Capitulo 8

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Déjame dormirrr. Jimin gruñó molesto sintiendo las mordidas y los empujones de Agust. Giró el rostro y se acurrucó sobre su camita de hojas, esperando que así el lobo entendiera que quería que lo dejara en paz. Sin embargo, Agust siguió insistiendo como si no tuviera nada más que hacer. Que molesto.

Esos habían sido sus días desde que Agust decidió quedarse a su lado en lugar de ir a cazar, aunque Jimin sabía que eso cambiaría en algún momento porque la carne estaba por acabarse.

Bufó frustrado y le dió la cara, cansado de su insistencia. ¿Ahora qué?

El lobo lo empujó por detrás, instándole a caminar fuera de la cueva, pero tan pronto abandonó su círculo de piedras y hojas, se dejó caer al suelo. Agust no tardó en jalarlo de la piel del cuello, arrastrandolo por el suelo como si fuera un ciervo.

Ni si quiera tengo sed. Se quejó en su cabeza mientras veía los rayos de sol filtrarse entre los pinos, de la nieve ya ni quedaban más que pequeños montoncitos persistentes en las sombras. Jimin calculaba que ya sería marzo, lo que significaba que llevaba alrededor de tres meses en forma lobuna.

Ay, no tan fuerte. Chilló molesto haciendo que Agust relajara un poco su mordida, pero aún así Jimin se negó a pararse y siguió siendo arrastrado por la tierra hasta el conocido rio. Gruñó cuando el lobo soltó su cuello y provocó que su cabeza se golpeara con el suelo.

Eres muy molesto, en serio. Parandose con dificultad, tomó un poco de agua y luego fue a tirarse junto a Agust, esperando a que él terminara de beber para que lo arrastrara de nuevo a la cueva. Jimin cerró sus ojos para evitar que el sol los irritara y dormitó un poco.

Escuchaba lejanamente el chapoteo del agua y el sonido ambiental del bosque, ese que consistía en chicharras y cantos de pajaritos. De ese lado todo era bastante tranquilo, estaban bastante lejos de la zona de caza y aun más lejos de la que solían visitar las personas.

¿Cuando llegarán las flores? Jimin esperaba que ya no faltara mucho, tirarse sobre ellas sonaba bastante tentador. Agust podría arrastrarlo hasta ahí y dejarlo dormir unas dos o tres horas mientras él iba a hacer lo que sea que hacia cuando no estaban juntos.

Se imaginó un pequeño claro cubierto por florecitas de colores, llenando todo el lugar de aromas dulces y un clima cálido. Tal vez deberían ir buscando uno que estuviera cerca de la cueva, así no tendría que hacer tanto esfuerzo.

En eso pensaba cuando pasó el primer piquete, se sentía como una patada y luego una aguja presionando en su vientre. Se enderezó de golpe, buscando si algún animal le había picado, hace dos días una hormiga había decidido que lo merecía y había dejado una ronchita molesta ahí donde no alcanzaba.

Pero esta vez no encontró nada, ni hormiga, ni abeja, ni ningún animalito. Agust lo miró curioso, pero Jimin solo podía mirar confundido su pancita peludita, entonces volvió a pasar, con la misma intensidad y en el mismo lugar, pero ahí no había nada.

Jimin se asustó, ¿estaba pasando por dentro? Se levantó, sus patas se sentían débiles, pero se mantuvo así, intentando ver entre ellas. Agust empujó su costado y lo incitó a caminar, supo que ya era hora de irse cuando levantó la mirada al cielo. ¿Cuanto tiempo había dormitado?

El lobo comenzó a caminar, deteniéndose unos metros después y mirando hacía atrás, como si quisiera asegurarse de que Jimin lo seguía. No lo hacía. Jimin estaba esperando a que volviera a suceder, pero el tiempo pasaba lentamente y comenzaba a obscurecer.

Se había perdido del momento en que el sol bajaba, y ahora solo quedaba el azul que empezaba a robar espacio al naranja del atardecer. Agust le llamó en una especie de aullido-ladrido, aparentemente molesto por su tardanza, Jimin lo miró dudoso, no tenía forma de comunicarle lo que estaba pasando, aunque de cualquier forma ni siquiera él lo sabía.

La apariencia del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora