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Después de una extensa mañana repleta de compras en las mejores tiendas de Culiacán, el señor Vicente y yo regresamos a la intimidante mansión que se despliega a las afueras de la ciudad y en la cual me cuesta creer que viviré bajo sus techos. Las cautivadoras flores que están en una perfecta sintonía con las estatuas que permanecen en la extensión del jardín delantero captan mi total atención en lo que dura el trayecto desde la entrada hasta estar frente al recibidor de la entrada de la casa.
Una vez detenidas las dos camionetas que acompañaban esta y que también llevaban todas las bolsas con las compras de Vicente se detuvieron, desde el exterior abrieron la puerta permitiéndome bajar primero, así como también ser la primer privilegiada en ver a Hanna parada bajo el marco de la puerta lanzándome una mirada de todos menos bonita y reconfortantes, es más, sin conocerla igualmente me daría el lujo de admitir que sus gestos delatan que desea ahorcarme en este momento.
Solo puedo bajar la mirada evitando que mal interprete mi incomodidad y espero hasta que Vicente se sitúe delante de mí para poder detallar mejor la escena.
Hanna escoltada por Ana María, su hermana, y finalmente una Julliana con una mueca de preocupación dirigida hacia mí.
—Julliana llévate a Regina al cuarto.
—No—La voz determinada y dominante de Hanna detiene a la empleada.—La mosca muerta no va a ninguna parte.
—Juliana obedece y tu cierra tu bocota, que la mosca muerta a la que le faltas el respeto te está haciendo un favor.
—¿De qué favor me hablas, Vicente? Está vendiéndonos el plebe, tampoco para que me faltes el respeto por ella.
—Entremos y hablemos, Hanna.
—No, tu aquí no entras después de haberte revolcado con esta fuera de la casa.
—¿Hubiese cambiado en algo si lo hacía aquí o me iba?—Vicente la observa como si le hubiese salido una segunda cabeza y la mujer de cabello grisáceo baja los escalones de la entrada teniendo cuidado pues lleva sus impresionantes tacones de unos cuantos centímetros más altos de lo que permite la regla de la moda para los tacones durante el día.
—¡No sea descarado! ¡Ese no era el trato, Vicente Zam—
—¡Por Dios, Hanna! ¡¿Qué esperabas mija?! ¿Que al plebito lo trajera la cigüeña volando? No seas inmadura y pásale o te hago entrar. Julliana muévete.
La señora obedece y pasa por su lado hasta llegar a mí y asentir con su cabeza en un gesto para que la siguiera, sin ganas lo hago pero cuando paso por el lado de Hanna esta me detiene dándome una bofetada que no esperaba.
—Perra.
Mi rostro se gira por inercia hacia dónde está Vicente atónito, no tarda en reaccionar y con poca delicadeza y a rastras se lleva a su mujer dejando una clara orden de que el hombre detrás suyo -del que no me había percatado su presencia- impida que Ana María reaccione como su hermana.
—Ay querida—Susurra acongojada Julliana mientras baja mi mano que hacía presión en mi rostro el cual arde y punza.—Vamos a ponerte hielo ahí—No me deja protestar pues esta vez ella también me arrastra hacia la cocina con rapidez, una vez allí se toma el tiempo necesario para asegurarse de que no quedará ninguna marca más que esa inflamación roja que supongo que pronto desaparecerá.

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Únicos | Vicente Zambada |
FanfictionEstaban destinados a ser uno porque eran diferentes. Eran diferentes entre ellos y eran diferentes al resto, eso, casi que los hacía iguales y permitía que esa magia que entre ambos había fuese única y eterna. Pero... ¿Realmente jamás acabaría? ¿Exi...