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Cuando cumplí los quince años mi padre me aborrecía al parecer porque había dejado de ser una niña, sus violaciones no habían cesado, solo que ahora lo hacía con asco y por obligación según lo que él decía, mi menstruación no había bajado hacía dos meses y no entendía porqué, se lo comenté a él y esa fue quizás mi peor decisión.

-¿Tú también? Eres igualita a tu madre, tras de zorra ¿Qué? ¿Quieres engancharme un hijo? ¿Crees que estoy para andar criándote a ti y a ese bastardo? ¿Acaso no sabes que es delito embarazarse de tus familiares?

Yo no entendía nada... Un embarazo... O sea yo iba a tener un hijo de mi propio padre o de alguno de sus amigos, las lágrimas no se hicieron esperar, me sentía asqueada, no podía tener un hijo de mi padre y al parecer él pensaba igual.

Me lanzó un puñetazo directo en el vientre haciéndome caer al suelo y retorcerme de dolor, me pateó muchas veces maltratando incluso mis manos y brazos los cuales interponía para que sus golpes no siguieran llegando a mi vientre.

-¡Deja de proteger a ese engendro! No vas a evitar que acabe con él, no debe nacer...

Su furia se intensificó al igual que sus golpes, de repente salió y me dejó tendida en el piso llorando, casi muerta del dolor y sola, no tardó mucho en llegar, yo ya me encontraba sentada en una de las sillas de la sala, me entregó unas pastillas y me obligó a tomarlas, al día siguiente me desperté por un dolor más agudo en mi vientre y la sangre comenzó a salir de mi vagina, ahí comprendí que la vida de ese ser que apenas comenzaba a formarse en mí se había desvanecido.

Agradecí porque así fuese, no tenía nada que ofrecerle y una vida como la mía era lo que menos quería tanto para él como para cualquier otra persona, eso no era vida en absoluto.

JEZABELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora