Las tres brujas.
Esa era noche fresca, las lluvias de los últimos días daban un ambiente fresco y esperanzador a las calles. Debo decir que en este lugar del mundo no hay mucha actividad durante la noche, así que el viento, mis pisadas y el ladrido de algún perro eran los únicos sonidos que nos regalaba la noche.
Los postes con luz eran la única iluminación en una noche de sombra como esa, la luna estaba ausente y ningún automóvil alumbraba el camino con sus faros. Yo no tenía ninguna razón especial para estar fuera esa noche, tal vez solo pasear, dejar volar a mi mente en ese viento fresco y perderse en esos suelos húmedos iluminados por la triste luz de los postes. Algún insecto zumbaba por mi camino, se podían notar los ojos de algún perro entre las rejas de las casas y ocasionalmente alguna voz humana a lo lejos.
No podía estar segura de la hora, pues conmigo no llevaba un reloj ni la intención o necesidad de conocerla. Solo sabía que era noche y que para el amanecer aún faltaba un buen tiempo. No tenía la intención de llegar a casa ni alguna actividad para hacer en ella, solo vagar por las calles desiertas y oscuras, pensando en cosas triviales y no tanto.
Giré en una calle y luego en otra, no iba a algún lugar en especial ni seguía una ruta, solo iba al lugar que más me llamaba, dejándome guiar por la atracción que sentía en el fondo de mí ser hacia algo que no sabía que era ni si existía realmente. Así fue como llegue a la intersección de esas tres callejuelas, no me detuve a pensar por donde ir, si no a darme cuenta de que ya no llegaba más lejos. En mi recorrido habría dado ahí la vuelta y dejado que mi instinto me llevara a casa de vuelta, pero me quedé parada un momento sin pensar en nada, aspiré aire con fuerza, enfriando mis pulmones y casi limpiando mi alma con aquel olor tan delicioso a lluvia y tierra mojada, entonces miré realmente a mi alrededor, notando que realmente no sabía dónde estaba, nunca había venido por estos lugares ni recordaba las casas y señales que me rodeaban.
Ahí fue donde, como si se integraran de la oscuridad, aparecieron tres siluetas, una por cada calle frente a mí. No me pregunté de donde habían salido, pues no perdería el tiempo con una respuesta a base de suposiciones, me limité a mirar a las oscuras figuras. Todas vestían la misma túnica con capucha, de color negro aterciopelado, que cubría su cuerpo en su totalidad. Sus pasos eran mudos, el único sonido que producían sus movimientos era el susurro de su túnica al ondular con el viento. No se escuchó una sola palabra, y se detuvieron a la misma distancia entre ellas como de mí.
Casi como ensayado, aunque casi podía estar segura de que más bien era por costumbre, aparecieron tras ellas otras sombras, otras tres, una tras cada una. Son un siseo, un ronroneo y un aletear aparecieron una serpiente, un gato y un cuervo. Entonces las capuchas cayeron hacia atrás, con una risa aguda y penetrante que aceleró mi corazón aunque mi cuerpo siguiera estático.
La luz del único poste me mostró tres rostros femeninos, de rasgos delicados y finos detalles, la piel tallada en mármol, tan lisa y suave a la vista como la superficie del agua pura. Sus ojos destellantes de encanto, maldad e interés me miraban directamente y sus labios pintados de color ébano, como el resto de su maquillaje, seguían abiertos en una divertida y fría carcajada.
Nunca sentí el inútil impulso de la huida, tampoco el angustiante pinchazo del miedo, ni la alerta del peligro. Solo me quedé ahí, como si lo que veía fuera más corriente que una roca a medio camino. Sin embargo ahora las figuras precian completamente femeninas, con las túnicas ajustadas a la cintura y las largas cabelleras oscuras cayendo hacia atrás, acunadas por las capuchas colgantes.
Sus ojos ensombrecidos por el maquillaje negro tan bien distribuido se veían grandes y oscuros, complementando su sombría apariencia. Las manos delicadas, largas y de uñas oscuras se movían acariciando su cuerpo con movimientos que a ojos de un hombre perecerían provocativos, pero que a mí parecer resultaban curiosos. Una acariciaba a la serpiente y su propio cuerpo con movimientos frenéticos. La segunda acariciaba al gato en sus brazos mientras hacía ademanes parecidos a los de los magos de televisión, llamando una energía invisible a mis ojos. La tercera miraba embelesada al cuervo en su hombro izquierdo, mientras colocaba una mano en su corazón y llamaba con la otra a una persona no presente.
No hice seña de moverme, las miraba con interés profundo y expresión despreocupada, todas portaban bajo el brazo derecho un libro grueso, encuadernado en piel oscura y con un símbolo de plata en el frente y letras en el ancho lomo.
Continuaron con sus risas divertidas y yo incapaz de romper el silencio que reinaba fuera de ellas. Se apagaron lentamente, como una radio a la que se le baja el volumen lenta y regularmente. El silencio más tarde fue menos duradero de lo esperado. La bruja acariciando su rostro me miró arrogante y divertida, seductora naturalmente. Sus ojos, brillantes estrellas, relucían en su apariencia como cuentas rojas que encerraban misterios de pasiones.
- Linda la noche en que te conocí, se estremece la sombra ante mí. Pues mis ojos, mi cuerpo y mi oscura pasión te arrastraran hacia aquí- cantó con voz hechizante, aguda y afilada como el reluciente filo de un cristal.
Miré a la cantante con interés, pues su relato no era de menor valor que mi atención ni de despreciable importancia.
Seria noviembre cuando lo conocí de elegantes modos y fina atención, su brillante presencia me conmovió y rendida caí ante él. Su deliciosa voz me hechizó y su suave tacto me apresó, no podía yo separarme de él, pues como aire para respirar su presencia me faltó.- dijo la bruja en verso y su voz en susurro misterioso contó el secreto de su prisión.- tan dulces eran sus palabras que se ganó mi confianza desde el primer momento que lo vi, su mirada retadora y dispuesta me aseguró un buen partido, ¿quién creería que la cacería era al revés? En el báileme decidí a cortejarlo, era un joven atento y de hábil palabra, que así como me hacía reír con su carismático carácter me impresionaba con los relatos de sus vivencias. Era un hombre de mundo, sus observaciones eran siempre acertadas y conocía todo a su al rededor, predecía acontecimientos entre los invitados y podía decir con facilidad la ambición de cada persona. Me atrajo hacia él