Estaban destinados a ser uno porque eran diferentes. Eran diferentes entre ellos y eran diferentes al resto, eso, casi que los hacía iguales y permitía que esa magia que entre ambos había fuese única y eterna. Pero... ¿Realmente jamás acabaría? ¿Exi...
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Mis manos tiemblan y ya no sé cómo controlarlas, no cuando los nervios y el miedo me consumen y me hacen sentir estar rodeada de oscuridad pura, metida en un hoyo que yo sola cavé y en el cual decidí meterme.
Exhalo con lentitud aunque se ve entrecortado por el latir desbocado de mi corazón y el ardor en mis ojos que intentan contener el llanto que llevo guardado por el miedo.
Vicente deja las llaves de la puerta del último piso del edificio al cual nos trajo y me permite el tiempo para que observo a mi alrededor el departamento.
—Este departamento será tuyo si así lo deseas, es una de las mejores propiedades de Culiacán y lo mejor, es mía.—Dejo de observar el ventanal que reemplaza una pared completa brindando una bella vista de la noche simplemente iluminada por las luces de las casas que a esta altura se hacían pequeñas.—¿Gustas algo para beber?—Niego y en silencio presencio como abre una botella de un licor que no reconozco, sirve en dos pequeños vasos e ignorando mi respuesta anterior, me extiende uno hasta tocar mis labios mientras él se lleva el suyo a los suyos sin bajar ni romper nuestras miradas.—Te ayudará a que te relajes.—Me habla bajo mientras me incito a tomar, respiro con profundidad con la intención de aceptar el vaso y beber de él ignorando el ardor que se produjo luego en mi garganta y el temblor descomedido en mis manos.
Noto como sonríe pero con rapidez borra ese pequeño gesto y pasa a mi lado para cerrar las largas y blancas cortinas del precioso ventanal.
Es ahora cuando me obligo a comenzar a pensar en otras situaciones que me ayuden a ignorar el momento que está por suceder.
—Quiero que te relajes.—El tono de voz de Vicente es suave y baja, intentando transmitirme paz y tranquilidad, que increíblemente consigo después de que nuestras miradas estén fijas por más tiempo del que alguna vez me atreví a ver a un hombre, la primera vez que me permite y me permito observar a detalle sus ojos, esos ojos que podrían intimidar a cualquiera hasta hacerte temblar del miedo y aterrarte si se lo propone pero que ahora expresan todo lo contrario, parece estar relajado y concentrado en otra cosa.
Cuando me percato es cuando siento sus manos acariciando con suavidad mi cadera acercándome a él lo más posible sin juntar nuestros cuerpos aún, esperando mi reacción que claramente no fue una negativa por más que no me agradara.
Dejo escapar un largo suspiro permitiéndome cerrar mis ojos, las cálidas yemas de sus dedos rozan y queman la piel de mis brazos cuando hace un camino hasta mi clavícula para apartar los mechones color chocolate que caen por sobre mis hombros.
Un escalofrío me recorre y siento la necesidad de removerme cuando sus labios rozan los míos, hasta que noto que él está igual de nervioso que yo, esquiva mi mirada concentrado en mis labios y toda su paciencia parece desaparecer cuando acabamos de retroceder, mi espalda topa con la pared y finalmente choca nuestras bocas convirtiendo un roce en un beso que al responderlo se torna en salvaje.