Capítulo tres: Juego de Adultos.

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Otoño, año desconocido.

El sol ni siquiera se había levantado cuando nuestro querido jinete comenzaba a preparar a su Furia Nocturna para salir en busca de nuevas aventuras, regreso a su hogar para buscar sus mapas y se detuvo a admirar a la mujer que yacía tendida en su cama, aún recostada entre los brazos de Morfeo; su cabello rubio cubría su cara y entre sus labios se dibujaba una pequeña sonrisa, cosa que hacía de alguna manera sentir satisfecho al pe coso, pero algo muy dentro de le hizo poner una mueca de disgusto y decepción.
     Unas horas antes, ella se había entregado en cuerpo y alma, y aunque él en cuerpo le pertenecía, su alma estaba atada a el corazón del chico de ojos maple, le costaba admitirlo, manchaba su orgullo, su hombría, manchaba ese significado de ser un vikingo.
     Astrid había gritado, susurrado, gemido y jadeado el nombre de su amante, había pasado sus uñas por su espalda, marcándolo y demandando su cuerpo como única propietaria, pues Astrid amaba con toda el alma a ese chico. Para el chico de ojos verdes las cosas eran diferentes, él amaba demasiado a su compañera de alcoba, pero también amaba al de cabello castaño, era un amor diferente, ninguno se parecía al otro.
     Durante la actividad carnal, la voz de Jack, habia tomado posesión de la de la rubia y aquellas manos, aquel cuerpo se habían vuelto de cristal, más delicado y pesado, había visto a el chico reflejado en los ojos de aquella mujer, cuando la transmutación se completo, Hiccup ahogó el nombre de Jack entre gemidos guturales llenos de placer al sentir a su amado salvador de esa manera, el orgasmo fue arrasador,  delirante, sintió desmayarse, cerró sus ojos y los abrió al mismo tiempo que volvió a la realidad y se encontró con que aquello sólo había sido una fantasía, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloro.
     Apartó aquello de su cabeza y se inclinó para besar el hombro desnudo de Astrid y después marcharse de Berk montado en su compañero alado.
     El sol finalmente se alzaba en el horizonte, dándole una vista del amanecer, miles de colores adornaban el cielo aunque los colores que el veía en ese instante eran finitos.
"—Todos los colores son del cielo"—susurró aquella tonada "—Todas las mañanas son del sol...—."
     Esa melodía miente, pensó. Mentía porque habia visto más colores, los habia visto reflejados en los ojos de Jack, ahí la gama era infinita, nuevas tonalidades se pintaban cuando los veía, el alba se quedaba corta a comparación de los ojos de su amado, aquellos luceros eran mejor que cualquiera de las alboradas que había visto y sentía que volvía a nacer al observarlos con detenimiento.
     La realidad se iba alejando y su mente se iba perdiendo en aquel lugar de luces mortecinas, en aquel lugar donde solía extraviarse, lo veía ahí, pero no era imagen habitual de un Jack feliz y riendo, no, era una cara de asombro, dolor y tristeza, la última con la que le habia visto, intentaba visualizarlo con la expresión que tenía en la cueva cuando se habían amado, intentaba mirar a Jack en ese momento donde ambos estaban desnudos, donde sus ojos desbordaban pasión y un sentimiento que aún era estúpidamente desconocido, lo intentó pero no lo logró, incluso unas cuantas lágrimas salieron de los orbes ajenos de aquella visión. Molesto consigo mismo, se dirigió a una roca enorme. Se paró ahí. Bajo del dragón, pego sus manos contra la pared y lloró.
El rostro de su enamorado volvió a salir de entre sus recuerdos, golpeando su corazón dejando que lo invadiera una terrible sensación de culpa y dolor, esto lo hizo sentir débil y cayó de rodillas. Su pecho no podía con esa cara, lloró para poder vaciarse, pero parecía imposible; su dragón le consoló, se sentó a su lado, lo cubrio con sus enormes alas dandole un abrazo y lloró con él.
—Dile que lo siento mucho,  Chimuelo, dile...— repetía suavemente el jinete cubriendo su rostro.
     El Furia Nocturna, en un intento desesperado por calmar el sufrimiento de su dueño, also vuelo y se marchó. Algo confundido al ver las reacciones de su dragón, dejó de llorar y lo siguió hasta donde la piedra se lo permitió.
—Chimuelo, ¿a dónde vas?, ¡CHIMUELO!— grito viendo como se iba su amigo, se sentó y abrazo sus piernas. Se sentía mal, se acostó y espero a que su dragón regresara.
     Pasaron las horas y el cada vez estaba más deprimido, creyó que moriría en aquel lugar, cuando a lo lejos unos aleteos llegaron a sus oídos, se
incorporó y pudo observar a su Furia Nocturna a lo lejos con alguien montado. Era Jack.
     En ese instante se puso de pie rápidamente y comenzó a impacientarse, su estómago se hizo pequeño, pero no sabia si era de emoción o de la culpa, cuando el dragón aterrizó,  Jack bajo de su lomo.
—...Jack...— susurró el chico
—Hiccup, ¿estás... ¡achu!, estás bien?— su nariz estaba roja al igual que sus mejillas, se veía también un poco pálido, no estaba bien.
—Sí, pero... tu estás...— le quitó la palabra de la boca el menor.
—Achuu!!! Enfegmo...— completo la idea
—¿Por qué has venido?
—Chimuelo llegó a ¡achuu!, ay rayos, llego a casa y ¡ahuu!, al ver que no venias con él, me preocupe y le pedi que...— sorbió por la nariz— ...que me trajera contigo, ¡achuu!
     Hocico lo miró y acercándose a él, lo tomó enganchadolo con sus brazos, no iba a dejarlo ir, no iba a cometer otra estupidez. Se sintió más tranquilo al tenerlo de esa manera.
     El de ojos maple, se acurrucó en su pecho ajeno y sintió una enorme tristeza así como un vacío tremendo, sus ojos se aguaron y dejaron escurrir suaves perlas de dolor que pronto se convirtieron en felicidad.
—Eres un grandísimo idiota— reprochó el menor aún irritado por lo que había sucedido en la cueva
—Perdóname Jack, lo siento.
—¡Cállate... achuu!, sí dices algo más me molestaré más contigo— dijo Jack mientras se separaba del cuerpo ajeno —También fue mi culpa, pero no tenías que dejarme de esa manera— estaba molesto.
-No fue tu culpa, yo fui un imbécil
—Sí, eres un imbécil— dijo mientras se limpiaba las lágrimas.
     Hiccup no aguanto esa escena tierna así que lo tomó de las mejillas, estaba hirviendo, miró sus ojos y unas ojeras comenzaban a formarse, su piel estaba más pálida de lo que ya estaba, sus labios estaban secos, se preocupó y pensó que tal vez era tiempo de llevarlo a casa. A pesar de la apariencia enferma de Jack, no dudo en besarlo. Colocó un beso suave en los labios ajenos, sintiendo esa sensación mágica que lo invadía.
—Si lo haces, te vas a contagiar— sorbió por la nariz.
—Créeme que en este momento es lo que menos me importa— lamió sus propios labios y se acercó a los ajenos, besó una vez más era dulce, más dulce que cualquier otra cosa.
     Un poco de nieve comenzó a caer a su alrededor, comenzaban las nevadas, Hiccup lo tomo entre los brazos temblorosos que tenía y lo subió al dragón.
—Vamos antes de que te haga daño estar afuera...— lo cubrio con una enorme piel y lo llevó a casa.
     En el camino Jack observaba con detenimiento a Hiccup, no sabía si era por la fiebre o porque de verdad amaba a ese chico, observaba sus ojos, su barbilla, su piel, su cabello, le encantaba todo de el, se sentía seguro, se sentía que podía ser él mismo, se acurrucó en su pecho y beso ligeramente sus labios, lo quería, lo amaba, pero seguía triste por las últimas palabras que le había dicho.
    ¿Por quién me toma?, se había preguntado amargamente antes de dormir durante cada día que pasó sin verlo, había querido estar molesto con él, juraba que dejaría de pensar en él pero simplemente le resultaba imposible, al pensar en esas palabras lo hacía sentir algo extraño, como un fenómeno. Cerró sus ojos  para poder evitar que llorara nuevamente y sin darse cuenta se quedó dormido.
     Jack abrió sus ojos maple y se descubrió en su cuarto, hechado sobre su cama, la fiebre había bajado y se sentía un poco mejor. Un sueño... un hermoso sueño, pensó. Sus ojos se llenarón de lágrimas saladas que corrieron de sus ojos, pasando su sienes hasta perderse en su cabello, gruesos ríos escurrian de sus orbes.
—Hiccup...— pronunció el nombre de su amado con un hilo de voz en un suspiro doloroso.
—Dime Jack— contestó una voz conocida.
     Paró de llorar y abrió aquellos luceros como si fuesen platos se sentó de golpe y vio de donde había venido aquella voz tan perfecta. No creía lo que veía, era su amado jinete, sentado con un plato de el puchero que preparaba su madre entre sus manos y lo mejor de todo, le estaba sonriendo.
—Hiccup— susurró nuevamente ese nombre.
—Jack, estoy aquí, no fue un sueño— aclaró sonriente el mayor.
—¿Qué acaso ¡achu!, puedes leer mi mente?- sonrió secandose aquel flujo que habían hechado sus ojos
-Sí, es lo más probable— admitió el pecoso con risa en la garganta
-Oye, ¿y mi madre?
-Uy, ella esta molesta te has ido en ese estado,  ahora ha bajado al pueblo con tú hermana.

Mortales e inmortales  *EN EDICION* Donde viven las historias. Descúbrelo ahora