Hay personas que llegan para borrar el recuerdo de otras, son esas que te hacen sentir tanto que opacan a todas las demás. Sinceramente, no sé cuál es tu lugar en mi historia, si el hombre de mi vida, el correcto en el momento equivocado, el entrenador de pesas de mi corazón, o tal vez mi mejor amiga tenga razón, y solo seas esa piedra con la que no ceso de tropezar.
Es curioso que estuvieras hace tanto y yo te viera tan tarde al pasar. Me sorprendió descubrirte en las fotografías de mi primer cumpleaños, esa mirada de pícaro era la misma de hoy día. Los años te llenaron de orgullo y te convertiste en el típico chico que cree tener el mundo a sus pies, al que expulsaron de dos escuelas por su mal comportamiento. Puede que fuera precisamente eso lo que me hacía despreciarte tanto: ese aire de superioridad que emanaba de ti cuando nos cruzábamos por los pasillos, esos ojos que se pensaban irresistibles y presumían de poder conquistarme en cualquier momento.
Aquella tarde me seguiste en tu bicicleta hasta mi casa cuando salí del entrenamiento de fútbol. Por más que te ignorara, pedaleabas junto a mí y me hablabas de mil tonterías que me esforcé por no escuchar.
—En serio, Laura, ¿podemos hablar?
—¿Qué es lo que quieres? —me detuve, cansada de tu insistencia y a la vez curiosa por lo que tendrías que decir.
—¿Tienes novio?
—Pues sí, tengo tres —te respondí—, y tú no vas a ser el cuarto.
Bien sabes que no mentí, mi vida por aquel entonces era bastante intensa.
El que meses más tarde pidiera tu número y colgara la llamada tras escuchar tu voz, supongo que fue a causa del síndrome premenstrual, o puede que muy en el fondo sí me gustaras pero no lo quisiera admitir. Tal vez mis ansias de darle celos a uno de tus compañeros de clase, que me había mandado a volar tras dos semanas saliendo, sin darme mayores explicaciones, fueron la principal razón de que aceptara verte esa tarde. No lo sabíamos, pero aquellos besos fueron el preámbulo de lo que estaba por llegar. Y sin imaginarlo, nos estábamos subiendo a una montaña rusa sin abrocharnos los cinturones.
Nadie pensó que aquella locura pudiera durar más de un mes. Superamos sus expectativas. Casi me matan en mi casa por irme contigo al campamento sin avisar. Nadie en mi familia te quería debido a tus antecedentes de Don Juan, y ya sé, yo no era una santa, pero para ellos el extraño eras tú. Nunca les hice caso y transformé en monólogos todas sus discusiones con respecto a nosotros.
Estuvimos para el otro cuando hizo falta, nos tendíamos la mano para salir de los fosos de inseguridad y dolor, y construíamos escaleras hasta las nubes en los instantes de felicidad. Fue un año de complicidad y buenos recuerdos. Estábamos enamorados. Éramos el mayor desastre de la historia, una explosión cósmica, el caos más hermoso que podía existir.
Sin embargo, las mejores cosas resultan ser efímeras y, al igual que mis zapatillas de fútbol, nuestro amor empezó a desgastarse con el tiempo. Esas continuas llamadas que al principio quise ignorar, acabaron sembrando la duda. Fue cuando supe de su existencia. Ella era mucho más joven, imagino que una víctima más de tu seducción. Pero no tenía pruebas suficientes, así que mi Sherlock Holmes interno se apoderó de mí. Nos hicimos «amigas». Pobre niña ilusa. El que me diera la contraseña de su Facebook fue una muestra mayúscula de su deficiencia mental, pero el que no hubiese borrado tus mensajes, sin dudas era un nivel superior de imbecilidad.
Nunca me preocupé en exceso por tus aventuras, pues sabía que yo ocupaba siempre el primer lugar. No obstante, esa noche salió a relucir mi furia infernal. Sospechar era una cosa, pero comprobar que mis sospechas eran ciertas, ser la lectora de su novelilla barata, eso ya era demasiado. Sí, te grité, lo hice frente a todos. Tus excusas fueron absurdas, tus tartamudeos, ridículos. ¿Por qué seguiste llamando? Te dije que todo había terminado. No quería oír tus explicaciones, estaba harta de tus «Perdóname, me equivoqué, yo te quiero...»
Pero nos seguimos viendo, aunque no fuera del mismo modo. Dejamos de ser la historia principal para convertirnos en una secuencia de aventuras. Te vi con ella, me viste con él. Mas no podíamos reclamar lo que no nos pertenecía. Supiste que regresó a su ciudad y viniste a buscarme. Nuevamente tu orgullo herido quiso exigir lo que no le correspondía. No eras nadie para arrebatarme el teléfono, leer mis mensajes... No éramos nada, no era asunto tuyo con quién me escribía o dejaba de hacerlo. Regresaste, me escupiste en la cara, no hice nada, aunque no tenías derecho a tratarme así. Mi pobre teléfono pagó las consecuencias de tu ira. Aún guardo sus restos en una caja en mi habitación.
Eres un bastardo. Te odié, te odié supremamente, cruzarme contigo al andar por ahí me daba arcadas. Pero aún no he aprendido a usar el pasado como trampolín y volví a caer en tu red. Sí, soy una idiota, estoy consciente de ese hecho. Fue entonces que me ofrecieron la beca. El fútbol siempre fue mi pasión. No podía desaprovechar la oportunidad. Estuviste de acuerdo, siempre me habías apoyado cuando de ese asunto se trataba, y esa vez no fue la excepción. Tendríamos una relación a distancia. No era una novedad, ni mucho menos.
Al principio, como suele suceder, todo iba bien. Las cosas estaban funcionando. Hablábamos todos los días. Hasta que nuevamente se desgastaron las zapatillas. Las llamadas eran menos constantes, pero las ilusiones seguían intactas. Creer tus cuentos se convirtió en mi pasión, más que el fútbol mismo; tus promesas eran parte de mi rutina. Ella quedaría atrás cuando yo regresara. El asunto del bebé no era cierto, me decías. Nunca habías estado próximo a ser padre, solo eran invenciones de los que no nos querían ver felices. Nada me importó porque «masoquismo» es mi segundo nombre.
Aquella lesión en la pierna cambió mi vida, aunque no sé si tanto como la cambiaste tú. No podía volver a jugar, y mis esperanzas cayeron desde el piso cincuenta del castillo de sueños que me había construido, aplastándome sin compasión. Pero volveríamos a estar juntos y eso era lo más importante.
La última semana que estuve en el hospital te llamé. Faltaban días para mi regreso, estaba deseosa de verte. Y si los pedazos de hormigón de mi castillo no habían hecho suficiente, tus palabras terminaron de hundir el ápice de ilusión que conservaba. Que no te llamara otra vez me dijiste, así, sin más. Pero mis neuronas no captaron el mensaje y volví a llamar para tu cumpleaños. Tras mi felicitación solo quedó tu silencio. Cuando regresé quise contactarte, me ignoraste de todas las formas posibles. Lloraba como una niña (estúpida que soy) cada vez que te veía con ella. No respondías mis mensajes ni me devolvías las llamadas, así que gradualmente me fui acostumbrando a que no hicieras parte de mi vida.
Estaba rota, pero seguí andando, como supe hacerlo cada vez que tus juramentos me aniquilaban. Entonces lo conocí, él me hacía bien. Tenía con quien hablar, alguien que me hacía sentir especial, con quien olvidaba lo que antes me atormentaba. Yo no había aprendido a decirte «No», tú lo sabías y te aprovechaste de ello para volver a llamar cuando menos lo esperaba. Ebrio como una uva, aunque dicen que los borrachos nunca mienten, dijiste que me amabas, que no habría nadie mejor que yo para ti, ni nadie mejor que tú para mí... Me negué a verte, no quería arruinar mi nueva relación. Acabamos discutiendo, y por algún motivo pensé que volverías a llamar. Otra vez quedé como payasa, muy típico de mí. Me engañé creyendo que con él las cosas funcionarían. Resultó otro personaje secundario en esta historia.
Y aquí seguimos tú y yo, tan próximos pero tan lejanos... Te sigo amando. Sé que sientes lo mismo por mí. No hay nada que hacer; es el tiempo el que tiene la última palabra. En sus manos dejé todos mis sueños contigo. A él le entregué las risas, los enojos, los engaños y cada recuerdo que creamos juntos. Siempre seremos tú y yo, sin importar cuánta gente pase por nuestra vida. Hay cosas que no tienen mayor explicación, por más estúpidas que parezcan. Supongo que seguirte amando es la primera de esa lista. Al final, sigo siendo la misma tonta que cae rendida a tus pies, y tú... tú sigues siendo el error que yo volvería a cometer.
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Desequilibrio: Amores incompletos
Short StoryDicen que el amor debe ser recíproco para que sea completo. Cuando esto no sucede, siempre sale lastimado el que amó más. Cuentos cortos de amores no correspondidos, suspiros perdidos en el viento, besos que nunca llegaron a su destino, corazones em...