cuatro

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—Cuatro quesos obviamente.—dijo Arabella contestando a Michael.

—¿Lo pedimos para llevar y comemos con los chicos?—volvió a preguntar Michael.

—Deja de hablar de ellos cómo si yo les conociera de siempre.—murmuró Arabella.

—¿Cómo quieres que hable de ellos sino? No son desconocidos.—respondió con un poco de enfadado Michael. Le molestaba su actitud fría y distante con los demás.

—Pues para mi sí. Ni si quiera los conozco en persona.—continuó ella. A Arabella le molestaba que Michael hablara así de ellos sabiendo lo que la costaba socializar.

—Deja que los demás se interesen por ti. No puedes permanecer alejada de todo el mundo, sin dejar que nadie se acerce. Simplemente, no. Eres demasiado fría con las personas que se interesan por ti, cómo yo. Me costó llegar a dónde estoy ahora, me costó transpasar tu muro, y no pretendo cambiarte, sólo quiero que te des cuenta tú sola que quizás dereplanteártelo.—Michael fue duro con sus palabras, tanto que él se sorprendió tanto o más que Arabella.

Ella negó con la cabeza, aguantando el picor en sus ojos, y el asqueroso líquido salado que estaba apunto de caer de ellos. No podía, tenía que sostener ese muro.

—Por esto mismo, prefiero estar sola. Así no hay nadie que pueda hacerme daño, excepto yo misma.—dijo Arabella con los dientes apretados.

Le había dolido.

—Bell... Perdón. No voy a decir que no quería decir eso, porque es lo que siento. Pero no quería dañarte, lo siento. Nunca he pretendido hacerlo.—dijo Michael suplicando. Él también quería llorar. Pero no, no podía.

—Sin embargo, lo has hecho.—se notaba la decepción en el tono de voz de Arabella.

Ella se dió la vuelta y salió de la pizzería, montó en su skate y tomó un rumbo incierto. Sólo quería perderse.

Fue una tonta. Dejando que él entrara más de lo normal a su vida, que supiera gran parte de su pasado, que la hiciera reír y sonreír, que la abrazara, que la consolara, que supiera sus gustos, que compartieran música, que él supiera cuál era su canción favorita, pero sobretodo fue una tonta queriéndole.

Ella tenía la misma visión de todo ser humano, y cometió el error de dejar que él fuera la excepción. Había aprendido a convivir sola, sólo con ella y sus autocríticas. No necesitaba a nadie más para recordarle cuán distante era con todo el mundo. Ella ya lo sabía, y ella había decidido ser así. Si sus propias críticas la dolían cómo ya lo hacían, las de el resto, le dolerían el doble. Y no estaba preparada para sufrir tanto. Por eso, se alejaba del mundo, una de las muchas razones.

Ahora, desearía retroceder en el tiempo y no haber pisado aquella tienda de música nunca.
Dicen que de los errores se aprenden, pero no sabe si conseguirá salir de éste.

El viento dañaba sus ojos y conseguía que sus lágrimas salieran con más fuerza. Pero claro, no puede impedir que el viento no transpase su muro.

Era medio día, y desgraciadamente, todavía hacía sol pese a el desagradable viento.

Por suerte, era hora de comer y casi no había personas por la calle. Sólo gente comiendo en las terrazas de los restaurantes, había gente comiendo sola, pero mientras hablaban por el móvil con alguien, por el cual seguramente habrían sufrido alguna vez, pero aún así soportaban.

Se supone que el amor puede con todo, pero Arabella todavía no conoce eso. Ni piensa conocerlo.

Llegó al parque, y se sentó en un banco, dejando el skate sobre sus piernas cruzadas encima del banco.

E inevitablemente, comenzó a llorar otra vez.

¿Cuándo se volvió tan malditamente débil?

Ella no lo entendía. O no quería entenderlo. Estaba segura de que Michael no es tan importante cómo para que ella llore así, y se autoconvencía de que le habían dolido las palabras, no el hecho de que quizás lo perdería a él.

Siempre que lloraba, pasaba por diferentes fases. Ésta, era la primera.

Negación.

Era una estúpida, todo por su culpa. Si no le hubiera dejado entrar, todo estaría cómo antes. Lloraría, sí, pero no por otra persona. Es una imbécil, ¿cómo pudo permitirlo?

Y esa, su segunda fase.

Autoenculpación.

Y lo peor de todo, es que sigue llorando. Y cada vez va a más. Si de verdad hubiera sabido pararlo a tiempo, ahora no estaría así. Llorando cómo una tonta en un parque.

Esa la tercera fase.

Arrepentimiento.

Estaba harta. Ojalá hubiera tenido las agallas de romperle la cara. Ver cómo su puño le sacaba la mandíbula, pero no, demasiado cobarde. A veces se pasaba de buena persona. Y no sabía ni el por qué. Se odiaba a si misma, y a él. No podía, simplemente no podía fingir que no tenía ganas de ir y pegarle.

Última, y peor, fase.

Ira.

No sabía controlarse ahora mismo. No sabía mantener sus puños quietos y pegados a su cuerpo. No sabía cómo no desatar su ira contra alguien. Contra quién sea, total, todos lo merecen. Incluso ella.

Esto si que no lo sabía Michael, y se alegra de ello. Arabella tiene problemas con la ira, desde siempre. Había ido al psicólogo, pero una tarde, fuera de sí, amenazó a su madre con que si no la sacaba de allí, no se arrepentiría de matar a la psicóloga a puñetazos. En ese momento no sabía lo que hacía, pero tampoco se arrepiente. Total, aquella supuesta diplomada en psicología lo único que hacía era ponerla peor.

No entendía por qué se molestaban en comprenderla si nunca lo consegurían.

Se levantó rápidamente del banco, no podía quedarse ahí, arremetería con cualquiera que se la cruzara. Y la daba igual, pero aunque la cueste admitirlo, no tenían culpa.

Lo peor es que no podía ir a casa. Quizás su madre se había dignado a aparecer y se daría cuenta de su ataque. Y no, ya se había encargado de ocultarla que todavía seguía teniéndolos.

Sin pensarlo dos veces, se metió a un callejón oscuro. No se veía nada. Mejor. La oscuridad la gustaba.

Dejó su skate en el suelo, y sin pensarlo dos veces comenzó a lanzar puñetazos contra la dura y fría pared del callejón. Rió irónicamente mientras continuaba, estaba pegando contra algo igual que ella, duro y frío.

Los puñetazos iban y venían. ¿Por qué no tiene la guitarra para desahogarse tocando y no así?

Estaba avergonzada, pero no podía parar, y eso sólo la hizo continuar golpeando más fuerte.
Había nacido para estar sola.

Mordía fuertemente su labio para no gritar de furia y dolor, tanto que notó el ferroso sabor de la sangre en su garganta.

Sus puños, ahora rojos y ensangrentados, no descansaban, pero aún así, quiso parar.

¿Qué pensaría Michael de ella al verla así?

¿Por qué la importa?

Sentía la impotencia en sus manos, en forma de herida, y en sus ojos, en forma de lágrima.

Era un desperdicio de persona.

Arabella // mgcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora