Relee la columna que debe enviar mañana al periódico y sonríe satisfecha.
Siempre deja el título para el final, aún no está muy segura de cómo nombrarlo. Anhela que le surja algo antes de las seis de la tarde o tendrá que recurrir a las antiguas estrategias del helado.
Observa a Dino, Otto y Luana que duermen con mucha comodidad sobre sus piernas y tiene el mismo debate interno de cada mañana: sufrir al desacomodarlos; luego recuerda que duermen 16 horas al día y se le pasa. Los demás notan que por fin está dispuesta a levantarse y maúllan exigiendo su desayuno.
Recorre la estancia y evita alzar la vista cuando pasa frente al espejo. No ha dormido más de tres horas y está segura que debe tener unas ojeras igual de grandes a sus tetas.
«Y con la misma horma»
—Te habías tardado en aparecer —masculla en respuesta a su peculiar consciencia.
Emilia, a diferencia de muchos, considera que hablar consigo mismo en voz alta, cuando pasas la mayor parte del tiempo solo, es sinónimo de cordura... O de desesperación para no perderla.
«Me gusta darte tu espacio mientras escribes. ¿Qué tal te parece "Nuevo año, misma mierda" como nombre para la columna?»
Rueda sus ojos, aunque no le parece tan mala idea si fuera para un blog personal. Y mientras espera que la cafetera haga su maravilla, vierte la comida para gato en los seis recipientes.
—Además, este año será diferente, seremos más positivas —murmura.
«Si lo dices porque tu vagina...»
El sonido del timbre interrumpe el peligroso rumbo que tomaba su consciencia a horas tan tempranas y se dirige a abrir la puerta aún con legañas, hambrienta y bastante extrañada de tener visitas un lunes a las ocho de la mañana.
Cuando su mirada se topa con esos ojos, en esta ocasión de un verde más oscuro, selvático y peligroso, y antebrazos de leñador profesional, no tarda ni dos segundos en arrepentirse por haber huido del espejo y no haberse tomado, por lo menos, un vaso con agua.
Y como si un interruptor interno se encendiera involuntariamente, su mente prioriza cada una de las imperfecciones que hace dos segundos no le importaban en su cuerpo y las intensifica junto a cada lagaña, bata de abuela, pies descalzos, cabello revuelto y el mal aliento que normalmente existe al despertar.
«Tú deseando que sea esa roble el que te parta, ¿y lo recibes así?... De verdad que no nos ayudas»
—Evidentemente no te esperaba, lo siento —susurra.
¿Qué mierda hace aquí?
Su mirada no se aparta de la de Emilia, y la expresión de parecer peleado hasta con el aire no cambia.
—En la estación me dijeron que necesitas ayuda con el arreglo de tu cocina y la fachada.
—¿Y por qué tú?
—¿Tienes algún problema con que sea yo? —Se mosquea aún más—. ¿O por qué te disculpas por no estarme esperando?
«Será porque te vio las tetas y huyó»
—No... —Carraspea—, creí que eras tú el del problema conmigo. Incluso ese día parecía como si jamás me hubieras visto en la vida y ni por accidente quisieras volver a hacerlo.
—Hum, sí. Doy esa impresión muy seguido, no es nada personal. —El mal humor parece disiparse y solo queda la agria seriedad—. ¿Me dejas pasar? Aquí tengo las brochas y lo demás está en el auto.
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Una cita con la vida
RomanceEmilia North. 29 años, un trabajo estable, casa propia, un amigo disfuncional, seis gatos, curvas de voluptuosidad pronunciada y carne de excesiva sensualidad. Para Emilia, esos no siempre han sido atributos, sin embargo, se adhiere a la ley de conf...