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«De acuerdo, te acompaño

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«De acuerdo, te acompaño...»

Cuatro palabras, cuatro palabras que no debí haber pronunciado. O tal vez sí, por eso de que «todo pasa por algo». Y si de cuentos se trata, cambiemos el «Había una vez», de Herminio Almendros por el «Así empezó todo», de Mary Nickson. Pues sí, fue de ese modo que comenzó: con cuatro palabras.

Para la mayoría de la gente que me rodeaba, era una chica bastante rara, supongo que tenían razón: siempre encerrada en mi propio mundo... pero es que en mi mundo era feliz, no necesitaba amigos, me bastaba conmigo misma. ¿Por qué razón abrirle mi corazón a cualquiera? Todo iba bien, pura estabilidad y paz en mi vida. Hasta un día...

Mi hermanastra siempre estuvo algo loca. No me quedaban dudas. Y eso de andar con un chico hoy y mañana con otro, no era novedad en su caso. Pero así, toda atolondrada, era la más próxima a mi edad en mi familia. Aquel día me pidió que la acompañase al parque de diversiones. Se encontraría con un chico y deseaba que yo hiciera de chaperona.

—Él irá con su hermano —me dijo—, tal vez te guste.

Su argumento no pudo ser más ridículo. ¿Cómo iba a gustarme? Pero al final acepté, pues salir de casa no era tan mala idea después de todo.

El parque, como era habitual, estaba atiborrado de personas, sobre todo niños jugando, corriendo de acá para allá y haciendo travesuras. En cuanto llegué, me dirigí hacia donde se encontraba el señor de las bicicletas. Había suplicado tanto aquel dinero. Mas no me importaba gastarlo en lo que de verdad me apasiona. El escalofrío en mi espalda al bajar aquella pendiente era la mejor sensación del mundo.

El tiempo pasaba y aquellos tontos no aparecían. Yo comenzaba a impacientarme. Kira, mi hermanastra, en cambio, estaba muy calmada. Hasta que sus manos acomodando su cabello me indicaron que aquellas figuras que se acercaban a nosotras eran, en efecto, a quienes habíamos estado esperando.

El mayor era de piel morena, alto, gallardo, de cabello negro intenso, paso firme, y a su lado... ¿Qué pasó? ¿Por qué razón el estúpido órgano encargado de bombear mi sangre se agitó de esa manera? ¿Por qué mis manos estaban tan frías y me sentía nerviosa? Parecía que me iba a dar un ataque. Sentí lo mismo cuando mi tía preparó aquella natilla de chocolate, me la comí desesperadamente, sin dejarla enfriar siquiera, mi tensión arterial subió y casi muero, pero lo disfruté tanto... Eso experimenté al ver a aquel muchacho delgado, de piel trigueña, ojos dormilones y nariz perfilada, que caminaba con tanta seguridad y se veía tan alegre.

El saludo del primero me sacó de mi trance:

—¡Hey!

—Chicos, ella es Crystal —dijo mi hermanastra, señalándome—. Crystal, ellos son Daniel —así se llamaba el mayor— y Alan —apuntó al del cuerpo de alambre esculpido por criaturas celestiales.

O sea, ¿qué? ¿Qué era lo que acababa de pensar? No era posible que aquello hubiera salido de mi mente. Algo raro estaba sucediendo.

Pasados unos minutos, decidieron ir a comprar algodón de azúcar. Fue entonces que aproveché para mencionarle a Kira:

Desequilibrio: Amores incompletosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora