Capítulo 5

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Capítulo 5

A pesar de sus esfuerzos, Anahí no pudo evitar ser extraordinariamente consciente de sí misma cuando entró en la oficina del sheriff. Había ido paseando y había saludado a varias personas con las que se había cruzado. Debería haber sido actriz, pensó mientras se dirigía hacia la parte de atrás del edificio y, más concretamente, al despacho de Alfonso. Sonreía a todos aquéllos con los que se encontraba, representando a la perfección el papel que había elegido.

Marjorie Tamlin alzó la mirada, tardó algunos segundos en reconocerla y después exclamó:

—¡Anahí! Casi no te he reconocido.

—April no ha podido resistir la tentación de arreglarme.

—Pues ha hecho un gran trabajo. Estás muy diferente, mucho mejor que el otro día. ¿Vienes a ver a Alfonso?

—Sí, ¿está en el despacho?

—Claro que sí. Siempre llega antes de las ocho y después se va al pueblo para ver cómo van las cosas. Es tan diferente de... oh, no importa. Le diré que estás aquí.

Marjorie llamó a la puerta del despacho y la abrió lo suficiente como para asomar la cabeza.

Anahí sintió un revoloteo en el estómago. Pero quizá estuviera llevando demasiado lejos su representación. Ella no era una adolescente que había ido a ver al chico guapo del pueblo. Era una policía que iba a trabajar con un colega. ¿A qué se debían entonces tantos nervios?

Alfonso se acercó a la puerta y se la quedó mirando como si fuera la primera vez que la veía. Anahí tomó aire. Al parecer, no iba a ponerle las cosas fáciles.

—Esperaba que llegaras antes.

—Me he entretenido un poco —Anahí le sonrió a Marjorie—. Hasta luego.

Alfonso se apartó para que pudiera pasar al interior del despacho y cerró la puerta.

—Estás muy distinta.

Se apoyó contra la puerta, se cruzó de brazos y la miró.

—He asumido una nueva personalidad. Incluso le sonrío a la gente cuando me la encuentro y he cruzado la calle para saludar a la señora Broderick, mi profesora de quinto grado.

Pero Anahí no quería seguir hablando de aquel tema; no tenía nada que ver con la investigación. Se acercó al escritorio y revisó los documentos que tenía encima.

—¿Has encontrado algo nuevo?

—En una sola noche habría sido difícil —Alfonso se apartó de la puerta para acercarse a su escritorio—. Sé que quieres respuestas, y yo también. Pero si no apareció nada hace doce años, dudo que pueda aparecer ahora.

—Lo sé —se apoyó en la mesa—. Entonces, ¿puedo empezar a hacer preguntas a todos aquéllos que vivían en Maraville en aquella época?

—¡De ningún modo!

—Tranquilo, lo último que pretendo es espantar a McLennon. Pero tiene que haber algo. ¿No lo vería nadie? Estaba lloviendo, pero aun así, si encuentro a alguien que lo viera salir de aquella carretera, o que viera sus manos al día siguiente... Sé que tenía alguna herida. Yo me resistí todo lo que pude.

—Hace doce años nadie declaró —dijo Alfonso.

—Pero si el sheriff pensó de verdad que había sido obra de uno de mis compañeros de instituto, ¿por qué me hizo salir del pueblo? ¿Por qué no hubo ninguna investigación en el instituto? Tampoco se presentó ninguna denuncia contra Maddie. Me gustaría haberlo sabido entonces. Me he sentido culpable durante mucho tiempo pensando que había arruinado su vida y la de April y Eliza.

Peligrosas mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora