Capítulo 7

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Capítulo 7

A la mañana siguiente, Anahí buscó el teléfono de Halstead en la guía. Encontró únicamente un número de Morning Glory. Esperaba que fuera el de la viuda del sheriff y que ésta supiera algo sobre los casos que había llevado su marido. O, por lo menos, sobre el suyo.

Anahí volvió a vestirse para mostrar un aspecto fresco como el de una flor, como solía decir Maddie. Se puso una camiseta de color claro y se maquilló ligeramente, sintiéndose un poco extraña al seguir aquellos rituales femeninos que normalmente ignoraba. Incluso se perfumó. Vaya, era increíble la cantidad de cosas que hacían las mujeres para atraer al sexo opuesto.

Sonrió pensando en cómo se reirían sus compañeros si la vieran.

Condujo su descapotable rojo, con la capota al descubierto, por supuesto. Tardó un poco, pero consiguió localizar aquella zona residencial del pueblo. Anahí dudaba de que el salario de un sheriff pudiera servir para costearse una casa en aquel barrio.

Aparcó en la acera y fue caminando hasta el porche y la puerta principal. Llamó a la puerta y, unos segundos después, le abrió una mujer de unos setenta años.

—¿Sí? —le preguntó.

—¿Señora Halstead?

—Sí, soy yo, ¿qué puedo hacer por usted?

—¿Es usted la viuda del sheriff Halstead?

La mujer asintió.

—Conocí a su marido hace mucho tiempo.

La señora Halstead sonrió.

—Qué amable. Pase. Jerry murió hace varios años. Todavía lo echo de menos, pero no quería hacerme caso sobre la dieta. Los médicos le dijeron que iba a sufrir un ataque al corazón y al final fue eso mismo lo que le pasó. ¿Trabajaba usted con él? —miró a Anahí con atención—. No, es demasiado Joven. ¿Le apetece un té frío o una limonada? Hoy está haciendo mucho calor.

La casa estaba fresca e invitaba a entrar. Anahí pasó al salón y miró a su alrededor. Los muebles eran cómodos y bonitos, pero no parecían especialmente caros.

—En realidad, no trabajaba con su marido. Pero él estuvo investigando un delito del que yo fui víctima.

—Oh, querida, cuánto lo siento, ¿atraparon al delincuente?

—No, que yo sepa. Por eso he pensado que me gustaría hablar de este caso con usted.

—Oh, no será posible, querida. Mi marido jamás hablaba del trabajo en casa. Siempre decía que quería mantener separadas su vida afectiva y su vida profesional.

Anahí se mordió el labio y miró de nuevo a su alrededor.

—¿Y no tendría un diario o algo parecido? ¿Una libreta en la que expresara lo que pensaba sobre los delitos que estaba investigando?

—No —la señora Halstead sonrió con tristeza—. A Jerry no le gustaba escribir. Ni siquiera escribía a su madre cuando estaba viva. La llamábamos por teléfono o era yo la que le escribía.

Un callejón sin salida. Anahí imaginaba que no iba a poder conseguir ninguna información de la mujer del sheriff.

—Tiene usted una casa muy bonita —dijo educadamente.

—Me encanta, y jamás pensé que podríamos permitirnos algo así. Antes vivíamos cerca del hospital. Pero ahora que estoy sola, no sé si me quedaré aquí. Cuesta mucho mantenerla. Creo que me iría mejor una casa más pequeña. Pero Jerry estaba tan orgulloso cuando me dijo que iba a comprar esta casa, que no he tenido valor para dejarla todavía.

Peligrosas mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora