Capítulo 11: Entrenamiento

8 0 0
                                    

Capítulo 11

Entrenamiento






Andem, Tiara y el Maestro se encontraban conversando fuera del gran pasillo sur del Trono Divino, sin ninguna señal de Arel o Elías, o de cualquier otro ángel en los alrededores. Y este último tenía los pergaminos de ambos en las manos, y se los entregó para luego sacar dos pergaminos más de entre sus ropas con la intención de enseñarles algo.
- … véanlo ustedes mismos. – dijo, mostrándoles de cerca los sellos.
- ¡Son de Lariob y Larioc! – se sorprendió Tiara al ver los nombres.
- No pensé que los hijos de Miguel tendrían su misión tan pronto.
- ¿Miguel? – preguntó Andem.
- Los gemelos son hijos del arcángel Miguel. – dijo Tiara.
- Con razón tal poder…
- Eso no es lo que les dije que observaran. – dijo el Maestro, por lo que les dio los pergaminos para que los vieran con detenimiento, y en seguida notaron un reloj de arena grabado sobre la letra “I” de cada nombre.
- ¿Ambos lo tienen? – preguntó Andem, mirando hacia el pergamino de Larioc, en manos de Tiara.
- Sí. Pero el reloj de Lariob parece tener más arena en la parte de abajo. – dijo ella, luego de ver el pergamino de Lariob, en manos de Andem.
- Son relojes de arena, como ya han notado. – dijo el Maestro, recibiéndolos de vuelta.
- A cada ángel que se le asigna una misión en La Tierra, le es entregado un pergamino en cuyo sello hay una figura o dibujo diferente, de acuerdo con el objetivo de dicha misión.
- ¿La misión de los gemelos tendrá que ver con el tiempo? – preguntó Andem.
- Supongo que sí. – respondió – Pero es la primera vez que veo armas en los pergaminos. – agregó, en referencia a los que ellos tenían.
- ¿Nuestras misiones tendrán que ver con armas?
- Quizás no al principio, Tiara. Pero podría llegar el momento en que las necesiten.
- Por cierto. – dijo ella - ¿A dónde fueron Arel y Elías?
- Arel está recibiendo instrucciones, y Elías está buscando lo que necesitarán para su entrenamiento. – respondió.
- ¿Qué clase de misión tendremos en La Tierra? – se preguntó Andem, en voz baja.
- No estoy seguro. – dijo el Maestro – He visto pergaminos con números, letras, algo que llaman probetas, estetoscopios… todo hace referencia a las profesiones que tendrán los humanos con quienes convivirán durante su misión. Pero no creo que los dueños de su apariencia vayan a ser guerreros o algo así. – añadió, notando entonces que Elías se acercaba al lugar, trayendo consigo dos espadas idénticas, y una especie de látigo.
- Deben poner todo el esfuerzo necesario para cumplir su misión, sea cual sea. – dijo Elías.
- Podrían usar las armas que aparecen en sus pergaminos, pero son muy peligrosas. – dijo el Maestro – Por eso Elías trajo éstas.
- ¡Con que él es Elías! – pensó Andem
- Es tan leal y afortunado como Enoc. - pensó luego, con una leve sonrisa en el rostro mientras volvía a mirar al Maestro.
- ¿Qué pasa, Andem? – le preguntó.
- Me alegra conocer a Elías. – dijo, por lo que éste y el Maestro se miraron con curiosidad.
- ¿Querías conocerme?
- Al igual que Enoc, usted no conoció la muerte porque Dios lo trajo vivo, para que no pase por el riguroso juicio que vendrá sobre los humanos. – dijo Andem.
- Es obvio que ya sabe quién soy… - pensó el Maestro, sonriendo.
- En verdad conoces muchas cosas. – dijo Elías, al mismo tiempo en que Tiara les miraba, también sonriendo.
- No debería sorprendernos. Pero veamos si sabes lo que es blandir una espada. – dijo el Maestro, sosteniendo los pergaminos con su mano izquierda, mientras hacía aparecer una espada en su mano derecha, dentro de una funda de cuero negro.
- El entrenamiento será una batalla real, como habrán imaginado. – dijo Elías.
- Sus espadas serán normales, como cualquier espada terrestre. Pero mi espada y la de Arel serán reforzadas. – comentó el Maestro.
- Es entendible. – dijo Tiara.
- ¿Qué tan peligrosa puede ser una espada reforzada? – preguntó el curioso Andem.
- Veo que aún hay cosas no conoces. – dijo el Maestro, notando que Andem parecía no haberle estado leyendo la mente en esos momentos.
- Una espada podría herir, naturalmente a Elías, por ser humano, mas no podría dañar a un ángel, por tener un cuerpo muy sólido cuando se está a la defensiva. En cambio, una espada reforzada puede causarle mucho daño a un ángel, aún en estado defensivo, pues su filo está forjado con diamante, por lo que es capaz de atravesar el cuerpo de casi cualquier ser espiritual, sin importar su clase. – concluyó el Maestro, sacando su espada de la vaina y mostrándosela de cerca. Y en efecto, esta tenía un peculiar brillo alrededor de su filo, al estar hecho de tan preciado mineral.
- Eso nos daría desventaja. – dijo Andem, con cierto aire de preocupación.
- Por eso deben defenderse a toda costa. – dijo Elías, justo antes de que los gemelos y Aldric llegaran, exhaustos, aterrizando a la derecha de Tiara.
- ¿Aún no comienzan? – preguntó Lariob.
- El Señor los espera… - dijo el Maestro - … a los tres.
- ¿El entrenamiento será con espadas? – preguntó Larioc, al ver las filosas armas.
- No hagan como los humanos de hoy en día. – les dijo el Maestro, logrando que los tres salieran corriendo sin decir nada hacia el pasillo sur del Trono Divino, notándose temerosos al momento de partir.
- ¿Qué hacen los humanos de ahora? – preguntó Tiara, con clara incertidumbre y confundiendo a Andem debido a dicha pregunta, por lo que éste la miró por unos segundos.
- Con que de eso se trata… - pensó él tras husmear en su cabeza, curiosamente por vez primera.
- Saben que Dios los llama directa o indirectamente, pero se entretienen en cosas sin importancia y terminan por echarlo a un lado, como si ninguno lo necesitara. – dijo Andem, con cierta rabia, asombrando con esto a Elías y el Maestro.
- De pronto conoces mucho sobre los humanos. – dijo el Maestro, guardando su espada.
- Fue lo último que Dios…. – dijo Andem, alterándose luego al ver que alguien se acercaba.

Al mirar hacia atrás Elías vio a Arel volando hacia ellos, viniendo desde el Trono Divino, al mismo tiempo en que Tiara sentía que su compañero se enfadaba, por lo que lo tomó del brazo y le dijo que todo estaba bien.
Elías clavó las espadas que había traído en frente de los jóvenes ángeles y envolvió el látigo sobre la espada que usaría Tiara. Luego él se apartó para que Arel, al llegar, se detuviera frente a ella.
- Arel no es quien conociste hace poco. – le comentó el Maestro.
- Mi conducta fue parte del plan del Señor para este día. – dijo Arel, amablemente.
- Pero ser estricto aún es parte de mí, por lo que deben estar preparados para su entrenamiento. – concluyó, mirando a Tiara a los ojos.
- Entonces… - dijo Andem, confundido.
- Lamento haberte causado problemas. – se disculpó un sonriente Arel.
- Tenía que lograr que me atacaras con toda la ira posible. – añadió luego, mostrándole una amable sonrisa, para de inmediato volver a la seriedad.
- Al parecer las misiones que tendrán los dos requieren de ángeles capaces de defenderse contra cualquier posible ataque del enemigo, y de proteger a toda costa el objetivo principal de las mismas. Ambos tendrán misiones diferentes, pero igual número de humanos a proteger. – concluyó Arel.
- Para su propia seguridad y la de sus protegidos, tendrán que poner su mayor esfuerzo en este breve entrenamiento, pues hoy mismo partirán a La Tierra. – dijo el Maestro.
- ¿¡Hoy mismo!? – se alarmó Tiara - ¡Ni siquiera tengo dos días aquí!
- El Padre ha dicho que te has trazado varias misiones propias, debido a tus conocimientos sobre los humanos, Andem. – dijo Arel, al verlo sonreír luego de saber que pronto sería enviado a La Tierra.
- No debes interferir en el libre albedrío de los humanos, o podrías traer graves consecuencias a tu verdadera misión. – agregó, muy seriamente.
- Lo tendré en mente. – dijo Andem – Pero pensé que estaríamos en la misma misión.
- Los detalles de cada misión sólo Dios los tiene. – dijo Arel.
- Tras el entrenamiento… mejor dicho, práctica, sabrán todo lo necesario para llevarlas a cabo.
- Deben recordar que, si desean usar sus armas, basta con visualizar sus características en la mente, y luego materializarlas en su mano, como ya hacen con sus alas. – dijo el Maestro, al mismo tiempo en que Arel les daba otro ejemplo visual de ello.
- Eso debe significar… que tendré que usarlas. – pensó Andem, observando su pergamino.
- Espero que estén listos. – dijo Arel, antes de ambos retroceder unos metros, tras hacer aparecer sus alas.

Elías se apartó aún más de todos ellos, volando hacia cerca de la entrada al pasillo sur del Trono Divino. Y de inmediato Andem y Tiara se miraron, titubeando antes de tomar las armas, siendo ella la primera en hacerlo, tomando el látigo con su mano derecha, y la espada en su izquierda.
- No te dejes sorprender por Arel. – le dijo Andem, al tomar la espada que le correspondía.
- ¿Por qué lo dices?
- Mi pergamino muestra dos espadas; me han dado sólo una. Te han dado espada y látigo; Arel sólo tiene la espada.
- ¿A qué te refieres?
- A que deberías visualizar tu látigo, para cuando lo necesites en verdad. – dijo Andem, antes de comenzar a caminar alrededor del Maestro, de izquierda a derecha.
- Debes tener cuidado con Andem… - pensó Arel.
- No me sorprendería que ya sepa luchar con espada por igual. – pensó el Maestro, viendo que Tiara tiró el látigo al suelo y cambió la espada a su otra mano.
- Parece que se ha dado cuenta de tu sorpresa. – agregó, sonriendo mientras seguía a Andem con la mirada.
- ¡Esta es su prueba final! – les advirtió Arel, mostrando luego una ya conocida sonrisa, y Andem sonrió en el momento en que el Maestro dio un salto hacia adelante, impulsándose con sus alas con la clara intención de iniciar el ataque. Pero él no se movió en lo absoluto para esquivar el tajo vertical que se aproximaba, sino que confió en su fuerza física y atravesó su espada en el camino de la del Maestro, sosteniéndola por la empuñadura. Sin embargo, el Maestro desapareció justo antes del contacto, apareciendo detrás de él, blandiendo la espada cual swing de bateador, y al girar, su posición no le permitió frenar el golpe y fue a parar de espaldas contra el suelo.
- En una batalla real, debes tomar en cuenta las posibilidades de ser atacado desde cualquier dirección. – le instruyó el Maestro mientras Andem se ponía de pie. Y al mirar hacia Tiara, notó que ella iba a la altura de Arel, ya que logró derribarlo con una barredora cuando él intentó sorprenderla por la espalda.
De inmediato Andem sonrió y miró hacia el Maestro para entonces, notándose confiado, decirse a sí mismo que el entrenamiento sería divertido. Y luego, en un súbito ataque mutuo, ambos se enfrascaron en una ruda batalla, llevando por lo visto, el entrenamiento a un plano muy personal.
Elías observaba todo con mucha calma, sentado sobre el verde pasto y alejado de la zona de batalla, viendo cómo en ocasiones Tiara parecía obligar a Arel a ponerse a la defensiva, debido a su destreza con la espada, y en cambio, la contienda entre Andem y el Maestro se veía muy reñida, sin que ninguno pareciese dar su brazo a torcer. Andem arremetía ágil y fuertemente contra el Maestro, pero éste se defendía sin ningún problema, contraatacando de vez en cuando, sin que Andem se viera forzado en lo absoluto. No obstante, Arel parecía defenderse a duras penas de los ataques de Tiara, quien se veía muy segura y confiada en lo que hacía. Y esta situación estaba obligándolo a poner las cosas a su favor lo más pronto posible.
- ¡Pelea igual que su padre! – pensó Arel, al verse derribado.
- ¿Ya terminó el entrenamiento? – preguntó ella, retándolo a que deje de subestimarla.
- Ya que insistes… - dijo Arel, derribando al espada de su mano con facilidad, logrando ponerse de pie en lo que ella recogía su arma.
- Creo que no debí retarlo. – pensó ella, volviéndose para defenderse de Arel, quien ya no le daba oportunidad para contraatacar.
- Son muy diestros con la espada… - pensaba Elías, al verlos.
- Es de esperar que Abdalón haya enseñado a Tiara… pero… ¿basta tener la teoría en la mente para ser tan bueno como lo es Andem?

En ese momento Aldric y los gemelos se encontraban caminando de regreso, despacio y observando en silencio lo que ocurría a su izquierda, sin mostrar asombro ante las peleas con espadas, como si algo les preocupase. Ellos siguieron caminando hasta donde se encontraba Elías, sentándose de inmediato, sin pronunciar palabra alguna y con una seria expresión en sus rostros. Y al ver su serio, callado e inusual comportamiento, él se sorprendió, pues era la primera vez que no los veía correteando y sonriendo todo el rato.
- ¿Se encuentran bien, chicos?
- Sí, señor Elías. – respondió Aldric, sin mirarle.
- Tendremos una misión muy cercana a la de Andem.
- ¡También irás a La Tierra hoy! – se sorprendió Elías.
- Aún no has recibido pruebas…
- Las tuve. – dijo Aldric, recordando el momento en que sus ojos vieron a través del domo de oscuridad, y cuando decidió intentar atacar a Arel en compañía de los gemelos.
- La Tierra, como se conoce, dejará de existir pronto. – comentó Larioc.
- Algo está... – alcanzó a decir Lariob, percibiendo, al igual que su hermano, una conocida sensación que los hizo levantarse.
- ¡Aquí viene! – pensó Aldric, también poniéndose de pie.
- ¿Qué sucede? – les preguntó Elías, sin tener respuesta.

Los tres permanecieron en total silencio, mirando hacia donde se encontraba Andem, sin siquiera parpadear, y lo vieron lanzándole una fugaz estocada al Maestro, quien esquivó su ataque, causando que la espada se dirigiera hacia el costado izquierdo de un malherido ángel que apareció de pronto. Este ángel era de piel morena y aparentaba ser algo más adulto que Andem. Tenía sus ropas desgarradas, mostrando parte de su espalda, pecho y abdomen, además de tener heridas de consideración en el rostro y casi todo su cuerpo, al momento de aparecer de la nada.
Este desconocido traía una espada consigo, la que no dudó en usar para desviar la estocada que estuvo a punto de recibir, llevando su mano izquierda al pecho de Andem al instante, logrando derribarlo tras lanzarle un potente rayo de luz, asombrando en gran manera a los presentes. Y la distracción en Arel permitió que Tiara le clavase la espada en el abdomen, sin ella misma esperarlo.
- ¡Nunca debiste…! – alcanzó a gritar el desconocido, tras iluminar su cuerpo y saltar hacia Andem, con la espada también revestida de luz.
- ¡Tiempo! – balbuceó Aldric, y todo se detuvo al instante, quedando aquél desconocido en el aire, con sus extremidades extendidas debido a la forma en que quiso atacar.
- ¡Eso estuvo cerca! – dijo Larioc.
- Todo pasó muy rápido. – dijo Lariob.
- ¡Dense prisa! – dijo Aldric, con notable ansiedad.
- Debemos enviarlo al amanecer… - dijo Larioc, corriendo hacia aquél desconocido.
- ¿Quién será…? – preguntó Lariob, al acercarse.
- No pertenece a este lugar, ni a este tiempo. – dijo Aldric, con tono serio, y Larioc tocó al extraño de prisa, antes de crear una esfera temporal que cubrió a los cuatro, y desaparecieron tras un chasquido de sus dedos. Al siguiente segundo los tres regresaron, sin que haya señales del ángel que quiso seguir atacando a Andem por algún motivo. Y luego volvieron a acompañar a Elías, sentándose como habían estado antes.

- ¡Misión cumplida, Padre Eterno! – dijo Aldric, y todo volvió a la normalidad.
- ¿Qué ocurre, Andem? – preguntó el Maestro, al verlo sentado sobre el pasto.
- No creí que pudiera hacer eso… - dijo Andem, recogiendo su espada antes de levantarse y llevarse la mano izquierda al pecho.
- Yo tampoco. – dijo el Maestro, recordando desviar la estocada de su aprendiz y llevando la mano a su pecho, derribándolo con un inesperado rayo de luz.

Elías y los pequeños se pusieron de pie, alegres la sorpresiva proeza del Maestro, misma por la que Arel se distrajo, causando que Tiara le clavase la punta de su espada en el abdomen, sin ella esperarlo. Por lo que se disculpó, algo asustada, y retiró la espada de inmediato.
Ante lo ocurrido, el Maestro se preocupó y bajó su arma. Y Andem lo miró, sin entender en un principio, pero al volverse hacia Tiara, notó que Arel se regeneraba el abdomen.
- ¿Logró herirlo? – se preguntó.
- ¿A qué se deben tantas armas? – se escuchó una voz, a cierta altura. Y al mirar, todos vieron a Talmos y a los demás, aterrizando detrás de Tiara.
- ¿Acaso los entrenan para una guerra? – Preguntó Surian, en el momento en que Andem y el Maestro se acercaron.
- Les mentiría si dijese que sí. – respondió Arel.
- ¿Entrenamiento con espadas? – preguntó un sorprendido Talmos.
- ¿Qué clase de misión tendrán en La Tierra? – preguntó Surian, mientras Noriel, Aldric y los gemelos se miraban en silencio.
- ¡No deberían estar allá, en primer lugar! – exclamó Elías, logrando que Ídilon y Surian volaran hacia donde él se encontraba junto a los pequeños.
- De ser algo muy grave, el Señor ya nos hubiera informado. – le dijo Noriel a Talmos, y ambos caminaron hasta reunirse con Elías.
- ¿Cómo fue capaz de hacerlo? – se preguntó Andem, al irse alejando de Tiara, junto al Maestro.
- Es toda una guerrera… - pensó Arel, mirándola con respeto, antes de escuchar los constantes choques entre las espadas de Andem y el Maestro, quienes ya se encontraban luchando unos metros más al sur.

Arel permaneció en total silencio, distraído por la destreza que ambos tenían, momento que Tiara aprovechó para intentar atacar, pero él llevó su espada contra la de ella sin problemas, al haberla estado esperando. Y esto no evitó que ella girase a su derecha, arremetiendo ahora con un tajo horizontal elevado, causando una larga herida en el pecho de Arel, aunque no parecía ser grave.
- Tiara sabe usar muy bien la espada. – dijo Talmos, al ver lo ocurrido.
- Abdalón... – murmuró Surian, un tanto enojada.
- Le enseñó a escondidas, para que no te preocuparas. – le dijo Aldric, sin mirarla.
- ¿Por qué no se regenera? – preguntó Tiara, comenzando a preocuparse por el bienestar de Arel. Sin embargo, éste sólo atinó a sonreír y a atacar con rapidez, logrando herirla en su hombro derecho.

Ella regeneró su músculo de inmediato y se abalanzó con fiereza hasta llegar a hacerle varios cortes en los brazos y en la espada, terminando por derribarlo con aparente facilidad tras clavar la espada en su muslo derecho. Y así, Arel quedó arrodillado frente a ella, notándose algo débil y casi dejando caer su espada.
Esta hazaña hizo que Ídilon y Surian parecieran sonreír por unos instantes. En cambio, los tres pequeños y Elías observaban todo sin dejarse llevar por lo visto. Momento en que Tiara sacó su espada de entre el muslo de Arel, viéndola brillar a causa de su luminosa sangre, al mismo tiempo en que la notaba algo deforme, pues su filo había sido dañado casi en su totalidad por la reforzada arma de su rival.
- Creo que estoy acabado. – mencionó Arel.
- ¿Por qué se queda sin hacer algo?
- ¡Haz lo que tienes que hacer! – dijo él, notándose un poco indignado
- ¿Qué se supone que debo hacer?
- Acabar conmigo. – dijo él, cerrando sus ojos.
- ¿¡Acaso Arel se dio por vencido!? – se sorprendió Ídilon.
- No estés tan seguro. – comentó Elías, sin dejar de mirar hacia Andem, al notar que su espada no resistió más, partiéndose en dos.
- Parece estar en problemas. – dijo Talmos, al ver lo ocurrido.
- Así es… - pensó Elías, volviendo a mirar hacia Tiara.

Ella extendió su brazo derecho hacia atrás, luego de ver cuál de los filos de su espada se encontraba en mejor condición para acabar con Arel, como él había pedido. Pero al momento de intentar dar el golpe de gracia sobre su cuello, ella cerró sus ojos tras el contacto de la espada y se volvió para no ver aquella escena al abrirlos. Y sin esperarlo, una espada atravesó su cuerpo desde la parte izquierda de su espalda baja, saliendo por su abdomen, dejándola gravemente herida. Y tras esto ella cayó de bruces sobre el verde pasto, sintiéndose muy débil, luego de que su agresor apoyase su mano izquierda para retirar la espada de su cuerpo.
- ¡Tiara! – se alarmó Andem, pero el Maestro se interpuso en su camino, poniéndole la espada al cuello, con una muy seria expresión en su rostro y en posición amenazante.
- ¿A dónde crees que vas? – le preguntó, gesticulando con la espada para que Andem retrocediera, a pesar de su preocupación.
- Sólo observa. – dijo Elías, impidiendo con su brazo que Surian se levantase, sin siquiera mirarla.
- Hazle caso, madre. – le dijo Aldric, notándose calmado mientras Ídilon también se mostraba preocupado.
- Eso le dará una buena lección. – dijo Elías, apartando su brazo de en medio.

La herida de Tiara era tan grave que no le permitía regenerarse de forma rápida, dejándola indefensa, pero con notables ganas de seguir luchando, pues intentaba incorporarse al mismo tiempo en que veía su luminosa sangre tiñendo de blanco el verde pasto del aquel lugar.
- Cometiste dos errores mortales. – le dijo la voz de Arel.
- El primero fue subestimar mi capacidad de regeneración instantánea; y el segundo fue haberme dado la espalda, sin confirmar que fui derrotado por completo. – concluyó, recordando la forma en que la espada de Tiara comenzó a cortar su cuello, el cual se fue uniendo con la misma velocidad en que era cercenado.
Tiara se levantó y se volvió a duras penas, arrastrando su espada por el suelo para darle la cara. De inmediato él se percató de que ella no tenía fuerzas ni para levantar su arma, y la creyó posiblemente vencida al verla indefensa. Y entonces, él se preparó para darle el golpe final.
- ¡No tan rápido! – dijo ella, clavando la espada que tenía en su abdomen, de forma fugaz.
- ¿Eso crees…? – preguntó él, sonriendo, al mismo tiempo en que Tiara notaba que su espada sólo había atravesado unos centímetros del abdomen de Arel.
- ¡Estoy en problemas! – pensó la joven, y dio un gran salto mortal invertido para alejarse tras retirar su espada. Sin embargo, él pasó la suya a su mano izquierda y al volver a extender su brazo derecho hacia atrás, un látigo apareció en aquella mano, el cual utilizó rápidamente para intentar atraparla, pero ella sujetó el látigo con su mano izquierda al caer al suelo, para luego enredarlo en su brazo.
- No es bueno subestimar a tu rival. – le dijo ella, regenerando sus heridas y renovando sus ropajes tras revestirse de luz por un segundo.
- Ya me preguntaba cuándo lo usaría – pensó luego, mostrando una sonrisa al dejar la defectuosa espada en el suelo.

Al ver esta hazaña por parte de Tiara, Arel se sorprendió en gran manera. Surian y los demás se mostraron muy alegres, a excepción de Noriel y Talmos, quienes observaban en silencio. Y el Maestro le hizo ver a Andem que todo estaba bien, aunque sin apartar la espada de su cuello.
Entonces, Arel corrió hacia Tiara sin soltar el látigo, y ella lo esquivó tras hacerse a un lado e intentó atacarle con una nueva espada que apareció en su mano derecha. Pero, en consecuencia, él giró sobre su izquierda en un golpe con su espada, obligándola a soltar el látigo de Arel y hacía aparecer el suyo.
- Deberías preocuparte por nuestra batalla, Andem. – dijo el Maestro, evitando que él siguiese mirando hacia donde se encontraba Tiara al obligarlo volverse y mirar en otra dirección.
- ¡Acabemos con esto! – dijo Andem, moviendo velozmente su brazo derecho hacia su izquierda, luego hacia arriba y de vuelta a su diestra, logrando apartar la espada de su cuello con una extraña espada reforzada que apareció en su mano en el último instante. Y de inmediato, el Maestro arremetió contra él con mucha destreza, obligándolo a retroceder y a defenderse en casi todo momento. Por lo que, al sentirse nuevamente asediado, Andem contraatacó invocando una segunda espada con su mano izquierda, logrando hacerle un corte en el antebrazo izquierdo. Área que el maestro se sujetó al instante.
- ¿¡Eso no es hacer trampa!? – se alarmó Talmos.
- Le tenían la misma sorpresa… él se adelantó. - dijo Elías.
- Pero el haberlas usado de esa forma… le costará mucho. – añadió.
- ¡En verdad eras En…! – alcanzó a pensar Andem, al ver la roja sangre que le brotaba de la herida. Pero fue interrumpido por un feroz y fugaz ataque del Maestro, quien con su espada logró apartar las dos de Andem, dejándolo indefenso. Y a seguidas le propinó una brutal estocada con la segunda espada que hizo aparecer en su otra mano, atravesándolo por completo al clavársela hasta la empuñadura en todo el abdomen.
Entonces, sin perder tiempo el Maestro le dio una patada para sacar la espada de su cuerpo, y Andem cruzó sus espadas para intentar protegerse del siguiente ataque, pero fue derribado. Y no tuvo más opción que arrastrarse mientras su herida se regeneraba muy despacio.

- Andem está en problemas. – dijo Surian, sonriendo.
- No imagina lo que ha causado. – comentó Elías.
- ¿Qué ocurre, Andem? – le preguntó el Maestro, mientras lo seguía de cerca.
- ¡Pensé que querías jugar rudo!
- ¿¡Dónde está tu fuerza ahora!? – le gritaba mientras Andem seguía a rastras, dejando tras de sí un blanco y luminoso rastro de su sangre.
En ese momento la ira parecía haberse apoderado del Maestro, quien, aun sangrando de su antebrazo, parecía estar decidido a acabar con el entrenamiento de una vez por todas. Y así, al haberse regenerado Andem se puso de pie y le dio la cara.
- ¡Tiene mucha más fuerza que antes! – pensó, antes de hacerlo retroceder un poco. Y al instante, el Maestro puso sus espadas a ambos lados de su cuerpo y una luz le rodeó, mostrando al desvanecerse a un Maestro rejuvenecido a tal punto que ahora parecía un hombre de unos cincuenta años, con tan sólo las arrugas producidas por el ceño fruncido. Y así de pronto él atacó a un sorprendido Andem que sólo atinó a defenderse para evitar más daño, incrédulo ante la ferocidad de su mejorado rival.
Y mientras eso ocurría, otra gran batalla se llevaba a cabo entre Arel y Tiara, siendo ésta quien se veía en aprietos hasta el momento en que ambos quedaron cara a cara, con sus espadas en mano y cada uno sosteniendo el látigo de su adversario. Luego decidieron correr hacia el frente, pareciendo que iban a colisionar al atacar de forma parecida. Sin embargo, Tiara se deslizó por el suelo, a la derecha de Arel, logrando hacerle un corte profundo en el costado. Pero una vez ella quiso levantarse, fue sorprendida por su rápido rival, quien se acercó y clavó su espada en su abdomen, y ella en respuesta hizo lo mismo, aunque sin causarle mucho daño.

- ¿Te das por vencida?
- De ninguna… – quiso decir ella, antes de que él hiciera más presión sobre su abdomen.
- ¡Tú ganas! – gritó luego, logrando que Arel sonriera antes de que ambos volvieran a la normalidad, tras haber desaparecido sus armas.
- Eso quería escuchar. – dijo él, dándole la mano para ayudarla a ponerse de pie, instante en el que Surian aterrizó a su lado,
- Tienes una gran hija. – le dijo Arel, al verla.
- Y una gran guerrera… por lo que vi. – dijo Surian, notándose feliz, después de todo.
- Ahora entiendo por qué Abdalón pasaba tanto tiempo contigo. – añadió
- Pero eso no me ayudó a ganar. – dijo Tiara, algo triste.
- Admito que me causaste problemas. – dijo él, sonriendo.
- Elías me explicó todo. – dijo Surian – Esto fue sólo para ver cuán bien entrenada estabas.
- Así es. – dijo Arel – Por eso decidí acabar con la prueba de entrenamiento al ver que ya estás preparada para cualquier reto durante tu misión.
- ¿Acaso quieres decir…? – preguntó Surian.
- Antes de la hora sexta, Andem y tiara serán enviados a La Tierra.
- ¿¡Tan pronto!? – se alarmó Tiara.
- Pensé que sería mañana. – dijo Surian, un tanto preocupada, al mismo tiempo en que Arel miraba hacia donde se encontraban Andem y el Maestro combatiendo muy reñidamente.
- Andem no podrá seguir por mucho tiempo… – comentó, llamando la atención de ambas, quienes de inmediato miraron en su dirección.

Al ver que el rejuvenecido Maestro era mucho más fuerte y ágil en sus movimientos, Andem comenzó a desesperar y, al entender que todo era válido, él corrió hacia su izquierda y se desvaneció de repente, reapareciendo detrás del Maestro, girando y posicionando sus espadas para atacarle de forma directa, pero algo lo hizo desviar su ataque en el último segundo, llegando sólo a cortar parte del cabello del Maestro, quien se había agachado mientras soltaba su espada izquierda para sujetarla de inmediato con su mano al revés y lanzar una fugaz estocada hacia atrás, clavándola de forma horizontal en el costado derecho de Andem para volverse y darle una estocada con la otra espada, por encima de la primera herida, logrando atravesarlo. Y casi al instante, él apoyó su pie derecho sobre Andem para empujarlo mientras sacaba sus espadas, ambas cubiertas por la sangre del joven ángel, quien cayó de espaldas al suelo.
- ¿¡Eso es todo!?
- ¡Levántate y pelea! – le gritó luego, con notable enfado.
- ¿Qué te detiene? – le preguntó, logrando que Andem se pusiera de pie, regenerando sus heridas y mirándole con cierto enojo.
- ¿Acaso…? – alcanzó a preguntarse.
- ¡Terminemos esto! – le interrumpió el Maestro, provocándole.
- ¿Cómo lograré que me mate de una vez? – escuchó Andem, al leer su mente.
- …es otra prueba… - pensó, decidiendo empuñar sus espadas con fuerza.
- ¡Acabemos ya! – dio Andem, corriendo hacia él
- ¡Ahí viene! – pensó el Maestro, invocando también una segunda espada, defendiéndose y atacando cuando era oportuno, reflejando cierto temor en su mirada. Y tras varios segundos de repeler la ferocidad de sus ataques, el Maestro arremetió con gran fuerza, girando luego hacia su izquierda justo cuando Andem lanzó un tajo horizontal.
En seguida el Maestro se rodeó de luz para girar con una barredora hacia los pies de Andem, quien curiosamente había detenido su ataque de pronto, mostrando una sonrisa antes de ser derribado.
- ¡Ni se te ocurra mover un dedo! – dijo el Maestro al ponerle una espada al cuello, mostrando ahora una apariencia muy joven. Pero al verlo sonriendo, miró a su alrededor y vio sus espadas clavadas en el suelo.
- Se supone que debió atacar… – dijo Elías, sonriendo y recordando el momento en que Andem arrojó sus armas tras un fugaz movimiento.
- Pensé que te había engañado. – comentó el joven Maestro, sonriendo.
- No soy el indicado para acabar con su vida. – le dijo Andem, llevando las manos detrás de su cabeza y terminando de acostarse sobre el pasto, mostrando una alegre sonrisa.

Al ver lo ocurrido Elías y los demás comenzaron a volar hacia ellos, al igual que Arel, Surian y Tiara. Y cuando se acercaban, todas las armas que había en los alrededores desaparecieron, a excepción de la espada que el joven Maestro tenía alrededor del cuello de Andem.
- Como ya lo sabes… puedes llamarme por mi nombre. – le dijo, haciendo desaparecer la espada y tendiéndole la mano.
- Al principio sólo tuve sospechas. – dijo Andem, viendo que su apariencia volvía al anciano estado de antes, y sin rastro de su herida.
- Me convencí al ver la sangre roja de su brazo, señor Enoc.
- Si me hubiese presentado tal cual, no hubieses sido tan arrogante. – dijo él, sonriendo.
- ¡Fui entrenado por Enoc! – expresó Andem, en el momento en que todos llegaron.
- Creí que lo sabías. – dijo Tiara.
- Intenté ocultarle ese detalle. – declaró Enoc.
- Todo lo que conozco, es sobre La Tierra. – comentó Andem.
- De ahí supe cómo luchar mano a mano, o con espadas.
- Por eso no sabía regenerarme, ni volar bien, al principio. – agregó.
- Eso explica muchas cosas. – dijo Talmos.
- Andem conoce todo lo ocurrido desde la Creación hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial. Unos seis mil años de información. – dijo Aldric, como si nada.
- Eso debe ser bastante. – dijo Ídilon, algo sorprendido.
- ¿Cómo es que sabes eso? – preguntó Andem, al ver que nadie más parecía tener curiosidad.
- El Señor nos lo dijo. – comentó Lariob.
- Y hablando de Dios. – interrumpió Arel – Ya es hora de que ambos estén frente a Él.
- Allí sabrán todo sobre sus respectivas misiones. – Dijo Enoc.
- ¿Acaso partiremos de inmediato? – preguntó Andem.
- Así es. – dijo Tiara – Y ni siquiera nos lo habían dicho.
- ¡Vamos, que se hace tarde! – dijo Elías, haciendo aparecer sus alas para volar hacia el interior del pasillo sur del Trono Divino. Y al instante todos lo siguieron, separados en tres grupos.

Todos volaban con aparente calma a través del pasillo de enormes columnas. Sus miradas iban fijadas al frente, pero reflejaban cierta ansiedad por conocer lo que iba a ocurrir tras cruzar el gran salón que se veía a cierta distancia.
Enoc, Elías y Arel volaban al frente, con notable calma y en total silencio aparente. Andem y Tiara volaban muy cerca entre sí, mientras Aldric iba en frente de ellos, volando en medio de los gemelos. Y del resto, Talmos y Surian eran los únicos que se encontraban hablando, ya que ambos tenían preguntas por responder.
Surian le contaba que Andem y Tiara serían enviados a La Tierra antes de la hora sexta. Faltando en ese momento, pocos minutos para la hora quinta. Por lo que Noriel la miró con cierta sorpresa, por unos segundos.
- ¿Por qué partirán tan pronto? – se preguntó Ídilon, al escuchar la conversación.
- Lo sabrán luego de que esos dos sean enviados. – pensó Noriel, dejándose escuchar por los tres que le acompañaban.
- ¿Has tenido información todo este tiempo? – pensó Talmos
- Dios me contó sobre la misión de Andem luego de haber sanado las heridas de Arel.
- También me dijo que nosotros cuatro, además de otros ángeles, seremos enviados a La Tierra para restaurar el orden cuando se necesite de nuestras habilidades especiales, porque el mal estará al acecho.
- A ver si entendí. ¿Tendremos que usar nuestras habilidades en La Tierra? – pensó Talmos, deteniéndose al instante. Y en seguida, Noriel y los demás se detuvieron sin que Andem y los otros se percataran de ello.
- No conozco los detalles, pero al parecer, el mal quebrantará la tregua y los humanos quedarían entre fuego cruzado, si una guerra llega a desatarse antes del Día del Juicio. – dijo Noriel.
- Deberíamos seguir adelante. – comentó Ídilon, al ver a los demás alejarse.
- Andem ya debe saber que nos detuvimos. – advirtió Noriel, apresurándose a alcanzarle.
- ¿Cómo…? – le preguntó Talmos, al seguirle junto a los demás.
- Dije que luego les informo. – pensó Noriel.
- Por cierto, Surian… Aldric también irá a La Tierra; Abdalón fue reasignado y enviado al Nuevo Mundo. Él será nuestro principal contacto a la hora de nuestra llegada. – añadió, dejándola en inmóvil por un instante.
- Pero ¿qué rayos…? – alcanzó a decir Talmos, quedando en silencio al haberse acercado a Andem y Tiara, en el momento en que ellos comenzaban a descender tras entrar al salón del Trono Divino. Por lo que todos comenzaron a hacer lo propio, aterrizando para continuar caminando hacia el frente del trono de Dios.

Enoc, Arel y Elías se detuvieron y se volvieron hacia los demás cuando ya se encontraban al pie de las escaleras que llevaban al trono de Dios. Y al acercarse a ellos, Andem miró hacia Noriel con notable curiosidad, quien de inmediato desvió la mirada y comenzó a hacerse preguntas en su interior.
- ¿Qué ocurre? – le preguntó Talmos, justo cuando Enoc se disponía a decir algo.
- ¿Quién es Abdalón? – preguntó Andem, sorprendiendo a todos, especialmente a Ídilon y Surian, quienes pusieron su mente en blanco, al igual que Talmos y Noriel.
- Él es… - alcanzó a decir Tiara.
- Ya veo… - comentó Andem, al haber leído su mente.
- Entonces, me ocultan algo… - dijo luego, mirando a todos a la cara, fijando luego la mirada en Enoc.
- No tienes de qué preocuparte, Andem. – dijo la voz de Dios, mientras su luminosa silueta aparecía sentada en el trono.
- ¡Nuestro Señor Eres por los siglos de los siglos, Amado Padre Celestial! – exclamaron a una voz, luego de que todos se arrodillasen ante el Padre.
- Todo está listo, mi Señor. – dijo Enoc, sin alzar la mirada, a causa de la intensa luz
- ¡El Día y la Hora se acercan! – exclamó el Señor - ¡Cumplid, pues, con lo que se os ha encomendado!
- ¡Abdalón los espera! – dijo su voz a los tres pequeños, quienes desaparecieron sin más, y de inmediato Andem se mostró pensativo.
- ¡Aun no es la hora sexta! – pensó Surian, y Andem la miró.
- ¡Pueden levantarse, hijos míos! – dijo Dios, bajando la intensidad de su luz.

Elías fue el primero en ponerse de pie y de inmediato regresó hacia la salida al pasillo sur. Talmos y el resto de ángeles adultos le siguieron tras una reverencia al Padre, cuando le dijo a Noriel, en su pensamiento, que ya sabía lo que debía hacer.
Andem y Tiara permanecieron frente a sus respectivos maestros, al tiempo en que éstos sacaban unos pergaminos de entre sus ropas, y los abrieron al instante frente a sí mismos para leerles el contenido, al unísono.

Partirás a La Tierra para cumplir una importante misión
mientras proteges los humanos que se te han asignado.
En ningún momento debes tener contacto físico con ellos,
de forma consecutiva, en tres segundos o menos.
No deberías mostrarte a humanos que no sean tus protegidos,
a menos que sea sumamente necesario para llevar a cabo su misión.
Y bajo ninguna circunstancia deben dejar La Tierra antes de cumplir con su objetivo.

Tras finalizar ellos cerraron los pergaminos, dejando en claro lo que Andem y Tiara debían y no debían hacer durante sus respectivas misiones. Entonces, hablando directo a sus mentes, El Todopoderoso comenzó a darles los detalles y objetivos de la misión que cada uno tendría en La Tierra. Describiendo ambas misiones al mismo tiempo, y por separado. Sin que ninguno escuchase lo que le decía al otro.

- Andem, has de proteger a un niño llamado Daniel, quien habrá de nacer el 5 de noviembre del año 1986. Junto a él has de cuidar a Julia Maribel, una niña que habrá de nacer el 1 de octubre de 1987, en el lugar en donde, para esa fecha, has de vivir junto a Daniel…
Y mientras el Señor le hablaba, Andem se metió en la mente de Tiara, escuchando que alguien habría de nacer el 29 de abril de 1990. Pero al instante Dios cerró la mente de la joven para que Andem no siguiera escuchando lo que no debía.
- … por tanto deberás preservar la vida de Daniel a toda costa, sin importar lo que pase o los humanos que tengan que verse involucrados. – le siguió diciendo el Señor, quien le decía lo mismo a Tiara, respecto a su principal persona a proteger. Y mientras le seguía dando las instrucciones a cada uno sobre su misión, Dios hablaba con Elías y los demás gracias a su Omnipresencia.
El Señor les decía que la tregua entre el bien y el mal acabaría porque los demonios intentarían raptar a Andem, luego de que éste les impida llevarse a Daniel, por los dones que éste humano tendría desde muy pequeño. Por lo que Dios le dijo a Surian que estuviese cerca de Tiara, por si notaba algo fuera de lugar a su alrededor. Sin llegar a interferir o interactuar con los humanos bajo su protección.
- Solo debes mostrarte ante ella, si algún demonio poderoso les acecha. – le dijo.

A Ídilon le fue encomendado vigilar a Aldric y a los gemelos para que nadie intentase sabotear sus respectivas misiones, ya que las mismas estarían vinculadas a la misión principal de Andem, a partir del momento en que sus caminos se crucen.
Talmos y Noriel, por su parte, fueron convocados para reunir información sobre los demonios que puedan causar estragos como para llamar la atención de la humanidad, teniendo, incluso que luchar contra ellos siempre y cuando la situación lo amerite.
Y todo esto fue dicho por el Señor, al mismo tiempo, en la mente de cada quien, sin que tampoco ellos conozcan en un principio la misión de cada quien.

Elías fue el único que se enteró de todo lo que el Señor había dicho a los demás, incluyendo lo que Enoc y Arel escuchaban sobre las misiones de Andem y Tiara, pudiendo entender todo a la perfección. Y luego de haber sido instruidos, Noriel y los demás se acercaron a los jóvenes ángeles al mismo tiempo en que Elías se reunía con Arel y Enoc.
Como los conocimientos de Andem sobre La Tierra sólo abarcaban hasta la Segunda Guerra Mundial, Dios le dijo que ya era momento de que conociera los acontecimientos históricos hasta mediados del 1986, año en el cual él llegaría a La Tierra. Y al instante el Señor habló a la mente de Talmos, diciéndole que él sería el último en partir, ya que había algo que debía ver luego de que los demás se hayan ido. Y al haber terminado de instruir a todos, El Todopoderoso les dijo de su propia voz que ya todo estaba escrito, y que debían hacer lo que se les había encomendado.
Luego de esto los seis que habrían de ser enviados a La Tierra se arrodillaron ante Dios, y de inmediato Surian e Ídilon se despidieron de Tiara, y sin más, ambos desaparecieron junto con Noriel.
- ¡Pero…! – alcanzó a decir ella, desapareciendo por igual, y dejando a Andem pensativo.
- ¿Por qué nos envían a épocas diferentes?
- Porque son enviados al año en que sus protegidos han de nacer. – le respondió Enoc, mientras Arel y Elías lo miraban en silencio.
- Ya sabes lo que debes hacer, hijo mío. – le dijo Dios Andem.
- Hasta pronto. – se despidió Enoc, sonriente.
- Hasta pronto. – se despidió Andem, también sonriendo y haciendo una señal de adiós con su mano derecha. Y de inmediato su silueta se difuminó vagamente, mostrándolo sonriente mientras cruzaba sus brazos. Aunque, antes de desaparecer por completo, Andem miró a Talmos con una extraña sonrisa, por lo que éste se sorprendió y quiso sujetarlo, pero no lo logró.

Andem: La Última Creación de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora