Capítulo siete: Bodas.

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Invierno, año desconocido.

La nieve caía al suelo de una forma ligera y con gracias, seguían el patrón que el viento les marcaba, los copos bailaban sobre el aire como pequeñas bailarinas, ahí estaba el chico de ojos azules, viendo con tranquilidad el paisaje, se encontraba fuera de aquella cueva donde, según los relatos de Hiccup, ahí había sido su primer beso. Habían pasado ya 2 años desde su reencuentro y el vikingo había hecho un trabajo estupendo en volverlo a enamorar ahora el esperaba su encuentro diario.

Una bola de nieve le pegó a Jack, por la nuca, provocando que cayera al suelo, se escuchó una risa a lo lejos.

-No es gracioso, Hiccup.

-Perdóname niño- decía riendo el jinete.

Hiccup se acercó al espíritu para ayudarlo a levantarse, le ofreció la mano y éste la aceptó con una sonrisa, cuando Jack tuvo la mano del de ojos verdes bien afianzada, la jalo, provocando que el pecoso callera de frente a su lado, el vikingo se giró para verlo a los ojos, al instante se puso sobre él y acarició su mejilla.

-La dulce venganza- dijo burlón.

-Jack, aún eres un niño- lo tomó por la cintura y lo besó cerrando sus ojos; el chico de ojos azules respondió el beso e intento entrelazar sus manos con las del chico pecoso.

Al separarse los dientes de Hiccup, rozaron el labio inferior de Jack, haciéndolo temblar ligeramente, al tiempo que en los labios de Hiccup se dibujaba una sonrisa malévola y tierna, besó su frente y abrazó al espíritu del invierno. Lo miró a los ojos fijamente viendo aquella gama de colores que siempre veía en sus ojos, era completamente hipnótico, aunque esos ojos azules no le veían directamente, lo deslumbraban; Jack acarició el rostro pecoso del chico, dejando un pequeño camino de copos sobre su piel y al mirarlo, se encontró con sus ojos, verdes, tan verdes como el mar, resplandecían como estrellas y en ellos encontraba su reflejo acompañado de un cariño infinito, quizás, aquello era más profundo que el cariño e incluso más lejano que el infinito; se volvieron a besar, disfrutando el contraste de temperaturas, disfrutando la eternidad de un segundo, sin pensar que tan sólo eran un cuerpo y un espíritu, un vivo y un muerto, un simple mortal y un inmortal.

-¿Me amas?- pregunto el de cabello castaño; lo atrajo contra su cuerpo y respiro aquel nuevo aroma que emanaba el de cabello blanco, olía a pino y eucalipto, propios de la estación.

-Te amo...- le dijo Jack contra su oido, su aliento frío, hizo estremecer al dueño del dragón.

El vikingo estornudo nuy ligeramente, haciendo que el espíritu se separará de él; Jack lo miró un poco desilucionado, se levantó y estaba dispuesto a alejarse.

-Oye, ven aquí- el de ojos verdes intento jalarlo.

-No, te enfermaras, lo único que hago es enfriarte.

-No puedo enfermarme... soy el amante de Skadi, o al menos eso soy en el pueblo, el amante de la Diosa del invierno.

-Oh, ¿de verdad, y ella es hermosa?- el chico de cabello blanco fingió estar indignado, de la nada sintió como algo rodeaba su cuello.

-No tanto como tu- le dijo el ojiverde al oído suavemente, haciendo que su aliento llegará, haciendo estremecer al de ojos azules, le devolvía la jugada, era obvio.

El vikingo tomó de la cintura a Jack mientras lo pegaba a su cuerpo, besó su cuello, su piel era fría como la nieve misma, pero no le importaba, le encantaba sentirla, sentir como a pesar de todo aquella piel tan fria y blanca se estremecia, era de su propiedad y esta lo sabía, sus labios y manos la habían marcado ya hace tiempo y el mismo Cronos no habia podido cambiar eso, sintió la necesidad de la pasión invadir su ser, quería poseerlo como aquella tarde, en la que alguna vez fue la casa de Jack, había jurado respetarlo, pero lo necesitaba.

Mortales e inmortales  *EN EDICION* Donde viven las historias. Descúbrelo ahora