No debería subir esta tontería xD
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Espero el día en que las personas entiendan el valor de lo que los rodea, cuando entiendan que todo ser a su alrededor tiene el mismo valor que ellos, sin importar su tamaño, función o imagen.
Durante mi estancia en África aprendí que las personas pueden ser comprensibles, que se les puede enseñar a entender el mundo de una forma más correcta. Los nativos africanos están seguros de que como se eduque a un niño es la forma en la que este se comportará de adulto. Que si a un niño se le educa como un león, el creerá que es un león, pensará y actuará como uno.
Y todo lo aprendido dio paso en mi mente a una idea, que si se podía educar a un niño fuera de las reglas sociales, y se le quitaban de su educación los prejuicios acerca de racismo, especismo y egocentrismo, que suelen tener todos los humanos, ese niño crecería con una mente sana, una mentalidad natural, donde todo a su alrededor sería tan valioso como él.
Una vez satisfecha con la vida que había llevado en África me traslade hacia Europa, donde continúe con mis estudios. Aprendiendo sobre lenguas, música, arte, matemáticas, y todo lo que pudiera abarcar. Trabajé como institutriz de los hijos de personas importantes, a mi corta edad y con mis conocimientos eso no me fue difícil, más sin embargo algo se movía dentro de mí al ver a todos esos chiquillos aprendiendo a ser humanos, algo que iba desde un ligero odio hasta una fuerte compasión. Haciéndome desear mostrarles otra forma de ver las cosas. Nunca lo demostré ni lo hice.
Mi trabajo me dio para vivir muy cómodamente algún tiempo, sin embargo el esfuerzo que requería no era proporcional al entusiasmo con el que lo llevaba a cabo, dejé de trabajar en eso para dedicarme a un campo más cerrado, como era la ciencia.
Ejercí como médico veterinario cerca de un año, conociendo a maravillosas personas, de las que disfrutaba la compañía.
En ese tiempo fue que por una mezcla de suerte, accidentes fortuitos y razones más bien estúpidas, terminé ganando la lotería con el primer y único boleto que había comprado, como acto de caridad a una señora vendedora.
Y aun así la noticia no me cayó mal, muchas personas me felicitaron y alentaron a hacer inversiones y cosas por el estilo. Más yo tenía mis propios planes en mente. En lugar de tomar mi lugar reservado en la parte alta de la sociedad, decidí irme lejos de esta.
Ese año salí mucho del país de Inglaterra, que era donde había estado viviendo hasta entonces. Compré una pequeña casa y algunas hectáreas de tierras en un hermoso lugar, los Alpes Suizos.
Fuera de las personas implicadas directamente, nadie más sabia, por orden mía, que había ganado la lotería, así que mi imagen en las personas permanecía intacta, tenía un auto moderno pero nada fuera de lo normal, una casa en un lindo vecindario y un trabajo como veterinaria, y así seguiría siendo hasta que todo estuviera listo en aquel que sería mi nuevo hogar, alejado de las personas y sus prejuicios.
Fue en las últimas semanas antes de partir, cuando mi vida dio un giro completamente inesperado.
Ese día fui a la ciudad de Londres, a arreglar algunos papeles y dejar las cosas en orden antes de mi partida, dejé mi auto en un estacionamiento a una calle de ahí y caminé hasta mi destino.
Completé algunos trámites, deje en claro algunas cosas y salí de ahí apenas la ajustada burocracia me lo permitió.
Caminaba por la calle hacia el estacionamiento cuando una triste escena me hizo detenerme, en aquel lugar, donde personas con traje y portafolios pasaban apresuradas hablando por teléfono, un niño pequeño, de unos cuatro años aproximadamente, intentaba llamar su atención. De aspecto descuidado, muy delgado y de ropas viejas, con la cara llena de mugre y el cabello negro despeinado y sucio, pero lo que más atrajo mi atención hacia el chiquillo era que sus ojos de color azul oscuro, reflejaban algo que a su edad hubiera creído casi imposible. Odio, impotencia y desesperación.