CAPÍTULO 3: Determinación.

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Caminaba de un lado a otro, con un terrible nerviosismo recorriendo todo su cuerpo. La mezcla de vergüenza y temor le eran una muy terrible combinación, sin embargo, de alguna forma logró salir vivo de la incómoda comida que se suscitó hacía horas.

¿Desde cuándo todo se fue en declive? ¿desde que aceptó acompañar al chico de sus sueños, sabiendo que su -no tan amable- padre estaría ahí? ¡Tal vez había sido desde mucho antes! ¡desde el momento en que esos dos se conocieron! Bueno, quizá no, ya estaba siendo muy paranoico.

Jay cedió ante el agobio mental del cual era presa y se recostó en el sofá, no mucho después los perros se acercaron para acompañarle. Comenzó a repartir caricias conforme seguía pensando qué haría a continuación.

Su orientación sexual no era exactamente un secreto... pero tampoco un asunto que le gustase revelar. ¿Acaso Daniel ahora lo trataría distinto? No, dudaba mucho que fuese el caso. Intentó pensar de la forma más optimista posible y repasó el escenario un centenar de veces, como si con ello pudiese cambiar el pasado.

Entonces comprendió que, si lo aprovechaba con destreza, tal vez esta fuese su oportunidad dorada.

¡Planeaba confesarse! bueno, no planeaba... simplemente lo tenía en mente; pero ahora tenía que hacerlo, ¿qué más podía perder? Oh, cierto, una amistad que podría durar de por vida... ¿Pero no era mejor intentarlo ahora que su papá había aceptado -muy a su modo- sus gustos? ¡antes de que Joy intentase algún movimiento! ¡peor aún, antes de que cualquier otra chica se robase a su futuro esposo!

Después de lo que le parecieron horas interminables, se decidió a llevar a cabo lo que no se atrevió durante prácticamente tres años: declararle su amor a Daniel Park.

Se acercó al cristal de la ventana con parsimonia, la noche ya había caído y las luces de la ciudad otorgaban una vista digna de admirar. Pese a ello, lo que captó su atención no era la belleza que tenía por paisaje, sino su propio reflejo en la superficie; un reflejo que con toda nitidez le recordó a sí mismo en aquel día.

Las circunstancias eran similares: la confusión en sus ideas, el caótico desorden de sus pensamientos y su ineptitud para plasmar todo cuanto anhelaba por expresar. En aquella ocasión, tan solo quería darle un obsequio de cumpleaños al chico nuevo, acompañado de una nota donde redactaba con total sinceridad su deseo de ser amigos.

Esa tarde también se la había pasado entre pesados suspiros, reescribiendo una y otra vez una nota lo suficientemente convincente y batallando contra el inexplicable sentimiento que se adueñaba de su pecho cada vez que pensaba en él.

"Para Daniel: Hola, soy..."

Garabato.

"Hey, feliz cumpleaños. Seamos amigos, soy Jay"

Tampoco, otro garabato.

"Sin querer escuché que es tu cumpleaños. No malinterpretes y solo acepta mi ropa"

Peor aún, un último garabato.

¿Por qué el comunicarse con otros siempre fue su martirio personal?

Pero ahora, aunque de alguna forma su método no había sido muy distinto, había podido llegar a un resultado más satisfactorio: ¡había hallado la determinación para esta vez realizar lo que con autenticidad quería!

Se lanzó en búsqueda de un calendario, y cuando lo encontró señaló la fecha designada como su gran día: la graduación. Treinta ocho días a partir de la mañana siguiente, disponía de prácticamente un mes y una semana para prepararse y, claro, para intentar captar el interés de Daniel más allá de la amistad.

El "te amo" sin confesar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora