PROLOGO 3

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-No se si lo que mas me cabrea es tener que rebajarme a descender a una bola de roca helada o tener que hacerlo para contentar a ese niño caprichoso. -la voz cansada de Déneb terminaba su relato a sus amigos y vecinos, Albireo, Altaír y Vega. Sus eternos acompañantes en el Triángulo de Verano, en la Constelación del cisne, visto desde el Hemisferio Norte del pequeño mundo al que iba a tener que visitar en breve. Hasta para sus designaciones dependían de esas pequeñas hormigas presuntuosas, resopló airado.

-No te preocupes muchacho. -la voz sosegada de Albireo fue, como siempre, un bálsamo para su ánimo. -Yo te echaré una mano. Y un ojo a tu estrella mientras estés fuera. Después de todo, siempre tengo una buena panorámica de ti y de tu culo, -sonrió ocurrente, tratando de subir su ánimo, como siempre. -Tú estas delante de mi en el otro extremo de la Cruz hipotética que nos define estelarmente.

-No pasará nada. -la presumida Altaír trató de tranquilizarle a su vez, cosa no muy habitual en ella, que solía pasar de todo y de todos, caprichosa por naturaleza. Déneb se la quedó mirando fijamente unos segundos. -Además, no todos los días tiene una un vecino famoso del que fardar. ¡Será maravilloso! -repuso dando saltitos. Ahora sí, la inconstante estrella era mucho mas parecida a la que conocía.

-Vas a llegar tarde como sigas dando vueltas. Todo estará bien por aquí, no te preocupes. -la juiciosa Vega, siempre preocupada por su bienestar, le dio una solidaria palmadita en la espalda, causándole la primera sonrisa sincera del día. -Anda, no hagas enfadar al Universo. Nosotros nos encargamos de tu estrella. No dejaremos que su fuego se apague y te estará esperando aquí cuando regreses, tan bonita y equilibrada como siempre.

Déneb asintió con la cabeza, sintiéndose afortunado por tener unos amigos y vecinos tan maravillosos a su lado. Con una despedida susurrada, volvió junto a sus compañeros de misión, dispuesto a todo, pero sobre todo a velar por ellos, porque solamente se tendrían unos a otros en esa extraña odisea. El propio Universo ya les había puesto la zancadilla con la dichosa palabrita de marras, que comprometía su seguridad tanto si la decían, como si no, en vez de salvaguardarla. O eso pensaba el. Y no confiaba en los humanos para que lo ayudasen en nada. Como buen soldado, sabía que en los únicos que podría apoyarse, sería en sus compañeros de misión. En eso estaba pensando mientras el arrogante Universo les daba sus últimas indicaciones.

Serían una unidad de avanzadilla, pero actuarían como células. En solitario. Cada uno caería en un sitio, aunque ni siquiera se les había revelado donde. No estaba nada de acuerdo con ese aspecto de sus directrices. Nada de acuerdo. Los debilitaba sin motivo. Juntos tenían mas posibilidades que por separado, todo buen estratega lo sabía, pero era una tontería tratar de metérselo en la mollera a ese Universo cabezón. Para él, interactuarían mejor con los humanos, por separado. Vete a saber tu por que pensaba eso. Ingenuo chiquillo. Sacudió la cabeza y tras una sucinta despedida, un repaso a los instrumentos de que los habían provisto, y la firme promesa de que lo primero que harían al descender, sería contactar entre ellos, para constatar que habían llegado sanos y salvos y se encontraban bien; todos desaparecieron con un fogonazo, dejando solo a un muy satisfecho y espectante Universo.

DÉNEBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora