-Capitulo 3-

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Nunca había tenido suerte en el amor. Desde pequeño, mi madre me hacía ver películas de distintos géneros, pero el romance siempre fue mi favorito. Soñaba con una pareja a la que amara con la intensidad de Patrick por Kat, o que mirara con el mismo amor que Sebastian a Mia, o que estuviera dispuesto a todo por un futuro juntos como Noah y Allie. Aunque debo admitir que los apodos cariñosos como "bebe", "amor" o "corazón" siempre me parecieron un poco espantosos.

Mi hermano Dylan era todo lo contrario: un mujeriego y el maestro de las apuestas, ya sea en cartas o en jugar con los sentimientos de las mujeres. Yo, en cambio, no me movía mucho más allá de mi lugar en las gradas del gran estadio. Venía aquí no solo para pasar el rato, sino también para escapar de todo lo que me rodeaba: los profesores, mi hermano y todo lo demás que no podía soportar.

Pero había una chica de la que no quería alejarme por nada en el mundo: Valerie. Siempre me pareció interesante. En clase, solía acercarse para preguntarme cosas y no paraba nunca, y esa rutina se estaba volviendo una parte vital de mi día.

Ahora, mientras miraba a mi alrededor, la vi. Comencé a acercarme a ella, esperando que no estuviera llorando, porque eso me destrozaría en mil pedazos. Al agacharme a su altura, pasó lo que temía: Valerie estaba mal. Sus ojos estaban rojos, su hermoso maquillaje se había deshecho, y la veía muy mal.

—Y cuéntame algo de ti, Aid —me dijo Valerie por milésima vez en la semana.

Después de clases, descubrimos que íbamos por el mismo camino a casa, así que siempre que podíamos, íbamos juntos.

—¿Otra vez, Valerie? —detuve nuestra caminata.

—¿Otra vez qué? —se dio la vuelta para mirarme a los ojos.

—Es como la quinta vez en el día que me preguntas eso. ¿Qué pasa? ¿Se te acabaron las preguntas? —le pregunté, dando un paso hacia ella.

—Eso no es verdad, nunca te lo había preguntado. Y no, ya quisieras que mis preguntas se acabaran, Aiden Scott —intentó mirarme a la altura, pero terminó tropezando en el intento.

—No puedo creer que hayas intentado desafiarme, Valerie —la sostuve por los hombros, y fue mi turno de mirarla a los ojos.

—¿De verdad crees que, por mi altura, no soy capaz de desafiarte, Aid?

—¿Me has llamado Aid? —fruncí el ceño, y mi expresión de disgusto fue inmediata.

—Sí, ¿hay algún problema con eso? —se acercó a mí.

Al darme cuenta de lo cerca que estábamos, entendí que no podía hacerle esto a Valerie. Nunca lo haría.

Me separé.

—Lo siento, tengo que irme, Valerie.

—Pero Aid, vamos en la misma dirección —dijo con una risa que podría escuchar durante horas si tuviera la oportunidad.

—Sí, pero esta vez voy a la casa de un amigo cerca de aquí. Hasta mañana, Valerie —la saludé y me fui en dirección contraria, casi corriendo. Olvidé el pequeño detalle: no tenía amigos. Irónico, ¿verdad?

Más allá de mi ataúdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora