Visita

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Frío. El aire se sentía helado, había algo antinatural en ello. Los pasos de Rohan Kishibe rebotaban en las paredes. Tan limpias, tan desinfectadas. Los hospitales no eran santos de su devoción. Giró a la derecha en un pasillo casi desierto y finalmente llegó a la habitación. Vaya, esto traía recuerdos.

Justo como aquella vez, Rohan había esperado hasta el último momento para hacer acto de presencia. En aquella época su retraso tenía que ver con una mera cuestión de orgullo. Ahora simplemente no quería derrumbarse frente a una madre preocupada o un cuerpo inconsciente. Quería Jalarle las orejas a Higashikata y que el muchacho reflexionara en sus acciones.

El hombre tomó aire. "Tú puedes, Rohan, eres una de las personas más importantes en la industria del manga. No necesitas estar nervioso ¿Por qué lo estás?" No era como que le importara tanto la vida del otro. No era como que no pudiera vivir sin él ¿Entonces por qué tenía tanto miedo de girar la perilla?

—Ah, Rohan —Dijo una voz bien conocida. A pesar de la sonrisa jovial, el maquillaje de Tomoko había perdido la batalla contra las ojeras. -No te quedes ahí parado, pasa.

Él no pudo decir nada y siguió a la madre del paciente en silencio. Mientras la veía recordó que ella era mayor que él. Era fácil olvidar ese pequeño detalle cuando se le veía tan radiante. Quizá es verdad eso de que trabajar con personas jóvenes te mantiene igual.

La primera palabra para describir a Josuke era mal. Se veía mal. Venas gruesas, verdosas recorrían sus brazos, cables trasparentes conectados a bolsas que colgaban al lado de la cama. Un tubo se perdía en su garganta. Ese cabello que tan orgulloso hacía al joven ahora se encontraba desparramado por los lados. Rohan ni siquiera sabía donde terminaba un hematoma y comenzaba otro. Lo peor de todo es que él sabía que muchas de esas heridas ya estaban desapareciendo. Una parte suya se preguntó cómo se habría visto justo después del accidente.

—Me alegra mucho que vinieras. Estoy segura de a que Josuke también. —

—Gracias.—

Un suspiro salió de la boca de Tomoko. Seguro que ser madre de alguien como Josuke Higashikata era todo un reto. De hecho, relacionarse con ese muchacho era un reto en general. Nadie mejor que Rohan para dar fe y testimonio de ello.

—Rohan—Dijo la mujer con cansancio. Se le notaba indecisa sobre sus palabras, pero probablemente la necesidad era mayor a las normas de etiqueta. —¿Puedo pedirte un favor? Necesito volver a casa un rato ¿Crees que puedas quedarte un poco? No me tardo nada.

—No hay problema. Tomate tu tiempo—Si hubiera sido cualquier otra persona la respuesta sería diferente, pero Tomoko le caía relativamente bien. Claro que parte de tanta disposición era plan con maña. La ira que el mangaka había estado conteniendo estaba a punto de ser derramada y prefería poder descargar toda la bilis en privado.

Ella sonrió aliviada al escuchar el afirmativo de Rohan y tomó sus cosas. En poco tiempo desapareció entre los pasillos del hospital. Kishibe pensó que ese muchacho seguro le había sacado canas verdes a su madre.

Ahora se encontraban solos. Pip, pip, pip. Un pitido mecánico cortaba el silencio como una especie de puñalada armónica. De repente el cuarto se sentía demasiado grande para ambos.

Los recuerdos de hacía 10 años volvían a la cabeza de Rohan. Un asesino serial, un bucle temporal muriendo una y otra y otra y otra vez. Una parte de él deseaba recordar la desesperación de la muerte inesperada para poder recrearla en su trabajo, pero no valía la pena quejarse por lo perdido. Volvió la mirada hacia unos ojos que poco parecían serlo. Eran como dos bultos morados, a penas podían verse las pestañas. Ahora no había férulas, pero era bien sabido que las costillas de Higashikata estaban hechas trizas. Todo eso era sin contar las heridas penetrantes.

—Me vas a matar un día de estos. — Dijo mientras se inclinaba hacia adelante.

Hacía diez años Rohan Kishibe podría haber sobrevivido a la muerte de Josuke Higashikata. No podían soportarse mutuamente. Kishibe había perdido una cantidad obscena de dinero gracias a ese delincuente imbécil e infantil, pero lo que más le dolía era la forma en la que se había burlado de él. No solo era humillante, sino que el adolescente tenía una actitud nefasta y completamente intencional. Ese sinvergüenza solo se había dedicado a mancillar su vida y sus pertenencias; de no ser por la insistencia de Koichi, Rohan habría despellejado a Josuke con sus propias manos después del incidente con los dados.

Y, sin embargo, aquí estaba diez años después. Si su yo de 1999 pudiera verlo, la violencia sería inimaginable. Pero el tiempo había pasado, Rohan ya no era ese veinteañero que con infinito talento y sed de aventura iba a comerse el mundo solo para poder contar la mejor historia jamás vista. Ahora estaba en el tercer piso, había consolidado su posición como autor de culto y la vida era buena; sabía sus capacidades y nadie se atrevía a desafiar su talento. Quién diría que es verdad que el tiempo todo lo cambia.

Rohan Kishibe sabía que ya no era el mismo de hace una década. Lo supo desde el momento en que sintió como su estómago había sido amarrado como cuerda y sacado de su vientre al recibir la llamada de Tomoko. Lo supo desde qué habló de su situación personal con su editora (a quien le aseguró que no había necesidad de posponer la publicación del manga). Lo volvió a comprobar en ese hospital, donde quiso poder llevarse el dolor de Josuke. Incluso usando el poder de Heaven's door para obligar al cuerpo del otro a sanar más rápido era imposible que se curara de la noche a la mañana.

Ya estando solos, Rohan pudo darle una verdadera mirada al chico que estaba en la cama. De repente, toda esa ira que amenazaba con explotar como una erupción volcánica se enfrió. Esto ya no era enojo por la irresponsabilidad juvenil del herido, esto era preocupación sobre el estado físico de alguien a quien le tenía sumo cariño. Era la ansiedad de no poder hacer nada para ayudar. También era miedo a que no fuera a despertar nuca y lo dejase solo. Había perdido todo el ímpetu en querer regañar a alguien que no sabía siquiera si iba a oírlo.

—Me vas a matar, Josuke. — Dijo el mangaka mientras sentía como un pequeño nudo comenzaba a formarse en su garganta. Por primera vez en todo el tiempo que llevaban de conocerse, Rohan Kishibe deseó que el otro le respondiera.

Larga espera (JOSUHAN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora