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A mis 16 años aprendí a defenderme contra los abusos de mi padre y "sus clientes", ya no accedía a sus peticiones, golpeaba a sus amigos no pedófilos en sus partes nobles cuando intentaban abusar de mí, les daba cabezazos en sus rostros e incluso me hacía la inocente y sumisa, así que cuando me ordenaban hacerles un oral terminaba mordiendo sus penes.

Los pedófilos habían ido a disfrutar de una presa nueva, yo ya no era del interés de ellos, no sé quién era su nueva víctima, solo me quedaba lamentarme por la vida de dolor y sufrimiento que le esperaba a esa pobre niña, yo lo conocía a la perfección.

Estaba harta de esa vida, totalmente agobiada y desesperada, esos malditos utilizaban mi cuerpo a su antojo, me penetraban por donde querían, las veces que querían e incluso todos al tiempo sin importarles mi dolor, con o sin protección eso era lo de menos para ellos.

"Mi castigo" llegó más pronto que tarde, una noche me fui a acostar muy mareada y no sabía porqué era, milagrosamente mi padre me dejó dormir, cuando desperté aún tenía la sensación de mareo y sentía tan pesado mi cuerpo que casi no podía moverme, resulta que mi padre me había drogado para que sus clientes pudiesen satisfacerse a su antojo con mi moribundo cuerpo.

No terminaba de pasar una traba cuando mi padre ya me estaba drogando de nuevo, me inyectaba una sustancia en el brazo, creo que era Heroína, todo eso hasta que sus clientes se empezaron a quejar porque sentían que estaban teniendo sexo con un cadáver, además mi cuerpo apestaba ya que no podía valerme por mí misma, mi cuerpo aún no se acostumbraba a la droga y no podía ni siquiera controlar mis esfinteres, el aseo que me daba mi padre era muy superficial, los olores que emanaban de mí no eran para nada agradable y ni hablar de la alimentación, esa era casi nula.

JEZABELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora