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— amigo o enemigo —

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— amigo o enemigo —

La puerta de doble hoja se cerró estruendosamente de un golpazo y Kurapika esperó en la cama hasta que el apresurado y molesto taconeo de la doncella solo fue un remoto eco al fondo del pasillo. Salió de debajo de las sábanas y atravesó la habitación a grandes zancadas para comprobar lo mismo que otras tantas veces, que la puerta estaba cerrada con llave y que no había forma de escapar de aquella elegante jaula de la que tenía prohibido salir.

Volvió a propinarle un puntapié, frustrado, y deshizo sus pasos hasta el colchón, donde la mujer había colocado una camisa y pantalones cuidadosamente doblados. Chasqueó la lengua y se limitó a palpar el tejido de las prendas antes de hacerlas un ovillo y arrojarlas al suelo, irritado. Desde el principio, Kurapika se había negado a ponerse cualquier cosa que Chrollo le comprara, por refinada y cara que fuera: ya le fastidiaba tener que entregarse físicamente a él como para complacer todos y cada uno de sus ridículos caprichos.

Sí que había empezado a comer de las bandejas que las doncellas llevaban a su habitación en elegantes camareras de cristal. A obstinada petición de Leorio, todo hay que decirlo. Además, había escuchado de la mujer de ojos zafiro que Chrollo solía castigarlos si su peso bajaba demasiado o descubría que se descuidaban y corrían riesgo de enfermar. Se lo había hecho saber durante su última exploración física, cuando Leorio lo había reprendido por su súbita bajada de peso y llamativa delgadez.

Los reconocimientos médicos eran unos de los pocos protocolos que le permitían escapar de aquellas cuatro paredes entre las que se encontraba enclaustrado el resto de la semana. Siempre era igual: todos los martes dos hombres trajeados irrumpían en su habitación a las siete de la mañana, le esposaban las manos y lo escoltaban hasta la consulta que había al final del pasillo. Leorio se mostraba distante y tan profesional como de costumbre, intimidado por la presencia de la pequeña comitiva de Chrollo, quienes se mantenían en silencio en un rincón de la sala en caso de que su intervención fuera necesaria, miradas al frente y manos entrelazadas a la pelvis. 

No obstante, aquella rutina había llevado a Kurapika a averiguar varios matices importantes que habría pasado por alto de no haber pisado nunca aquella consulta. Había descubierto que dos mujeres se encontraban en la misma posición que él. A Alina ya la conocía: era la misma muchacha que lo recibió la primera noche que tuvo que enfrentarse a los abusos de Chrollo. Una belleza de ojos zafiro que irradiaba elegancia y erotismo y no parecía responder a ningún designio que no fueran los de su amo.

Raissa aparentaba todo lo contrario. Tenía la piel tostada y los ojos color caramelo, tan magnéticos como indescifrables. El pelo grueso y oscuro le caía sobre los hombros en rebeldes tirabuzones que le otorgaban un aspecto salvaje e impredecible, pero todo aquel encanto era eclipsado por la docilidad con la que respondía a todas y cada una de las órdenes de los perros de Chrollo. 

Al igual que Kurapika, procuraba guardar silencio la mayor parte del tiempo y esquivaba las miradas indiscretas del resto. No lo hacían por obediencia o por sentirse menos abrumados, sino que preferían esconder sus verdaderas intenciones del enemigo. Así lo había sentido el rubio cuando sus miradas se habían cruzado aquella mañana por un instante. Unos segundos habían bastado para transmitirse todo lo que no pudieron con palabras: 

𝐄𝐥 𝐭𝐞𝐫𝐜𝐞𝐫 𝐞𝐬𝐜𝐥𝐚𝐯𝐨 [LeoPika / KilluGon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora