04. El recuerdo de caos.

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Prompt jueves: Haciendo el supermercado.

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Cuauhtémoc despierta antes que Aristóteles, gratamente, lo encuentra frente a frente con los ojos cerrados, suspirando lento, completamente relajado. Le encanta mirarlo así, le encanta porque es la primera vez en mucho tiempo que despierta a su lado, le encanta porque adora con fervor tenerlo cerca, y aunque se retiene cada que están juntos, ama con todo lo que compone su existencia estar presente en su vida, vivir a su lado un momento tan intimo como lo es despertar juntos, lo estremecedor que resulta dormir en su cama, utilizar su ropa, compartir sus espacios, y lo es en un ámbito que, no radica en ningún otro aspecto, más que el sólo hecho de sentirlo cercano. Porque aunque se exige dejar de hacerlo tan evidente, su corazón se niega desistir de la idea de amarlo con todas sus fuerzas, así pase lo que tenga que pasar una vez las veinticuatro horas concluyan. 

Mientras Aristóteles despierta, se pregunta si este juego —como lo ha denominado— es extremista para sí mismo. Él sabe que aceptó por complacerlo, pero también reconoce que aceptó porque está seguro que Aristóteles no se enamorará de él en ese límite de tiempo, y porque así, una vez lo compruebe, tiene un pretexto perfecto para convencerse de una vez por todas de que lo suyo jamás volverá, y que su amistad junto a los recuerdos vagos perdidos en el tiempo, será todo lo que tendrán en común. Porque aunque él lo aceptó desde hace tiempo, cuando Aristóteles admitió gustar de él y le dijo que lo quiere, todo se revierte a una ilusión con la que ahora debe lidiar, incluso si pone todas las posibilidades en contra, la ilusión vive y late fuerte al ritmo de su corazón. Y mirándolo de nuevo, se pregunta también si quizás, y sólo quizás... valdría la pena dejarse llevar tanto como Aristóteles quiere que lo haga. 

Aristóteles despierta tranquilo, aunque los párpados todavía le pesan, siente una emoción vibrante en el pecho, una que lo obliga a despertar y comprobar que su acompañante sigue a su lado, que Temo ha dormido con él como le prometió. Lleva tiempo pensando en un sólo hombre, y ese es el mismo que lo acompaña en la cama, el mismo con el que ha varios días sopesando la idea, imaginando los labios de Cuauhtémoc contrastando con sus labios, y mientras lo mira, imagina la tesitura, la sensación de ellos resbalando despacio entre los suyos, piensa en cómo sus dientes atraparían sus labios inferiores y en cómo no se detendría para besarlo con ímpetu, para consumarlo y volverlo loco con un beso. Esa mañana, lo deseó más que cualquiera de las veces anteriores. 

—Buenos días —le dice Temo, siendo el primero en saludar.

—Hola, Temo —responde con  la boca seca, porque no sólo ha gastado su saliva mientras dormía, sino mientras fantaseaba. 

—Pensé que dirías buenos días —. Aristóteles acaba de descubrir que le encanta la voz ronca de Temo por la mañana.

—Es que me desconcentré —, intenta despabilarse, pero de alguna forma impresionante, la atracción que siente por él incrementó a diferencia de ayer, y hoy particularmente, lo encuentra más atractivo. 

—Ya veo —, sonríe y se gira para mirar al techo—. Mi Ari siempre decía buenos días... —murmura casi para él mismo.

—¿Qué dijiste?

—Que de todas formas buenos días —lo arregla.

—Ah sí, buenos días —intenta redimirse.

Cuauhtémoc trata de ignorar la ultima conjetura que ha hecho en voz alta, y continúa mirando al techo, organizando sus pensamientos y sentimientos.

—¿Cómo te sientes hoy? —le pregunta Temo.

—Mucho mejor que otros días —, la alegría se hace presente en su voz—. Creo que tiene bastante que ver contigo —se atreve a decirlo. 

¿Cómo enamorar a mi novio en 24 horas? ; fluff fest AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora