Gatos

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Ser un peluche era una serie de ventajas tras la otra

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Ser un peluche era una serie de ventajas tras la otra. Tenían capacidad para ocultarse en los sitios más pequeños, los rincones más cálidos de todas las casas, incluso era mucho más fácil el transporte cuando todos creían que era solo el juguete abandonado de algún niño. Sin embargo, también tenía ventajas a la hora de obtener información, de espiar. Mientras Mía se deslizaba entre los pozos de agua sucia y la basura abierta, devorada por los animales de la calle, chispas de los distintos usos de Alfa llegaban a su mente.

Preparaciones de atentados, espías a enemigos del Amo y de la estructura de servidumbre. Sin desearlo, todos y cada uno de los miembros de la línea eran piezas en el juego de esa casa llena de oscuridad y de peleas contra las diferentes morales de la vida. Mía, por supuesto, no estaba dispuesto a caer en el juego, así que se lanzó contra uno de los montículos de basura y cubrió sus ojos de botones con jugo de desperdicios. El aroma habría hecho vomitar a todos los demás miembros de su raza, pero para él era uno de los perfumes más agradables de esos últimos tiempos.

«Mía, eres el ser más repugnante que he conocido en toda la vida» exclamó el collar con un ligero gruñido en su tono. Parte de su cuerpo de usual belleza se manchó con la marisma de desperdicios, el peluche cubriéndose del lodo como un cerdo en una mañana cálida.

—Me gusta mucho la basura. Es agradable. Es caos y el caos es divertido. —Los tentáculos se concentraron en regar la mezcla sobre su sombrero, su piel, su boca entreabierta llena de dientes y de saliva.

«Eugh, tengo jugo entre mis uniones. Tendré que usar cloro para sacarlo», una arcada simulada en medio de más y más quejas que el peluche decidió ignorar. Su interés más inmediato eran restos de espinas de pescados masticados y tirados. Sin esperar otra palabra de su compañero de exploraciones, tragó el esqueleto con suaves arcadas hasta que el cuerpo desapareció por completo dentro de él.

Mía soltó un eructo que resonó en el basurero más cercano. Entre los dientes desiguales de su boca se atascaron unas cuantas espinas, dándole una extraña apariencia cuando sonrió de manera absurda.

El collar no tenía ni idea de la expresión del peluche, pero conocía a Mía como a sí mismo, así que declaró con cierta alegraría.

«Espero que te arrolle un auto.» gruñó el collar, los escalofríos de su voz sin llegarse a trasmitir con la totalidad del horror que intentaba ocultar tras la aparente liviandad.

Sin embargo, poco escandalizó a Mía esa combinación de terror y de diversión. La modernidad le daba gasolina como ninguna otra época, las contradicciones de los avances y los horrores maravillándole siempre que salía de la órbita de la Mansión. Cubierto de desperdicios, se sentía de nuevo en los años de guerra por territorios, de genocidio de pequeños grupos culturales y religiosos. El caos de los grupos organizados, del odio manifestado de manera sistemática en leyes sociales implícitas, era la fuente de poder de ese peluche arrastrándose entre los callejones.

MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora