Especial

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Especial “Pagame o espérate”


De niño, su abuela solía contarle muchos cuentos, había uno en especial que había escuchado una sola vez, pero que recordaba con claridad aún después de tantos años.

Era aquel de dos almas enamoradas que habían sido obligadas a separarse, y como símbolo de volver a encontrarse, habían roto un espejo, llevándose cada uno una parte.

El tiempo pasó, pero la esperanza no se derrumbó nunca, y entre las chácharas de un viejo hombre, el amado encontró un pedazo del espejo. Descubrió, gracias al vendedor, que su amada había sido tomada como concubina por un ministro de la ciudad vecina.

El amado escribió un poema con el corazón destrozado, pero lleno de felicidad al saber que su amada estaba bien. Le pidió de favor al viejo hombre que se lo entregara a ella. Y la amada, después de saber que él se encontraba con bien, sólo pudo llorar día y noche, anhelandolo en la soledad de su habitación.

Como si el destino no soportara su tristeza, llenó de compasión el corazón del ministro, quien dejó a la amada libre de volver con su querido.

Cuando ambas almas enamoradas volvieron a encontrarse, el espejo se unió de nuevo y volvió a estar completo.

De niño, pensaba que él deseaba encontrar a la otra parte de su espejo también, y lo hizo.

Para él, Jimin era como una pequeña luz que calentaba suavemente en pleno invierno. Bonito, pequeño y cálido, así era él, y su aura de color amarillo se fundía con la suya color azul, y aunque esa combinación debería formar el color verde, el siempre podía ver el morado flotando entre ambos, uniendolos más fuerte que la sangre.

¿Sería tonto pensar que ese color morado era en realidad la prueba de que ambos eran la mitad del otro?

Almas gemelas. Siempre pensó que era así. Desde el primer invierno en que se encontró con sus dulces y asustadizos ojos, encogiendo aún más su pequeño cuerpo, al borde de hacerse bolita sobre el suelo.

No hicieron falta más de dos horas para saber que se quedaría toda la vida a su lado. Despiertos noches enteras sólo haciéndose compañia, y comiendo juntos cuando el sol prometía una tarde sin frío.

Había días en los que sólo correrían uno tras otro, y jugarían a rodar por el suelo, empujandose entre sí y aplastandose como si un abrazo no fuera suficiente para atrapar al contrario.

Esos eran sus días felices, y aunque no habían hecho nada para merecer el fin de estos, todo lo bueno termina cuando las sombras acechan al corazón.

Él había tenido que presenciar el dolor de Jimin en persona, sus lágrimas y lamentos, el sentimiento de perder todo lo que conoces debió ser el más difícil de vivir, y añorar a una persona que sabes, por mucho que duela, probablemente no vuelvas a ver.

¿Quien querría esperar a la muerte para que el corazón vuelva a estar completo? Él sabía sobre ello, pero ver a su alma gemela sufrir por lo mismo, terminó por destruirlo.

Y las palabras, que nunca habían hecho falta entre ellos, se volvieron insuficientes. La impotencia que le impidió derramar lágrimas, lo obligó a soportar el dolor y presenciar el sufrimiento del ser más importante en su vida.

Jimin y él se volvieron uno esa tarde fría, una pequeña familia de dos, y tras la pérdida, no hubo más separación entre ellos.

Los días volvieron a brillar eventualmente, la primavera llegó, y el aroma a flores y sol inundó cada lugar del pequeño lugar que había sido testigo de risas, peleas y reconciliaciones.

La apariencia del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora