Eren ha sufrido una desilusión amorosa otra vez. Levi está ahí, como siempre, para reconfortarlo.
A lo mejor la historia sería distinta si el joven Ackerman poseyera la valentía y no se guardara los sentimientos hacia su mejor amigo. Quizás todo ser...
Te quiero aquí conmigo, tal como lo pensé, así no tengo que seguir imaginándolo. Vamos, salta hacia mí, tráelo todo, ¿es demasiado pedir algo grandioso?”.
Harry Styles ————•••————
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Viernes 8 de julio 2016 Londres
Se miró por última vez en el espejo antes de salir de la habitación, todo para confirmar que las prendas que había escogido fueran sutiles, pero lo suficiente notables como para destacar ante la mirada del chiquillo de ojos verdes.
Comprobó que el cuello de la camisa blanca estuviera perfectamente planchado, pues este se asomaba de manera impoluta por encima del chaleco color beige, viéndose un poco por debajo de este también. Lo movió un poco, ajustándolo justo como deseaba. El pantalón negro, al cual le había agregado una cadena decorativa, a pesar de no estar apegado cien por ciento a sus piernas, estilizaba su figura, todo para terminar el vestuario en unos botines del mismo tono del pantalón. Todo muy neutro, tal vez podría osar a decir que hasta elegante. Le gustaba, con eso era suficiente y se daba por ganado.
Observó la boina gris que reposaba tranquila arriba de la cómoda, llamándole. La tomó entre sus huesudos dedos con anillos plateados, y dudó entre si ponérsela o no, pensando que tal vez sería demasiado accesorio y dedicación sólo para ir a la casa de Eren. Negó con la cabeza, dejándola en donde se encontraba.
Para finalizar su estadía dentro de las cuatro paredes, agarró el asa del bolso que se encontraba en su cama, en donde tenía todas las pertenencias necesarias preparadas para pasar la noche —y de seguro, como eran las cosas entre ellos, la mayoría del día sábado—, y cerró la puerta tras él. Luego de avisarle a su madre que iría a dormir donde Eren esta no hizo problema alguno, y sólo se dedicó a regalarle una miradita analítica —una que decidió ignorar, tal como lo hacía con muchas cosas durante los últimos siete días de su vida—, por lo que abandonó su hogar con prisas para no perder el autobús.
Su destino era el restaurante donde Eren trabajaba voluntariamente —todo gracias a que la madre de Eren, Carla, era la dueña— los fines de semana y la tarde del día viernes. En una de sus triviales conversaciones el muchacho de tez morena le había comentando que disfrutaba mucho trabajando de mesero en el local, que adoraba mucho esa labor porque le permitía despejarse hablando con la gente, y que le gustaba más de lo normal sacarles sonrisas. Recordó que también dijo que, si su madre le pagaba una pequeña cantidad por ello, él lo haría gustoso y sin dudar.
Durante todo el trayecto hacia el lugar, pensó en la conversación que habían mantenido ayer por la tarde, cuando caminaron juntos luego de la jornada escolar, y la parte que se repetía con insistencia en su memoria era en cuanto había aceptado la invitación del menor de ir a dormir a su casa. Era una escena que rebobinaba en su cabeza sin un fin aparente, una película que comenzaba una y otra vez sin la oportunidad de ponerle pausa, todo gracias a lo extraño que fue divisar la sonrisa en la cara del muchacho y la evidente emoción por parte de este sólo por haberle dicho que sí —era todavía más peculiar si recordaba que en muchas ocasiones le había dicho que sí a ir a su casa, pero nunca reaccionó de esa forma las veces anteriores—. Sin embargo, fue todavía más complicado de analizar cuando, de imprevisto, Eren se puso nervioso, podría asegurarlo a ojo cerrado, y es que conocía a la perfección que, cuando el de ojos verde esmeralda jugueteaba con su cabello y se balanceaba de atrás hacia a adelante, era porque había sido presa del hormigueo característico que alteraba todos los confines de su cuerpo.