CAPÍTULO IV: ÚRSULA

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- Vaya vaya Mefistófeles, tenemos visita. – Se oía una voz femenina, de muchacha de 20 años aproximadamente.

- ¡Guau, guau, rrr.... Guau! – Estaba terriblemente agresivo el can.

- Mefistófeles, tranquilízate – se acercaba, lograba sus blancas piernas – déjame ver quien es nuestro invitado. – Empezaba a escalar el árbol – No te muevas por favor, lo único que pudiese pasar al caerte del árbol es ser devorado por Mefistófeles y créeme, eso no será agradable.

Luego, estábamos en la misma rama, ella estaba casual, tenia largas piernas y vaya que piernas, tenia un cabello rojizo, ojos verdes, pecas en su rostro, una blusa corta y pues, no se que más decir, estaba muy linda la muchacha.

- Querido invitado, amm... ¿puedes decirme, ¿qué haces aquí?

- Pues.

- No hace falta que digas algo, ya lo sé.

- ¿Qué?

- Sí, viniste a traer la comida china que ordené hace media hora, ah... ya tenía hambre – bostezaba – ven, bajemos, te daré un poco. - ¿Comida china?

- No, no, no, la verdad es otra – Pero, ¿por qué abrí el pico? Me iba a meter en más líos joder.

- ¿Cómo qué no? – Esa cara de antes, de ironía pasaba a preocupada, ¿quién diantres está en mi casa? Es lo mismo no, pero, nada, olvídenlo, muy loco.

- Veras, pues... - ¡Ah! En que puto lio me he metido.

- ¡Habla de una vez mocoso! – Me ha dado un manotazo que casi me caigo del árbol.

- Me estaban persiguiendo unos policías y vi la puerta de ese sitio abierta y pues me tiré de un taxi en camino. – Luego de mencionar eso, hubo silencio.

- JA, JA, JA, JA, JA – estaba que lloraba de la risa - tú no eres de por aquí, ¿verdad?

- No, ¿cómo lo sabes?

- Porque ningún loco se atrevería hacer lo que hiciste, ósea, ¿para qué? ¿estás loco? Pero bueno, me agradas.

- Bueno, sí, no soy de aquí, aunque tampoco diré de dónde soy.

- Estás en mi techo y, aparte, estoy dentro de tu problema ahora muchachito, así que habla de una vez.

- Ah...

Luego, para comentarle todo lo que había pasado, preparó café, encerró a Mefistófeles y

sin exagerar le conté todo.

- ¿Y, así sin más saliste de tu casa? Por cierto, no me has dicho tu nombre.

- Me llamo Arturo.

- Yo me llamo Úrsula – extendió su mano – mucho gusto.

- Verás, todo ha sido tan rápido que no me lo puedo creer.

- Entiendo, a mí también me paso algo similar hace muchos años, pero eso es historia.

- ¿De veras?

- Si, pero no importa, ahora, corres mucho peligro. No sé cómo pudiste jugar con la policía durante tanto tiempo, fueron muy suaves contigo.

- ¿Cómo así?

- Aquí, no se está acostumbrado a ver espectáculos como lo que túa p me describes, por cierto, ¿Cuántos años tienes?

- 17.

- Ummm – bebe un sorbo – los suficientes para estar encerrado en Franklin durante un buen rato. ¿Puedes permitirme tus documentos?

- No, los traigo – Baje la cabeza.

- JA, JA, JA, JA, ¿quién eres? Estas terriblemente loco, lo vas a necesitas. ¿Alguien te los puede traer?

- Pues, déjame pensar.

- Y rápido.

- Ok, ok. Pero, un momento, ¿por qué quieres ayudarme? No me conoces.

- Pues. – Se acerco a mí, me puse nervioso. – Digamos, que me has gustado desde que... entraste aquí – Hablaba cada vez más lentamente.

- ¡Ah, ah! – No hallaba que hacer.

- JA, JA, JA, JA, pero mira cómo te has puesto Arturo. Bueno, no tienes la culpa, quien no se calienta con alguien como yo.

- Ja, ja, ja... - Mi risa era incomoda, liberaba tensión.

- A ver, tomate tu café, ya vengo, te voy a traer más pan.

- Vaya... bonita retaguardia tienes Úrsula.

- ¿Has dicho algo Arturo? – Se detuvo y lo dijo de forma irónica.

- ¡NO! ¡NO! ¡No he dicho nada! – Movía las manos para tapar mi sonrojado rostro.

- Ay... Mira, que ternurita, ja, ja, ja, ya vuelvo.

Diario de ArturoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora