—¿Café? —le ofrece Emilia en el instante que ingresan a la instancia y el silencio los aborda.
—Sí, por favor.
«Y ahora resulta que tiene modales, ¡qué raro! Opino que desconfiemos más».
Aunque intenta ordenar su mente y obtener respuestas antes de preguntarlas, él y las situaciones siempre han sido tan extrañas que es imposible imaginarse qué va a decir o hacer. La opción más sensata es no pensar en ello; solo es tiempo y estrés innecesario. Justo ahora las posibilidades son infinitas y el café demora cinco minutos en estar listo.
Por varios segundos, lo único que se escucha es la cafetera, a Kitty intentando alcanzar una lana insignificante que se desprende del delantal de cocina y dos más de sus mascotas merodeando alrededor de las enormes piernas de Roger; quien decide tomar a Otto en sus manos y extrañamente este no se remueve como lo hace con la mayoría. Es esquivo e inquieto, no le gusta ser cargado; sin embargo, Roger tampoco busca acariciarlo o jugar con él, toma asiento y lo deja sobre sus piernas. Bigotes lo observa de lejos con recelo.
«Bigotes me representa» —señala Wanda.
Los tres restantes deben estar dormidos en alguna parte del armario, el baño o la zona de ropas, a veces no les interesa mucho socializar y esos son sus lugares favoritos para estar.
Emilia toma una respiración profunda y temblorosa cuando se enciende la luz verde del aparato, pues aún no se siente lista para enfrentarlo; está nerviosa y ansiosa. Su experiencia es nula en todo lo relacionado a las nuevas sensaciones que le despierta, apenas lo conoce y el debate interno es cada vez es mayor. El hecho de no lograr saber porqué y qué siente, o simplemente apartarse por completo, ya es lo suficientemente inquietante.
«Y excitante, admitelo».
Obviando ese punto, que en realidad es bastante incómodo, puesto que jamás se ha sentido intimidada cuando está en reuniones del trabajo con muchos hombres, al hablar con su jefe o conocer personas nuevas en las fiestas de la empresa, ahora se encuentra debatiéndose en qué más podría hacer para darse tiempo.
—¿Azúcar, canela, ambas?... —Las palabras brotan antes de que pueda hilar la pregunta completa—. También podría ofrecerte ron o whisky para el café, pero recuerdo que no bebes y que tampoco tengo, así que...
«No intentes bromear con un posible asesino-desequilibrado mental. Los chistes malos como ese pueden acelerar tu final».
«—¿Puedes dejar de ser tan dramática? Se supone que eres la relajada de las dos».
«¿Acaso no te parece extraño que se demore tanto en contestar? Sé que tiene el humor y la decencia en el culo, pero no era para tanto».
Un carraspeo a pocos centímetros de su espalda la hace saltar y derramar levemente el café que servía, causando un pequeño ardor en dos de sus dedos.
—¡Auch! Demonios.
—Discúlpame, no quise asustarte. ¿Estás bien?
—Estoy bien, no fue nada.
Se gira para observarlo con una sonrisa avergonzada y se lleva el dorso de sus dedos a la boca —justo sobre los falanges— para calmar el leve ardor. Roger corta los cuatro pasos que los separan y toma su mano con una delicadeza seca, negando de igual manera.
Examina el suave rojizo con su ceño un poco más fruncido, si es posible, mientras roza sutilmente sus nudillos. A Emilia le cuesta pasar saliva gracias a la corriente de adrenalina que le recorre el cuerpo y le ocasiona un hormigueo extraño en su estómago. Su mano grande y tosca es todo lo contrario a su piel delicada y suave.
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Una cita con la vida
RomanceEmilia North. 29 años, un trabajo estable, casa propia, un amigo disfuncional, seis gatos, curvas de voluptuosidad pronunciada y carne de excesiva sensualidad. Para Emilia, esos no siempre han sido atributos, sin embargo, se adhiere a la ley de conf...