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Para Sarah, escribir era tan necesario como respirar

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Para Sarah, escribir era tan necesario como respirar. Las letras, más que una forma de expresión, eran su tanque de oxígeno. Fue a los siete años, después que su madre le pegara por llenar de arena la mochila de su hermano, que descubrió el poder de la palabra escrita.

Mamá me gritó, me golpeó en el brazo y me mandó de castigo a mi cuarto, garabateó sobre un cuaderno vacío que encontró en el escritorio de su padre, el primero de tantos que llenaría con sus ideas a lo largo de los años.

Escribir le ayudaba a entender mejor sus propios sentimientos. Los poemas eran sus confidentes. Plasmaba en papel sus miedos, sus dudas, cada emoción que experimentaba, todos los antagonismos que en ella habitaban... Era, simplemente, una parte sustancial de su existencia.

Jimmy, en cambio, escribía por diversión. A los once años le asignaron, en su clase de Literatura, redactar una composición sobre la célebre obra Romeo y Julieta. Sus argumentos fueron tan ocurrentes y, de cierto modo, novedosos, que no solo obtuvo un sobresaliente por parte de su exigente profesora, sino que se ganó la admiración de sus compañeros debido a su particular «don» de la escritura. Desde entonces, su vida se centró en crear entretenidos cuentos, que dieron lugar con el tiempo a novelas humorísticas de gran calidad. Su talento era innegable.

No obstante, una de las mayores similitudes de estos personajes, era que ninguno de los dos pretendía vivir de sus escritos, o darlos a conocer al mundo siquiera. Hasta que un día, sus opiniones cambiaron. Agradezcamos que ocurrió así; de lo contrario no tendríamos historia.

Navegando por Internet, una tarde como otra cualquiera, Sarah descubrió Wattpad. Al principio no entendió mucho en qué consistía, pero luego se volvió toda una experta. Seguía perfiles realmente fascinantes, o al menos así los consideraba. Solía leer sobre todo poesía, para nutrirse de los conocimientos de otros. Su amiga lo veía como un plagio de ideas, ella prefería llamarlo aprendizaje. Tras haber votado en cientos de libros e inundado la red de corazones y comentarios empalagosos, se resolvió a publicar su primer poemario.

Jimmy, por su parte, conoció la plataforma a través de un amigo, que le comentó una mañana de un modo muy casual:

—¿Sabes? Aquí puedes compartir esos cuentos que haces...

Fue así que inició su expedición en ese universo de letras y publicó algunos de sus libros de cuentos, que fueron muy bien recibidos en la comunidad de Wattpad.

Una noche, buscando con qué sustituir el vacío que sentía cada vez que terminaba de leer un libro, Sarah encontró el perfil de Jimmy. El nombre por sí solo captó la atención de la chica: Sargento24. Su foto de perfil era una caricatura de un soldado y al fondo se alcanzaba a ver lo que a ella le pareció un bosque. No había ningún tipo de información en su perfil, salvo las obras que había publicado. Aunque no era precisamente el género que acostumbraba leer, Sarah se dispuso a echarles un vistazo.

Los que pretendían ser unos minutos de lectura se transformaron en toda una madrugada de desvelo. Sencillamente no podía despegarse. La trama era demasiado atractiva, los protagonistas alocados e ingeniosos... La sonrisa que se dibujó en el rostro de la joven desde que sus ojos se desplazaron por las primeras líneas del Prólogo, seguía intacta durante la mitad del decimocuarto capítulo. Dos días bastaron para que acabara de leer el primer libro, luego el segundo... y en menos de un mes había leído todas las obras de Sargento24.

Mientras más leía, más se enamoraba de esos personajes, del cerebro capaz de poseer semejante intelecto. Supuso que detrás de esas palabras, se escondía un ser impresionante. La curiosidad carcomía cada centímetro de su alma. Dejó de lado la poesía. Una duda, bastante ridícula, pero que se había convertido en un verdadero misterio, daba vueltas en su cabeza: ¿Quién era Sargento24? Podría ser cualquiera, tal vez su vecino, algún compañero de la Uni, o quizás vivía al otro lado del mundo. Estaba realmente obsesionada con ese asunto, pero nunca se atrevió a preguntarle nada mediante la red. De cualquier forma, imaginaba que aquel chico (dio por sentado que era hombre) sería el tipo de persona de la que se podría enamorar, con hermosos sentimientos, sentido del humor... Lo había idealizado de un modo que ella misma llegó a catalogar como absurdo. Con el tiempo, aunque la incertidumbre no desapareciera, optó por dejar de lado aquella tontería del «escritor fantasma», y continuar con su vida.

Aquel martes, Jimmy se hallaba sentado en su cafetería favorita, disfrutando su latte macchiato. Era tradición que pasara por allí todas las tardes después del trabajo.

—Anda, Sarah, solo será un cafecito, llegarás a tiempo —le suplicó a la chica su amiga Tiffany, mientras caminaban cerca de la cafetería.

—Vale, pero que sea rápido. Papá llega esta noche y quiero ayudar a mamá a prepararlo todo.

Las jóvenes hicieron su entrada en aquel sitio, captando de inmedianto la atención de Jimmy, que no pudo evitar fijarse en aquella chica alta, delgada y de larga cabellera que acababa de presentarse. Tiffany realizó el pedido y, minutos después, saboreaban sonrientes sus bebidas. Entretanto, el muchacho, que no le quitaba la vista de encima a Sarah, decidió acercárseles.

—¿Les importa si las acompaño? —preguntó, con tal elegancia que Tiffany se apresuró a responder:

—No hay problema.

Los ojos de Jimmy se clavaron al instante en la mirada de Sarah. Era mucho más hermosa de cerca.

—Soy Jimmy, un placer.

Roto el hielo, tuvo lugar una conversación que se tornó bastante entretenida, pero en la que nunca se mencionaron ni los cuentos, ni la escritura, o cualquier tema semejante. Sarah no dejaba de mirar su reloj ni un segundo, aunque aquel chico le pareció muy simpático. Jimmy estaba a punto de pedirles sus números de teléfono, cuando la joven se levantó de golpe.

—¡Las cinco y media! —exclamó— Lo siento, ya debo irme.

Tiffany siguió sus pasos hacia la salida, dedicándole al joven una sonrisa a modo de despedida. Jimmy se encogió de hombros. «No fue esta vez», pensó.

Se hallaba sentada en el taxi que la llevaría hasta su casa, al tiempo que su mente divagaba por los cuentos de Sargento24. ¿Por qué razón? No lo sabía. Tal vez aquel chico de la cafetería se le asemejó a la imagen que se había creado del autor misterioso. Sacudió la cabeza, recriminándose en un susurro:

—Ya basta de tonterías, Sarah.

Desequilibrio: Amores incompletosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora