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—  uñas y dientes —

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uñas y dientes

La tenue luz del sol que se filtraba por los ventanales y el débil murmullo de unas voces lo animaron a abrir los ojos, rescatándolo de sus pesadillas. No supo reconocer el techo de su nueva celda, ni tampoco su voz rota cuando un lamento involuntario escapó de sus labios al intentar incorporarse. El dolor que le atenazaba el cuerpo terminó de desvelarlo y su desorientación se esfumó cuando los recuerdos de lo sucedido la noche anterior le golpearon el orgullo con fuerza.

Aún podía sentir el tacto de aquellas enormes y pálidas manos descendiendo por su cuerpo, asediándolo e inmovilizándolo mientras lo acorralaba contra el colchón. Se sintió asquerosamente sucio y aunque trató de pensar en otra cosa, el espantoso recuerdo de aquel hombre volvió a estremecerlo cuando sus ojos se encontraron con los recientes cardenales que lucía en las muñecas y los muslos.

Sus sentidos se agudizaron un tanto cuando escuchó unas voces provenientes del otro lado de la habitación: una mujer vestida de doncella mantenía una tranquila conversación con un hombre alto y trajeado al que no supo reconocer. El tipo interrumpió su charla cuando sus ojos se cruzaron con los de Kurapika y su expresión se suavizó un tanto.

— Yo me encargo— le susurró a la criada, invitándola a salir de la habitación.

Ella asintió con la cabeza y el chasquido que produjo el cerrojo al cerrar la puerta puso a Kurapika en alerta, quien se apresuró a cubrir su desnudez con las sábanas cuando el hombre comenzó a pasearse por el dormitorio. El rubio se encogió bajo las mantas mientras observaba cada uno de sus movimientos, el temor instalándose en su pecho.

Sabía que no estaba en condiciones para un segundo forcejeo y también que su mente no soportaría que lo forzasen de nuevo. La idea de que volvieran a asaltarlo le produjo náuseas, obligándolo a estrechar las rodillas contra su pecho para sentirse más protegido de la mirada de aquel extraño que caminaba tranquilamente por la habitación.

El tipo se detuvo frente a una cómoda sobre la que descansaba un maletín, lo tomó y volvió a cruzar la sala para arrastrar una de las butacas que había junto a la puerta para sentarse frente a la cama del rubio a una distancia prudencial. Colocó el maletín con cuidado a sus pies y apoyó los codos sobre las rodillas, entrelazando las manos al tiempo que se inclinaba un poco hacia delante.

— Buenos días— comenzó el hombre con voz tranquila y una sonrisa agradable—. Siento haberte despertado tan temprano, pero quería verte antes de irme.

Mientras hablaba, sus ojos hicieron un examen físico del muchacho, reparando en los moretones de sus muñecas, las recientes marcas de sus brazos, los restos de sangre bajo las uñas, sus ojos hinchados y castigados por las lágrimas...

Kurapika frunció levemente el ceño y retrocedió hasta que su espalda quedó pegada al cabezal de la cama, escondiéndose de la aguda mirada de aquel hombre. Sentía cómo temblaba cada centímetro de su ser, suplicándole que huyera de la pesadilla en la que lo habían obligado a vivir, pero era consciente de que no sería capaz de dar dos pasos antes de que sus músculos engarrotados lo hicieran sollozar de dolor.

𝐄𝐥 𝐭𝐞𝐫𝐜𝐞𝐫 𝐞𝐬𝐜𝐥𝐚𝐯𝐨 [LeoPika / KilluGon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora