Despertar con la consciencia marchita y dañada, en medio de un zumbido lejano en el cual se escuchaban pisadas pesadas de un caminar arrítmico, se multiplican con el eco alejado del tiempo que se tambalea en el chasquido que producen mis leves latidos. Abro los ojos por la presión atmosférica que altera mi cuerpo pero no mi mente, desnudo en el mismo lugar en el cual me quedé dormido, con todo color siendo sustituido por tonos de negro con valores distintos, la luz casi blanca entraba por lo que tenía como propósito llevar una puerta, acercándome a ella, siento una temperatura considerable, la luz con esencia de fuego parece desintegrar mi cuerpo en cuanto lo acerco a ella, mis ojos, asustados, intentan enfocar nuevamente lo que observan, la sensación es como si mi alma penetrase de vuelta en mi cuerpo, aferrado a ese contenedor endeble que le pertenece, me devuelvo a luz, esta vez sin sentir nada parecido a lo que hace momentos experimenté. La endeble luz azul que había entrado a mi cuerpo se extiende sobre él, apropiandose de cada rincón articulado de sí, como si de nuevo aprendiera a moverlo, inocente y curioso se adentra en la el brillo que le deslumbraba. Donde reinaba la paz que constantemente le traía el sueño profundo que navegaba mientras escuchaba los latidos de su madre, gateaba sin sensación ni razón, en el limbo descolorido en el que su cuerpo intentaba correr, ya no sentía «nada», porque esa «nada» que estaba arrastrando se disipó al ser tocada por el pasaje que lo trajo a este lugar. Aunque ahora podía sentir sus labios dibujarse en distintos puntos de su rostro, aunque ya no le fueran sus párpados pesados, incluso aún, con sus manos finalmente dejando de temblar, mi consciencia colmada además de cegada no deja de preguntarse qué es lo que vemos, pero nuestro cuerpo no siente más estos pensamientos, son vagos, pensamientos vagos que nuestro cuerpo ignora porque si no hay llanto no hay tristeza y sin carcajadas no llega la felicidad, sin gritos no hay enojo. Este cuerpo no lo mueve más la convicción de sus palabras, ahora es un cuerpo decapitado, que sin razón o propósito camina más allá de la gigantesca luz que lo alcanzaba, un cuerpo libre de ese tormento con el que cargaba, ahora no es más que un recipiente escurridizo del cual sale una pequeña llama azul, negándose a desaparecer, se esconde detrás del monumento sin cabeza que desangra confusión. Fortaleza alegre que le da poder caminar de nuevo, habiendo vomitado ese fuego ingenuo ¿Había sido eso, lo que todo el tiempo nos había hecho sentir así? Porque ya no sentimos «Nada», y dejamos de recordar esa sensación al alejarnos de esa fogosidad, un ardor extrañamente familiar, al cual, por costumbre, al parecer, me despido, junto con el cuerpo que gateó, que caminó y que ahora corre libremente por el mismo lugar dónde había quedado dormido, debajo del techo que cuidó de mí por varios lustros, corriendo con alguna extraña sensación de exalto que me permitiría describir como «Emoción». Ya tampoco tengo recuerdos, solo me abalanzo sobre la puerta que gritaba ser mi escape, la vía rápida de todo lo que no sentimos.
Tal vez, eso que dejamos atrás era o fue nuestra más querida escencia, pero yo, que soy solo un cuerpo moribundo, uno cuyo deseo es sentir esa vida dentro, jamás podrá encontrarlo anclado a falsedades moralistas y autocompasión elocuente de un alma que no hace más que lamentar su propia pena. De mí pecho, se origina el punzante dolor de la frustración que ardía cada que mi llama salía de mí, como si intentase respirar, como si el estar afuera le ocasionase el mayor de los bienes, se exponía a la luz que me arrullaba en un lugar que supone ser mi hogar. Escucho las puertas abrir y cerrarse, sigo merodeando sosteniendome de la pared, aferrado a los muros que suponen darme protección, impenetrables invitaciones de discreción, que detrás de ellos manifiestan y transforman aventuradas conciencias que reaccionan ante quien les visita. El físico sonámbulo que paseaba por este espacio inexplicable, tropieza cientos de veces delante de esa escencia en la que me he convertido. Aún la empatía que siento por ese costal de mentiras me vuelve capaz de percibirlo como algo distinto a mi, no obstante, se derrumba nuevamente ante la claridad de sus acciones, en efecto, ya no era algo vivo, era un vacile de el conjunto ficticio de su ser, ya no es más apariencia, no solo es propiedad intelectual de un fino pensante que pudiese hacer algo con él.
Un cuerpo que se sentía libre de su obligación de experimentar las emociones que su propia naturaleza divina y sombría le orillaban a sentir, ahora, está botado en medio del espacio que no parece ser propio de un recipiente agobiado que carece de independencia, de lo mucho que pretende a la perfección, a su bienestar emocional. Ya lo había deshechado, ya se había preguntado cuando alcanzaría esa epifanía impalpable, cuando llegaría ese puro sentimiento que apacigua el dolor que le inunda en cuanto el silencio adormece sus labios, duerme a sus tímpanos, revolcándose entre el misticismo abrumador cuya única función era desprender de su alma la poca escencia genuina que en algún momento fue dichoso de conservar.
Este lugar, parecido a aquel donde ese ruido sordo se reproducía entre gimoteos de dolor y desdicha, acallados con un mano en la boca mientras otra sostiene su corazón. Este lugar, donde la chispa que conservaba la luz de su alma le era arrebatada, lo deja caer, se desprende de este sueño complicado, lo abandona a su suerte. Le dejaría morir ¿Para siempre, por la eternidad? Era difícil de asimilar, sin embargo, no le habían privado de vida, por más extraño que pudiese parecer, por más muertos que se vean sus ojos, sin importar cuan destruido está por dentro, él puede vivir.
No será privado de vida, sino, de su escénica volatilidad espiritual.
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Cántares De Un Vago
General FictionAdormilado por el cantár de su propio ser, vida, muerte, paz y lujuria gritan para hacerle despertar. ¡Grita aquí dentro, todos te vamos a amar!