seis

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Michael curaba cuidadosamente las heridas de Arabella.

Ella sólo miraba su cara de concentración en ese momento, sus ojos aún acuosos luchando por no derramar ni una sola gota en las manos de ella, y el cuidado con el que trataba él a sus dañadas manos, intentando arreglar lo recién destrozado.

Michael era cuidadoso, delicado, a él le dolía pasar el algodón por las heridas de ella, heridas de una batalla que no ha dado por concreto al vencedor de la guerra. Sus delicadas manos ahora eran un manojo de sangre y heridas, tan dañadas cómo su corazón. Él necesitaba poner tiritas dónde antes había grietas, necesitaba verla sonreír y sentir su corazón latir, sabía que no iba a ser fácil, ella no lo es, pero se había aferrado a la idea de reconstruir un corazón totalmente arruinado.

—¿Por qué, Arabella?—preguntó Michael besando la mano derecha de ella dónde ahora descansaban un sin fin de vendajes.

Ella quería hacerse la tonta, ignorar el hecho de que él lo había descubierto, quería que sus problemas volvieran a pasar desapercibidos cómo antes. Pero sabía que ya no había vuelta atrás.

—¿Sabes lo que es la frustración? ¿La ira?—dijo ella—Pues cuando esos dos sentimientos desgarradores se juntan, mi sentido común desaparece, y los actos de desahogo surgen.

Él la miró, y la volvió a mirar. Era difícil asimilar que una persona cómo ella, estuviera tan destrozada. Ella pisaba sobre ruinas, incapaz de reconstruir lo que alguna vez quiso llamar felicidad.

—Cuándo los pedazos de mi corazón, los miles de pedazos, se hacen cenizas, el sufrimiento me llena, llena el vacío que soy, y ya que no puedo impedirle entrar, tengo que sacarlo de una manera urgente, cómo último recurso. No creas que eres el culpable es esto, Michael. Mi corazón lleva siendo cenizas desde hace mucho, y por desgracia, eso siempre gana a la razón—suspiró la chica.

Michael, estaba mudo, sus sentidos sólo centrados en ella, en el dolor de sus palabras, la tristeza de sus ojos, la ira de sus heridas, la frustración de sus actos, y las ruinas de su corazón.

—Los corazones no se arreglan luchando contra uno mismo. Quizás si tienes que luchar contra ti misma, pero psicológicamente. Estoy seguro de que actúas así ya que no podías hablar con nadie, ahora me tienes aquí Arabella. Supongo que tú querías a alguien más parecido a Adam Levine, no estoy tan bueno cómo él, pero sé escuchar y comprender, y estoy aquí para quedarme y ayudar—las palabras de Michael hicieron sonreír débilmente a Arabella.

Y negar interiormente el hecho de que se consideraba feo con Adam Levine, vamos, ¿se habrá visto al espejo?

—Tú ya eres demasiado para mí, Michael—dijo tristemente. Aceptando la realidad, ella no merecía a alguien cómo Michael.

—No soy demasiado, soy lo que necesitas—dijo Michael mirándola directamente a los ojos.

Arabella enfocó sus ojos en el suelo, recapacitando. Quizás, él era lo que necesitaba y lo que todo este tiempo ha evitado encontrar.

—Tengo que irme—dijo levantándose del sofá de Michael.

—¿Te acompaño?—preguntó él viendo cómo el cuerpo sin alma de aquella chica que le ha robado más que su tiempo se acercaba a la puerta.

—No tengo miedo de estar sola—dijo ella negando con la cabeza.

Dicho esto salió por la puerta, cerrando con poco cuidado, dejando a Michael perdido en ella, en sus palabras, en sus actos, intentando reconstruir sus ruinas.

Arabella salió a paso rápido del apartamento, mirando al suelo en todo momento. Se decía mentalmente cuán suertuda era por el hecho de que los amigos de Michael no estaban en ese momento en el apartamento que comparten. Ni si quiera sabe el por qué aceptó a venir sabiendo que podrían haber estado, no sabría que hacer si eso hubiera ocurrido.

Negó con la cabeza mientras caminaba más rápido, llamó al ascensor. El cual no respondía, ya que debían de estar llamando desde abajo a la vez.

Enfadada se dirigió a las escaleras a paso firme, bufando en cada escalón, por culpa de un idiota tenía que sacar fuerzas de dónde no había para bajar cuatro pisos de escaleras.

En el tercer piso ya respiraba difícilmente, el aire entraba atascado y a trompicones por sus vías respiratorias debido a su asma. Sus pulmones no daban a basto, hacía mucho que no exponía su enfermedad a un ejercicio físico. Y ella no estaba siendo exagerada, no acostumbraba a correr y lo único que quería era salir de allí rápido, con lo cual tuvo que correr.

Paró en un escalón sujetándose a la barandilla, agachada y respirado como podía, con dificultad. Las inhalaciones eran rápidas, al igual que las exhalaciones, haciendo que un mareo la recorriera el cuerpo nublándola la vista y haciéndola temblar las piernas, las cuales no aguantaron más haciéndola caer por las escaleras y cerrar los ojos hasta ver todo negro.

Arabella // mgcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora