. No permitiré que un Giovanni con el sentido del gusto y la elegancia en el ano venga a empañar ese récord irreprochable. La cagas, como dicen ustedes los jóvenes, y te demostraré los límites de mi paciencia, ¿comprendes?
—Ya. —Mía sonrió de lado, su expresión llena de un carácter que no disimulaba el placer de molestarlo—. Y no soy el favorito. Soy su hijo.
—Sí, y mírate aquí, siendo un sirviente incapaz de siquiera vestirte bien.
La mecha de una de las velas chispeó, por un instante reflejándose rojiza en las pupilas de alumno y profesor, las sonrisas por completo ausentes de sus expresiones. Si antes solo el sonido de las polillas resonaba en la habitación, ahora ni el animal más minúsculo se atrevía a moverse. Las figuras en los cuadros observan atentos desde su inmovilidad, el reloj de pie quieto ante la espera de la respuesta del más joven.
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Mía
HorrorEn la mansión de los olvidos, Mía busca el regalo perfecto para el Amo. Un sirviente imperfecto, en sus pesadillas recuerda servir al Padre del Caos. En su despertar, los maltratos de una estructura de poder castigan su diferencia. Sin embargo, Mí...