-A ver..., dos brazos, dos piernas, una cabeza... -Déneb hizo recuento de su nuevo físico humano, mirándose las manos, los pies y palpándose con delicadeza la cabeza, dándose en ese momento cuenta de que también tenía ojos, boca, nariz... y sentido del olfato, muy fino al parecer, porque el tufo hediondo del callejón le hizo arrugar la nariz, asqueado. Trató de alejarse de allí lo más rápido que pudo, pero al dar un paso, trastabilló como si llevase encima varias copas de mas. -¡Joder que mareo!¡Esto es nuevo!¡Todo me baila! -intentó sacudir sus agarrotadas extremidades, pero una voz a sus espaldas lo hizo detenerse en seco.
-¡Menudo bombón!¡Parece un modelo de pasarela, de las caras!¡De las que cuestan mucho, mucho dinero!
-la voz femenina, chillona y de timbre tosco, fue solapada por otra, también femenina, que sonaba a su lado.
-Todas las pasarelas son caras, Ramona. -la compañera de la propietaria de la desagradable voz, puntualizó con un deje gutural en su voz, que sin saber por qué, hizo que a Déneb se le erizasen los pelos de la nuca. Le dirigió una apreciativa mirada. -Desde luego, el tío esta como quiere, aunque ese cabello blanco es un poco raro en un chico tan joven, ¿no crees?
-Lo que creo es que tiene una tajá que no puede con ella, Sabina. -contestó Ramona, colocándose ante el hombre joven, de no mas de treinta años, altísimo, de por lo menos un metro noventa, músculos definidos bajo su caro traje de firma, belleza exótica y sensual, ojos negros como el azabache, labios gruesos, nariz recta e impactante cabello blanco.
-Soy una gigante blanco azulada o gigante azul, como quiera llamarme, señorita... -trató de explicar Déneb aturdido, sin darse cuenta de lo que estaba de revelar de más, cosa que lo comprometería, a él y a su misión a sus inesperadas desconocidas, su primer encuentro con el género humano. Al menos no se le escapó la palabra maldita que lo llevaría de nuevo al cosmos. El universo le había dicho que debía ser educado y hasta el momento no había tenido motivo para no serlo, aunque frunció el ceño, de gruesas y rectas cejas negras, cuando la tal Sabina lo volvió a cortar. No pudiendo expresarle que todo el exceso de oxígeno que últimamente sufría, como si fueran gases, había conseguido contenerlo, dirigiéndolo hacia su cabello, por eso lucía tan inusual color.
-Gigante ya se ve que eres, bonito. -le dirigió una lasciva mirada a su perfecto, redondo, duro y respingón trasero, antes de acercarse tanto a él, que la estrella mensajera pudo sentir en el cogote, todo el fétido tufo a alcohol y comida barata de su aliento. -Ramona, ¿por ahí delante todo parece también gigante? -su amiga asintió complacida, sin dejar de mirarle el paquete, mientras se relamía los labios mal pintados de un rojo chillón, con lujuria. Lastima no poder catar a semejante ejemplar masculino, era una verdadera pena. Pero, esa no era su noche, ¿o quizá si?
-No, Ramona. -Sabina sacudió la cabeza, algo mas sobria y menos colocada que su compañera. -No podemos quedárnoslo. Los hombres del Ruso tienen que estar al caer. El fogonazo detrás del callejón, no ha podido pasarles desapercibido a ellos tampoco. -El fuerte resplandor que había precedido a la llegada de Déneb, había alertado a las dos prostitutas, que habían acudido al desabrido callejón, llevadas por la curiosidad.
-Joder, Sabina, ya se que no nos lo podemos quedar, pero un poco de magreo no hace daño a nadie y además, esta completamente borracho. No creo ni que se le suba, pobrecito, porque parece un semental. -la sonrisa de la prostituta se hizo aún mas libidinosa, encontrando réplica en su amiga, que asintió. Después de todo, un hombre como ese no se veía en los callejones todos los días.
Deneb dio un respingo cuando sintió una mano sudorosa que le palpaba el trasero, comenzando a amasárselo sin pudor, mientras que por delante, otro par de manos, fueron directas a sus atributos masculinos, pues empezaba a darse cuenta de que había tomado la forma de un hombre, o eso creía, no tenía aun muy claro eso de los géneros. No conseguía entenderlo bien. Pero fuera como fuera, se sentían bien esas manos encima de su cuerpo, era algo placentero que hacía que sus ojos se cerraran y sus extremidades se hicieran pesadas por el placer, mientras que la antena, como se había referido el universo para denominar su pene, iba subiendo poco a poco, para complacencia de la mujer que lo masturbaba perezosamente. Sonrió como un bendito, dejándose caer ligeramente hacia atrás, cuando un nuevo alboroto lo sacó de su letargo sensual. Las mujeres lo soltaron y echaron a correr. Por el rabillo del ojo, le pareció ver que llevaban algo en las manos, pero tenía la vista desenfocada por el placer y no pudo ver que era.
El instinto de conservación mas elemental lo hizo salir corriendo del oscuro callejón y acurrucarse tras unos contenedores, casi a la salida del mismo. Vio que el escándalo lo armaba un camión enorme y sucio, que iba agarrando con sus pinzas metálicas los bidones y los vaciaba en su insaciable barriga, traqueteando por la mal iluminada calle, en dirección a donde se encontraba escondido. Echó a correr otra vez, muerto de miedo, hasta que llegó a un sitio cubierto de árboles, que identificó con un parque. Se sentó en uno de los bancos y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones, palpando de paso su muy sobado trasero. Enseguida se dio cuenta de que le faltaba la cartera que universo le había regalado. Todo su dinero, identificación, tarjeta black, el móvil etc, había volado. Únicamente había podido perderlo cuando las mujeres lo habían toqueteado con lascivo placer, en el callejón. Comprendió con amargura que lo acababan de robar. De una forma muy placentera y lúbrica, pero lo habían dejado limpio. ¿Y ahora qué?
-¿Estás bien? -una repentina voz, aguda y dulce, resonó ante el, suave como una caricia. Alzó la cabeza aturdido por sus pensamientos para encontrarse con una joven que lo miraba preocupada. Una chica de unos venticinco años, alta, espigada, con unos enormes y expresivos ojos grises, rodeados de tupidas y gruesas pestañas, que no necesitaban realce artificial para lucir espesas y rizadas casi hasta los pómulos rosados y el delicado, elegante arco de las cejas, negras como la noche, igual que su espeso, rizado y alborotado cabello, largo hasta mitad de la espalda, que caía en suaves ondas de ébano. Sus gruesos labios, de un rojo natural, se abrieron en una genuina sonrisa de blancos y perfectos dientes bajo una nariz proporcionada al rostro ligeramente alargado de la muchacha. -Me llamo Eva. ¿Puedo saber cual es tu nombre?
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DÉNEB
RomanceEl universo esta aburrido y debate con otros universos por qué el planeta Tierra parece ser tan especial. Para averiguarlo, decide enviar a un grupo de estrellas, (de las del firmamento) a averiguar tan importante información. Lo que el universo no...