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Despertar con la consciencia limpia y clara de un día repetitivo, además de largo, trae consigo una acallada tristeza que no puedo comprender, impalpable e inútil sentir que me hace vagar horas y horas dentro de mis propios pensamientos, ya que ¿A dónde más podría ir? Recorres los mismos rincones de anoche, con las mismas penas de siempre, con su punzante ansiedad generada por el futuro, pero ¿De qué serviría quejarse?

Con esas preguntas tratando de suprimir mi pesimismo ante el día, levanto mi cuerpo en un movimiento doloroso y poco humano, como si me hiciese retorcer el despegar mi consciencia de la suave pieza de nube que utilizaba como almohada. Todas las mañanas —que ahora, lo que llamaba "mañanas" eran las frías tardes de otoño— la habitación se veía más vacia y pequeña, no era una sensación sofocante, era un escenario a medio vaciar en el cual me encerraba aterrado ante un público exigente, durante las noches, una criatura asustada se oculta dentro de una cueva que parece ser habitada, pero cuando la luz inunda la pequeña entrada, le es diferente y acogedor, ya no es solo un refugio, es un hogar, hogar testigo de sus más profundos pensamientos además de sus acciones más banales y poco planificadas, una diminuta cueva en la que se acurruca oculto de todo aquello que pudiese juzgar su verdadero comportamiento. ¿Quedaba algo de un genuino cascarón de palabras?

Suelen decir que la gente que manifiesta ningún desperfecto con ir al infierno son capaces de volver.

¿Dónde había escuchado eso? Era un pensamiento tan lúcido que no me permitía concentrarme. Me planto fuera de la cama, estaba mareado, caminar es muy difícil, arrastro los pies hasta llegar a una pared en la cual recargar mi peso, dependiendo enteramente de mis débiles brazos, tembloroso, me incorporo correctamente con dificultad, se me propone en la mente dejar de fingir y muevo la cabeza en acuerdo conmigo mismo. Continuo con la rutina de la mañana con normalidad, ocultando mi rostro al andar por los pasillos de mi hogar, volviendo un secreto mis golpeados ojos rojos que tenían dificultad para mantenerse abiertos; con calma pero sin detenerme abro la primera puerta que se me presenta y me escondo dentro con la mirada borrosa además de mi débil cuerpo. Se mira al espejo pensante y difuso en el reflejo habitual del rito de las mañanas, junto con el golpeteo de la puerta que pretende asegurarse de que aún respire, en la acallada agonía que nadie comprende, la voz que se me había sido prestada a desaparecido junto con la identidad que creí tener, por ello, el reflejo es habitual, es familiar, pero me incómoda no saber quién me observa, se mira agotado, por si fuera poco, perdido, me hace sentir, no como la persona que camina cansada para llegar a ocultarse a un nuevo lugar, si no como la sombra que persigue el cuerpo inerte que implora por un descanso de su agitado existir, como el espectador que narra su pequeña aventura dentro y fuera de una cápsula que encierra las pruebas de su deterioro hasta quedar dormido, oculto aparte de protegido por una ceguera relajante que le permite pensar en nada, como el titiritero que finge una voz distinta en función del público que su apariencia llama la atención. Ya no quedaba nada genuino en ese reflejo, me rindo ante su mirar, vuelvo a la cueva a refugiarme de preguntas que no necesito hacerme.

¿Se piensa lo suficiente en cuan real es la idea de poseer un alma?

Mi mente vuelve a preguntar mientras exhala una humada calurosa que mantuve en mis pulmones por bastante tiempo, estoy esperanzado en volver a sentir, acompañado de melodías suaves que provienen de algún alejado vecino que duda constantemente que canción debería escuchar.

¿Qué podría dar a cambio de mi alma?

Una sonrisa burlona se dibuja sobre mis labios mientras intento leer lo que había escupido sobre el papel. Todo es insulso y sin propósito, autoficción del vacío irrelevante que siente mi alma, la repetitiva idea de que el climax de la pequeña, mi historia, tiene capacidad de trascendencia al futuro, jugando de mártir con la idea que expone que ese "Yo" de entre los cientos de palabras que endiosan mi trágico sufrimiento es aclamable y digno de ser profetizado como superación escénica de un futuro, pasado o presente que no le deseo a nadie. Ya estoy cansado de la primicia barroca del buen amor encima de los jóvenes mulatos observadores de la vida que juzgan y admiran cada detalle que ofrece, enamorándose de ese repetitivo ciclo de reproducción de la especie, buscando soluciones dulces que den aire a la oscura verdad que todos los días me niego a observar; con ilusión intento ver todos los días que se me dan, para así no sucumbir ante la incertidumbre de la realidad, su atemorizante red de posibilidades poco agradables, maquilladas por una sociedad cobijada con el arrullo de cantos solemnes de bienes morales y éticos, embellecedor acto de sociedad por domar su naturaleza, arrasando con la misma para dar los lujos más estrafalarios, propuestos por individuos que no tenían idea de lo que hacían, toma el piso más alto, el hombre de mayor capital, sujeto de mejor apariencia, ya alguien te envidiará, mientras su ego derrumba al gigante que otro anhela llegar a ser. El ciclo repetitivo de empoderamiento del hombre que todos veneran, me enferma describir la posición impuesta por nosotros mismos para que algún otro pudiese vivir de idolatría compulsiva de vagos sin futuro.

¿Qué podría dar a cambio de mi cuerpo?

De su purista y cambiante apariencia, contenedor de un alma pasiva que puede ser disipada con el soplido más endeble de voluntad. Con un cuerpo sumiso además de poco resistente, que, con vida o no, se acurruca nuevamente en el limbo infinito de entre las sábanas y su cuerpo, deseando la ceguera absoluta que le genera buscar su sueño. En el limbo de entre su mente y el infierno.

Cántares De Un VagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora