El color del cielo cambió por la tarde del día siguiente, despejado y azulado como me gustaba desde siempre. Mientras lo veía desde la puerta de la tienda recordé los viejos tiempos cuando nos acostábamos con Nile en medio de los pastizales tras una larga jornada de cosecha, contábamos las nubes grises que se paseaban de sur a norte, a veces terminábamos bañados y en otras con la cara quemada por los rayos solares, luego regresábamos a casa con miedo de ser reprendidos. Amo este escenario que no pensaba cambiarlo por otro. No terminé de imaginarla porque mi mente presagió que alguien estaba por venir.
— Buenas tardes, vengo por las dos fundas de pan...— miraba un papelito en su mano— y por el mejor postre que tengas— susurró para que sus acompañantes no la escuchasen.
— Justamente te estaba esperando— le dije — Aquí tienes, recién sacados del horno.
— ¿Y el pastel?
— Respecto a eso, me dijo la señorita Adonia que estaba prohibido solicitar algún postre y más si eres tú quién los pide. Ten un buen día.
— ¿Esto me alcanza? — abrió su mano sudada y me mostró tres monedas de plata. — Por favor, diga que sí.
— No — dije la verdad — Regresa cuando hayas juntado cuatro monedas.
— Pero... hoy no puedo. Tengo que dormir temprano — bajó la mirada—.
La cara decaída, y las monedas mojadas por un líquido que parecía ser salado me hicieron creerle. En sí, no le guardaba rencor por los momentos más asfixiantes que me hizo pasar en estos días porque tampoco podría cobrármelas si es que quisiera. Le retiro los metales de la mano, no tenía tanto para comprar pero decido hacer mi buena acción del día y le muestro un pastel del tamaño de su mano, pequeño. Se le iluminaron los ojos y promete volverse clienta fiel del lugar, sonríe a más no poder reluciendo sus dientes, daba la espalda a sus damas quienes no podrían apreciar el pequeño delito que ella estaba cometiendo en sus narices.
— Volveré y mañana si traeré completas las monedas— recobró la compostura y salió.
— Gracias por avisar, tendré en cuenta tu llegada para cerrar— le contesto en voz baja.
Desde que dijo que volvería confirmé que siempre decía la verdad aunque a veces le costara, sin embargo, nunca pensé que se transformaría en un monotonía el recibirla, primero en las mañanas después del alba, luego en los ocasos y por último en las madrugadas cuando nadie la veía. Y así como ella cambiaba sus hábitos yo también le seguía el paso, avanzaba tan deprisa que a veces me asustaba.
Recuerdo haber estado conversando con algunas mujeres que llegaron en búsqueda de Dorian, disimuladamente preguntando por su paradero y les respondí que había salido hace unos minutos. Ese hombre tenía una especialidad para esquivar amoríos. No les mentí porque creí haber oído que iba a dejar personalmente los panes a casa de la familia Giorgiou. Entonces como si no tuviesen nada más que hacer ordenaron la especialidad de nosotros: colada y panes de trigo con pequeños trozos de nueces en el interior. Poco después de que el grupo se sentara en los bancos interiores del lugar llega corriendo la mujercita pero antes de entrar una de las que estaba comiendo le jala suavemente como si la insitara a que le hiciese caso y algo me convence que debo mantener un ojo, por si las dudas.
— Oh, querida. Mira qué linda es— suelta una risilla — ¿Cómo te llamas?
— Umm...¿Airlia? — se rasca el cuello incómoda y sentándose a su lado.
— ¿Vienes a visitar a Dorian? Lamentablemente también lo buscamos y nos han informado que no se encuentra. Espera con nosotras—habló otra—.
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[AIRLIA]
Teen FictionEs el año 322 a.C cuando Hasani Zidan, un hombre meteco nacido en Egipto por casualidades de la vida conoce a una señorita que le hará experimentar toda clase de emociones y descubrir el valor del amor y, como este se volverá la fuente de esperanzas...