Aquel acantilado.
Ella se situaba en el borde, pensativa solo le acompañaba el aire que rozaba su mejilla dejando su cara al descubierto, se sentía libre, pero le faltaba algo.
Las lágrimas se deslizaban por su rostro, cada vez más deprisa, cada vez dolía más.
El aire era su mejor compañía, le daba pequeñas caricias, esas que nadie más supo dar. El dolor en el pecho era cada vez más fuerte, no sabía qué hacer, no sabía cómo actuar, había entrado en bucle.
El silencio, los últimos testimonios de esta triste historia, donde el aire se quedó solo, sin ella.
-M.