Capítulo 1: Trabajo. El Día antes del Primer Día de tu Vida.

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Año 1618 de la Era de la Paz. Verano.


En medio de un páramo yermo de fuego y cenizas, miles de cadáveres yacían en el suelo, con sus corazas de acero fundidas sobre sus cuerpos, la piel y los huesos carbonizados, y sus formas encogidas y reducidas por las llamas.

Muchos aventureros de diferentes partes del mundo habían tratado de derrotar al colosal dragón rojo del páramo, una bestia de 35 metros de alto, con escamas impenetrables de iridiscente carmesí, patas exageradamente musculosas con terribles y enormes garras y que escupía fuego abrasador hasta casi un kilómetro de distancia, pero todos habían fallado inútilmente en su misión.

La criatura reposaba despreocupada sobre los restos incinerados y aun humeantes de una horda de jinetes orcos que tuvo la osadía de cruzar su territorio. El dragón soltó un ronquido que hizo retumbar cielo y tierra.

Sopló un viento gélido desde el norte, silbando en el los oídos, la capa azul del guerrero caminante se ondulaba y sonaba ante la arremetida de la brisa. No llevaba una armadura vistosa como un caballero andante pero si un mandoble. Detrás de él, varios aventureros lo seguían, una preciosa hechicera, una angelical sacerdotisa, un amenazante guerrero acorazado y un confiado arquero.

— ¡Vaya! —gritó el aventurero de la capa azul —. Las leyendas sobre el dragón del páramo no son exageradas. Realmente eres una bestia colosal —el dragón abrió un solo ojo para mirar al osado guerrero, simples mortales que no valían la pena, ya estaba satisfecho con orcos y huargos —. Legendarias serán las historias sobre cómo te derrotamos en una épica batalla. Déjame contarte el final, tú mueren.

La bestia abrió ambos ojos con cierto aire de enojo, no tenía hambre, pero no iba a dejar vivir a alguien que parecía buscar tan activamente su propia muerte.

—Arrogante y diminuto humano —dijo el dragón con una grave voz que parecía resonar en todos los rincones de la existencia.

El dragón lo miró fijamente, sin comprender como tal arrogancia podía venir de un ser tan pequeño y frágil como un simple humano. La bestia del páramo miró en dirección hacia ellos mientras se levantaba, echando volutas de humo por sus enormes orificios nasales, entreabrió la boca dejando escapar una bocanada de aire caliente.

—No parece estar de humor para conversar —dijo la hechicera —. Yo tampoco, empecemos con la acción.

—Aquí vamos —dijo el arquero.

— ¡A darle! —dijo el guerrero pesado tomando su colosal escudo y su hacha mientras avanzaba hacia el frente.

Los aventureros prepararon sus armas, el aventurero de la capa azul desenfundó su pesado mandoble y lo sostuvo firmemente con ambas manos. Los ojos chispeantes como estrellas del dragón se encontraron con los suyos, oscuros, vivaces y ansiosos.

La criatura no perdió tiempo y trató de aplastarlos con su enorme pata delantera, como quien mata a un bicho fastidioso, pero golpeó contra algo metálico, debajo de su zarpa, todos los aventureros estaban agachados mientras con una fuerza sobrenatural, el guerrero pesado resistía el peso y la presión de la sierpe, entonces empujó hacia arriba con el escudo, obligándolo a retirar el pie.

El dragón disparó entonces una enorme ráfaga de fuego ardiente contra ellos. Pero la sacerdotisa recitó murmuró una plegaria al momento que levantaba su divino báculo y hacia un milagro.

—Astraeia, madre de la luz. Protege a tus hijos bajo tu radiante brillo, porque tú eres el sol, la luz y la vida. Protección.

Su bastón irradió una luz, y proyectó alrededor de ellos dos delicadas manos hechas de una luz cálida como los rayos del sol, la divina intervención detuvo el fuego sin problemas mientras todo a su alrededor era completamente reducido finas cenizas, dentro de la barrera, ellos esperaban.

Guildmaster: El Maestro del GremioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora