Estaban destinados a ser uno porque eran diferentes. Eran diferentes entre ellos y eran diferentes al resto, eso, casi que los hacía iguales y permitía que esa magia que entre ambos había fuese única y eterna. Pero... ¿Realmente jamás acabaría? ¿Exi...
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En completo silencio caminé evitando observar a detalle la casa donde las tres personas me habían traído, hasta el momento no había notado nada extraño en ellos que me hiciera sospechar que fuesen algún tipo de amenaza para mí, sin embargo no podía bajar mis alertas.
—Chentito ¿Quieres que me encargue de...?
—No te preocupes quédate conmigo, Teresa ve a descansar y si puedes encárgate de que Hanna no aparezca.
¿Teresa? ¿No era Ainora? Abrí mis ojos y presté mucha más atención. ¿Que no apareciera quién y por qué?
La muchacha me sonrió con pena, pasó a un lado del hombre que parecía el mayor, le susurró algo y se perdió por uno de los pasillos de la planta baja de la casa que al parecer tenía tres pisos.
—¿Prefieres ir a descansar o quieres llamar a alguien?
—Prefiero que me digan por qué me trajeron a aquí.
—Yo creo que es mejor que aceptes descansar plebe.—El hombre al que mordí se paseó alrededor de la sala cruzado de brazos.—O cenar ¿Lo hiciste ya?—Con un poco de pena asentí justo cuando mi estómago sonó delatándome, realmente había dejado mi comida apenas probé el primer bocado justo cuando quemé mi boca y no tenía un vaso, el comienzo de la discusión de esta noche entre mis padres. ¿Ya se habrán percatado de que no estaba en casa? ¿Ya habrán llegado las autoridades y...?
—Ve y ordenale a una de las muchachas que le prepare algo de cenar y que se aseguren de que el cuarto de huéspedes esté en condiciones para hospedarla.
Serafín asintió y salió de la sala. El tal Vicente se sentó en uno de los preciosos y carísimos juego de sofá, hizo un ademán con su mano invitándome a sentarme enfrente de él y sólo lo hice por educación.
—¿Eres mayor de edad?—Alcé mis ojos pero aún así no fui capaz de verlo a los ojos, verdaderamente su mirada tan profunda y seria me intimidaba. Asentí con duda, no sabía si era lo correcto confesar aquello.—¿Cuántos años tienes?
—Diecinueve.
—¿Cómo? No te alcanzo a oír.
—Diecinueve.—Pronuncié más alto pero aun así mi voz tembló.
—¿Cómo te llamas?
—Regina.
Él asintió y se quitó su saco con tranquilidad sin ningún dejo de nerviosismo u otra emoción. Se estiró hasta alcanzar una botella de whisky del pequeño estante de la mesa de living, tomó un vaso, se sirvió y me lo ofreció con una seña pero negué, yo no bebo.
—Vicente.
Dejé de mirar sus acciones y aproveché que no me miraba para observar su rostro, sus facciones tan masculinas, concentradas y serias, aunque extrañamente también podía deducir que se hallaba cargando un cansancio desde hace mucho tiempo.